El único «hábito atómico» que puede mejorar tu vida profesional

Alfonso Alcántara    19 enero, 2024
hábitos atómicos

Cuando el militar francés Louis-Hubert Lyautey (1854-1934) estaba en África le pidió a su jardinero que plantara un árbol cuya copa le parecía especialmente majestuosa.

El jardinero le informó de que un árbol de ese tipo tardaba doscientos años en alcanzar su madurez.

—En ese caso —dijo Lyautey—, no hay tiempo que perder. Plántalo hoy mismo.

Podríamos describir al protagonista de esta anécdota de muchas formas: como una persona paciente, disciplinada, con autocontrol y que sabe pensar en el futuro.

La pregunta que debemos hacernos para aprender y mejorar nuestro comportamiento, y el de otras personas a las que queramos ayudar, es la siguiente:

¿Qué factores son los responsables de que Louis-Hubert esté motivado para planificar metas a largo plazo?

Desde una perspectiva más amplia la reflexión sería esta: ¿por qué unas personas tienen más autocontrol que otras?

Intentaré responder en un momento a esta pregunta.

Pero antes te cuento que acabo de leer «Hábitos Atómicos» (James Clear, 2018) y te adelanto que me parece un libro didáctico basado en los principios de la psicología conductual y que solo incluye psicología conductual.

Eso sí, con una capa extra de marketing para llegar al gran público, empezando por «lo atómico». Pero como autor de un libro que titulé Superprofesional, no puedo tirar la primera piedra…

Me he inspirado en algunos contenidos de ese libro para hacer este artículo, al que le quiero hacer un auto-spoiler:

¿Sabes cuál es el único ‘hábito atómico’ que de verdad suele mejorar la vida profesional?

Ahí va:

No te obsesiones con lo que quieres ser, enfócate mejor en lo que quieres hacer.

Ahora sí, volvamos a la pregunta pendiente: ¿Por qué unas personas tienen más autocontrol que otras?

Tu autocontrol no lo llevas «dentro», lo gestionas desde «fuera»

En psicología, el concepto autocontrol se refiere a los procedimientos, estrategias y habilidades que emplean las personas para controlar o modificar su propia conducta mediante la organización o «diseño» de sus contextos y su estilo de vida con el propósito de alcanzar metas a medio y largo plazo.

Tal vez te resulte una definición demasiado específica, pero es mucho mejor que caer en el error de entender el autocontrol, en una versión conversacional, como fuerza de voluntad, un concepto que suele usarse como explicación pero que no explica nada.

Si alguien afirma que «actuar bien» depende de factores «internos» como fuerza de voluntad, perseverancia o determinación, entonces tiene un problema: debe explicar a su vez de qué factores «externos» dependen éstas y cómo modificarlas para mejorar el comportamiento.

Ya te adelanto un grupo de esos factores: los contextos en que vivimos y trabajamos.

Si quieres profesionales más «contentos», gestiona sus contextos

Si has decidido ser más productivo o relacionarte mejor, decide también crear entornos y relaciones que motiven esos objetivos.

Los profesionales a los que consideramos más «disciplinados» o que tienen más habilidades de autocontrol, no tienen más fuerza de voluntad, simplemente son mejores que otras personas a la hora de estructurar y organizar sus vidas cotidianas para «hacer lo que tienen que hacer», y para «no hacer lo que no deben hacer».

Un tipo de habilidades de autocontrol son las que nos ayudan a evitar situaciones o contextos que motivan o propician los hábitos o comportamientos que queremos eliminar.

Por ejemplo, si eres un/a directivo/a que te propones mantener una relación más positiva con tus empleados/as, tu autocontrol no está tanto en la «fuerza de voluntad» que pones para «no criticarles cuando cometen errores importantes», como en guiarles y entrenarles para que puedan prevenir que esos errores se produzcan y así no tener que «controlarte».

¿Quieres ser más disciplinado? Entonces organiza «ambientes más disciplinados»

Si cambian los contextos, cambian los efectos

Un estudio (1) estimó que al menos un 15% de los soldados norteamericanos que sirvieron en la guerra de Vietnam (1955-1975) fueron adictos a la heroína. Pero cuando regresaban a su país solo el 5% de ellos reincidía en la adicción durante el mismo año y solamente el 12% recaía en un período de tres años.

En otras palabras, aproximadamente nueve de cada diez soldados adictos eliminaron su adicción en un período muy breve.

Si parece tan fácil abandonar un hábito adictivo, ¿por qué no lo hacemos?

En realidad, no es fácil cambiar nuestras conductas porque están influidas de forma directa por contextos ambientales y sociales sobre los que no tenemos control, salvo el supuesto control de alejarnos de esos contextos.

