Dos frases que deberías evitar en lugar de repetir

Alfonso Alcántara    28 julio, 2022
Frases que debes evitar

—Si te caes diez veces, levántate once.

—Es que la primera vez me rompí la cadera.

—Si quieres, puedes.

—No, si yo lo intento, pero…

—Cree en ti mismo.

—Oiga, que le estoy diciendo que…

—Sal de tu zona de confort.

—Pero…

—Si deseas algo con fuerza, el universo conspira para ayudarte.

Una persona que «se ha caído» siempre quiere levantarse y sabe que tiene que levantarse sin necesidad de recomendaciones paternalistas y obvias.

Todos queremos mejorar, pero no siempre conocemos el camino ni contamos con los recursos para conseguirlo.

Sabemos que un consejo no solicitado es una crítica. Así que, si quieres ayudar de verdad, culpabiliza menos y apoya más.

¿He conseguido que veas con otros ojos esta expresión que puede llegar a ser tan ofensiva como repetida?

Lo importante es intentarlo. Vaya, ya he usado otra expresión habitual que también merecería una reflexión. Pero no será en este artículo, porque el que mucho abarca, poco… Lo estoy haciendo de nuevo. ¿Veis que se trata de una adicción «consultoril» muy peligrosa?

Retomemos el hilo. Te preguntarás por qué usamos tantas frases hechas con tanta frecuencia, incluso en conversaciones donde alguien nos cuenta problemas importantes o intimidades. ¿Hay algo más impersonal que soltarle a una persona frasecitas de taza, de Powerpoint o de pared de oficina fashion?

Entonces, ¿por qué utilizamos oraciones precocinadas casi de forma automática en contextos profesionales y personales si los comentarios y reflexiones adaptados y personalizados a cada contexto, objetivo o problema son más efectivos y mejor recibidos?

Seguro que ya sabes la respuesta: hacer frases cuesta más que comprarlas hechas.

En un mundo de networking y de diagnósticos y soluciones rápidas, contar con «moldes comunicativos» reduce el esfuerzo y el tiempo necesarios para iniciar y mantener conversaciones y relaciones.

Pero quizás nuestra mayor motivación para convertirnos en repetidores de sentencias estandarizadas sea que permiten disimular nuestra ignorancia o incompetencia a la hora de intentar aportar alguna información o consejo de valor.

En este artículo te invito a acompañarme en el análisis, con rigor y humor, de dos frases hechas que se han convertido en «incunables» de la consultoría y de la autoayuda:

«Tienes que tener resiliencia en tiempos de crisis».

«Prefiero pedir perdón a pedir permiso”. 

¿Cuál has usado más? ¿Cuál deberías escuchar menos?

«Tienes que tener resiliencia en tiempos de crisis»

¿Cuándo tener aguante empezó a llamarse «resiliencia»? Qué aguante hay que tener para tanta resiliencia.

Tú solo tienes aguante, pero yo tengo resiliencia, que lo supero todo en un plis plas.

Resiliencia, otro concepto circular más, como actitud, que no explica nada, pero da mucha conversación y hace parecer que se sabe algo de psicología. A ver si pillas esa circularidad:

Si has superado circunstancias difíciles es porque «tienes resiliencia», y tienes resiliencia porque has superado circunstancias difíciles.

A las personas que se definen con orgullo como «resilientes» voy a darles una primicia: casi todo el mundo piensa que es resiliente, porque casi todo el mundo ha superado y supera adversidades y experiencias malas en su vida.

Todos sabemos hallar ejemplos positivos entre nuestros comportamientos, para atribuirnos las etiquetas que definen virtudes genéricas.

Pero no son las virtudes (meros constructos verbales) las que nos hacen virtuosos, sino las experiencias que hemos tenido, las competencias que adquirimos y los apoyos y enseñanzas que recibimos.

Así que, si queremos ser más virtuosos, tenemos que vivir de forma virtuosa y dejarnos de jugar con las palabras.

La capacidad para resistir en momentos difíciles no se compra en el súper ni se aprende en una charlita de un gurú de las emociones.

La resiliencia, como el carácter, no la elegimos, es producto de la vida que hemos tenido.

Para aprender a ser más resilientes no hay atajos, gestión de emociones, ni frasecitas inspiradoras que valgan: tendremos que experimentar y superar más situaciones duras y diversas.

Sin sacrificios y dificultades no hay resiliencia, solo postureo para aparentar fortaleza.

Las virtudes son una idealización de las habilidades que permiten afrontar los problemas con sabiduría y pragmatismo. Prudencia, justicia, fortaleza («resiliencia») y templanza dependen de la manera en que organicemos nuestra vida, no de consejos triviales que caben en un tuit.

El proceso para desarrollar las virtudes que nos hacen mejores personas y profesionales más eficaces e íntegros se ha banalizado tanto que se ha convertido en un producto que pudiera comprarse y aprenderse en un curso de alto impacto de dos findes.

