Los principios de mi abuela aplicados a la gestión empresarial

David Criado    3 mayo, 2013

Dentro de los talleres y acciones de SENTIDO COMÚN que facilito dentro de organizaciones, suelo emplear un guión como aproximación para el trabajo durante las sesiones. Una de las líneas de trabajo de este guión se titula La abuela sistémica. Principios y criterios para una vida plena. Hablo de mi abuela muy a menudo, porque –como la mayor parte de abuelas- era un ejemplo de sencillez, eficacia y pensamiento sistémico. No me cabe ninguna duda de que nuestra sociedad sería más saludable y sana si en las escuelas de negocio estudiásemos con más detalle a nuestras abuelas que a los grandes gurús del management.

En Construir la identidad de tu negocio hablábamos de la importancia de diseñar itinerarios de trabajo sencillos, claros y saludables. Yo los llamo transiciones. Parten de estos modelos de trabajo tradicionales (cargados de teoría, ineficacia y conflicto) y van hacia modelos alternativos (basados en la atención práctica, el compromiso y la renuncia). Hoy quiero compartir algunas ideas-fuerza que sirven para comenzar a trabajar en estos itinerarios de cambio

Céntrate en lo obvio y evidente

Escapamos de lo obvio. Nos aterra. Si lo pensamos fríamente, influimos de forma directa en un elevado porcentaje de problemas que nos afectan. Aquello de la mariposa que aletea en Japón y provoca un huracán en Australia, puede que solo explique grandes desastres y cataclismos. Del resto cada uno de nosotros mismos somos responsables. De pequeño solía cenar en la terraza junto a mi familia. Yo cenaba mucho, pero mi abuela solo tomaba fruta, embutido y un vaso de leche. Yo siempre la preguntaba por qué no cenaba más y ella me decía que era evidente que la sentaba mal. Nunca entendí la relación entre la hora del día, la edad y el organismo humano hasta que una noche la vi realmente enferma tras cambiar su dieta. Era obvio y evidente que la alternativa a la manzana, el jamón y el vaso de leche, era una entelequia para ella. No volví a hacer esa pregunta. Si no sabes algo, pregúntalo, no hagas pronósticos o suposiciones. Aprende de tu experimentación y de la de otros. De esta forma podrás elegir no tener la mayor parte de problemas que suelen acuciarte. Para nada de todo esto hacen falta expertos. Como comentaba hace poco, hacer las preguntas adecuadas es clave para favorecer elementos desencadenantes que generen mejoras.

Facilita el desarrollo, no lo fuerces

No hacer nada a menudo es hacer mucho. La mayor parte de ocasiones en las que mi abuela estaba en el salón, permanecía callada embutida en su bata azul observando el panorama. En el momento justo, hablaba solo para facilitar que todos sonriéramos o para expresar que seguía allí. Nadie la notaba, pero siempre estaba allí y era un elemento clave. Solemos sobreactuar y pensar demasiado, de hecho solemos imponer nuestro sistema de valores y actitudes a otros en lugar de partir de sus propias necesidades o su momento actual.

Hace poco Vicent Climent, alma hermana a quien sigo ahora a diario, compartía en su blog dos conceptos que emplea para facilitar el cambio. Él hablaba de que los facilitadores nos vemos obligados a emplear una gran cantidad de recursos pero que a menudo debemos permitirnos “dejar de empujar el río y comprobar que fluye solo”. Para explicar esta actitud, él recordaba dos conceptos taoístas: el wu-wei (hacer-nada) y el tzu-jan (conocer-nada). El primero consiste en abandonar toda resistencia y esperar el momento oportuno para actuar. Hace poco el maestro Iturbe nos recordaba este momento. El segundo consiste en vaciarnos para intentar actuar desde la naturalidad y en la medida de lo posible libres de prejuicios.

Un principio básico de la Alan Watts en sus maravillosas clases máster sobre la cultura oriental; solía hablar de un principio taoísta: «obsesionados por las formas, frecuentemente olvidamos la utilidad del vacío». Sin embargo, una jarra de agua no es útil por el barro o el cristal del que está hecha. Su utilidad es el vacío que contiene y que puede albergar cualquier tipo de líquido.

Aplícate el cuento

Hace poco quedé con Javier, un íntimo amigo y profesor de primaria. En mitad de la conversación me dijo de repente: “Coherencia”. No entendí lo que quería decir y le pedí que se explicara. Me dijo: “Cada vez que empiezo una tutoría con un estudiante escribo una palabra en la pizarra y a partir de ella desarrollamos juntos la sesión. Siempre funciona. La palabra que escribo es COHERENCIA”.

Cambio un programa ejecutivo internacional en Harvard de un año y un coste de 100.000 euros por 15 minutos gratis de conversación con mi abuela. La echo de menos por muchos motivos, uno de ellos es que decía lo que pensaba y hacía lo que decía. Otro es que jamás exigía algo que ella no hubiera hecho antes. A menudo no me gustaba esto y de hecho jamás le di valor hasta que me faltó. Hoy sé que la sinceridad y la coherencia siguen sin ser asignaturas troncales en Harvard, pero es la base de la que parto para valorar a cualquier persona y equipo.

Mantén la calma

Una invasión incontenible ocupa la red en estos días. Se trata del fenómeno “KEEP CALM and…”, carteles con un eslogan de hace 70 años que el Ministerio de Información británico diseñó para distribuir por las ciudades ante una posible invasión nazi. Lo mismo que recomendaba entonces el gobierno británico y que ahora recomiendan las hordas de usuarios de Instagram, es válido para una gran cantidad de ocasiones en las que esa situación solo espera de ti que mantengas la calma. Porque nuestra actitud genera o destruye por sí misma confianza.

Imagen @Borya distribuida con licencia Creative Commons BY-SA 2.0

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