Veo que hay cursos de alto rendimiento. Yo no soy tonto y no compro cursos de rendimiento mediocre o bajo.

Las consultoras hacen planificación «estratégica», que es la buena. No la otra.

Elige siempre el coaching de «alto impacto», que el de impacto normal impacta menos.

En fin, que las virtudes se empaquetan y venden a clientes cómodos que más tarde se frustran al leer las instrucciones y requerimientos de instalación.

Otro aspecto importante a considerar respecto al frecuente y abusivo uso de los conceptos resiliencia, proactividad y capacidad de trabajo bajo presión, es que carga sobre los profesionales responsabilidades inasumibles, muestra las debilidades organizativas de la empresa y revela una cultura laboral insana. 

Es ineficiente y estresante entender la resiliencia de los profesionales en las empresas como competencia básica y como obligación de superar cualquier obstáculo por difícil que sea, o de perseverar hasta lo imposible, en cualesquiera condiciones y disponibilidad de medios y apoyos.

Tampoco la proactividad del trabajador debería interpretarse como asunción de esfuerzos, funciones y responsabilidades más allá de las acordadas. Ni el trabajo bajo presión como un estilo necesario de desempeño para compensar defectos organizativos, de planificación y de recursos humanos.

“De joven fui pobre, pero después de muchos años de trabajo, esfuerzo y sacrificio dejé de ser joven”. (Tuit de @hoyas201).

«Prefiero pedir perdón a pedir permiso”

«Si es una buena idea, continuad y llevadla a término. Es mucho más fácil pedir disculpas que conseguir el permiso necesario».

Esta frase se atribuye a Grace Hopper, una de las primeras programadoras de ordenadores que además fue oficial naval de EE.UU, una sentencia que se usa actualmente pero reconvertida en esta otra:

«Prefiero pedir perdón a pedir permiso”. 

En principio, la expresión podría indicar iniciativa y voluntad para intentar mejorar las cosas en contextos donde el cambio es muy difícil. Pero también podría demostrar falta de respeto y prepotencia.

Todos “preferimos» no tener que «pedir permiso», pero respetar las reglas comunes es positivo para casi todo, incluso para cambiarlas.

Mejorar el mundo a veces requiere romper normas, pero romper normas per se no mejora nada necesariamente.

Se puede y se debe tomar iniciativa siguiendo valores de trabajo en equipo. La actitud de fomentar la colaboración y encontrar apoyos no debería confundirse con acatamiento, sumisión o «petición de permiso».

Y se puede y se debe intentar cambiar algo a la vez que se pide opinión y apoyo a los demás implicados. Lo cortés no quita lo valiente, en la vida y en la empresa.

No pedir permiso a veces solo es una señal de impaciencia, individualismo y poco respeto al resto de los profesionales implicados.

Además, ¿quién decide qué reglas acatar y cuáles no?

Es tramposo usar la expresión «pedir permiso” como si fuese una actitud sumisa, cobarde o incompetente. 

Muchos que no piden permiso tal vez se lo puedan permitir mientras se jactan y piden seguir su ejemplo a aquellos que no pueden.

Por otro lado, en general, mejorar las cosas precisamente requiere conseguir el apoyo de otras personas motivadas por esos cambios.

Decidir saltarse las reglas comunes puede tener motivaciones positivas o ser solo un acto individualista, interesado o imprudente, por buenas que sean las intenciones declaradas.

En síntesis, el problema está en llamar «pedir permiso” al hecho de buscar la colaboración, la opinión y a veces la aprobación de otras personas de la organización o del equipo para cambiar o conseguir algo.

No lo llames pedir permiso, que parece una cobardía, llámalo conseguir apoyos.

En la mayoría de las organizaciones, contextos y ocasiones, la mejor forma de cambiar las cosas es desde dentro, asumiendo inicialmente las reglas, consiguiendo la colaboración de personas clave y trabajando con mucha discreción, evitando lanzar proclamas de independencia profesional que revelan más vanidad que inteligencia.

Un profesional siempre debe contar, de una u otra forma, con supervisión, apoyo o colaboración expresa de directivos y compañeros, más cuantos más riesgos y recursos se requieran.

En todo caso, hay que recordar que el fin no es «no pedir permiso» o convertirse en un «rebelde» contra el statu quo, sino hacer lo que hay que hacer y adaptarse para conseguir el cambio buscado.

Tanta frase de emprendedor rompedor muchas veces esconde más postureo que verdadera efectividad y competencia para mejorar las cosas.

De hecho, tal vez hayas observado que muchos de los profesionales que suelen hacer este tipo de declaraciones antipermisos, paradójicamente ya cuentan con mucha autonomía y poder de decisión y sufren un riesgo muy bajo de perder sus empleos o de malograr sus carreras.

Dicho de otra forma, los que se vanaglorian de no pedir permiso es porque ya lo tienen.

La manera más fácil de conseguir lo que quieres es ayudar a los demás a conseguir lo que quieren.

Foto de Freepik

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