Sigamos con el ejemplo.

Los soldados pasaban todo el día rodeados de «señales» y condicionantes que desencadenaban el uso de la droga: era muy fácil conseguirla, estaban bajo un estrés del que querían «evadirse» y se relacionaban con compañeros que también consumían, todo ello sin acceso a otro tipo de relaciones familiares o sociales.

Por el contrario, otro estudio (2) mostró que un 90% de los consumidores de heroína en EE.UU. sufrieron recaídas al regresar a casa después de haber pasado períodos largos en centros de rehabilitación.

Los hábitos, costumbres y estilos de vida más arraigados, sean positivos o negativos, pueden cambiarse, incluso «disolverse», si también se «disuelven» o cambian de forma radical los contextos que los mantienen.

Cuando el contexto cambia, también cambia lo que hacemos. Para bien o para mal.

Si quieres mejorar, ponte a organizar

Tal vez este caso relacionado con hábitos adictivos puede parecerte demasiado extremo y poco aplicable a los hábitos más «normales» y cotidianos relacionados con la vida profesional.

Pero la realidad es que la creación, mantenimiento, incremento o eliminación de comportamientos, competencias y motivaciones siguen las mismas leyes y principios establecidos por la psicología hace décadas.

Cómo conseguir hacer más de lo que más quiero hacer

Una técnica derivada de estos principios que es muy efectiva para aumentar la frecuencia de comportamientos o hábitos considerados positivos es hacer más visibles y accesibles los elementos que en cada contexto, situación o momento disparan esos hábitos o los hacen más probables.

Y, por supuesto, también hacer los arreglos ambientales adecuados para que las conductas adecuadas sean más fáciles de realizar.

Anne Thorndike, doctora en un hospital de Boston realizó un experimento (3) durante 6 meses para mejorar los hábitos alimenticios de miles de empleados y visitantes sintan siquiera hablar con ellos.

La intervención consistió básicamente en la redistribución de bebidas y comidas en la cafetería del hospital.

Por ejemplo, se dispusieron canastas con botellas de agua en diferentes espacios de la cafetería para desmotivar la elección de refrescos azucarados. El resultado fue el esperado: las ventas de refrescos bajaron un 11.4%, mientras que las ventas de agua embotellada se incrementaron un 25.8%.

Hace mucho tiempo que sabemos que las decisiones que tomamos y los comportamientos que adoptamos están influidos por la disponibilidad y la facilidad de acceso a las alternativas.

Pero es el mismo tiempo en el que profesionales y empresas se han resistido a aplicar estos hallazgos eficaces, sencillos y baratos.

Si quieres conseguir hacer más de lo que más quieres hacer en lugar de dedicarte a esparcir buenas intenciones en tu mente, ponte a organizar y distribuir en tu casa y en tu trabajo aquellos elementos y objetos que pueden empujar tus buenas conductas.

Los dos «efectos motivadores» de hábitos

Para generar y mantener tus buenos comportamientos ten en cuenta estos dos efectos motivadores:

Efecto Visibilidad: «Lo que puedes ver te lleva a hacer».

Efecto Facilidad: «Si lo pones fácil lo harás más ágil».

Aquí va un ejemplo de la fuerza de este doble efecto.

Si quieres empezar a motivarte para comer fruta, ponla a la vista y a mano.

Si quieres aumentar la probabilidad de comértela, córtala el día anterior y déjala preparada.

Y mejor aún, consigue que te la corte alguien y así reduces más la fricción hacia tu nueva vida de comedor de fruta.

Pero no olvides darle las gracias cada vez a la persona autora de tan generoso gesto.

Cómo conseguir hacer menos de lo que no quieres hacer

No hace falta ser psicólogo para intuir que la técnica de gestión del contexto que nos ayuda a mejorar, también es efectiva para eliminar o reducir la frecuencia de comportamientos o hábitos considerados negativos.

El procedimiento es también evidente: eliminar o reducir la visilidad y accesibilidad de los elementos de cada contexto, situación o momento que disparan esos malos hábitos o los hacen más probables.

Y, por supuesto, también hacer los arreglos ambientales pertinentes para que las conductas inadecuadas sean más difíciles de realizar.

Veamos un ejemplo muy sencillo de la aplicación del doble efecto inverso invisibilidad-dificultad que desmotiva los malos hábitos.

Si no quieres comer dulces no los compres. Así aumentarás su invisibilidad y también la dificultad para comértelos

Hasta aquí el ejemplo.

En resumen. Apelar a nuestra supuesta fuerza de voluntad para superar tentaciones no parece muy efectivo porque, como hemos visto, esa fuerza no está en nosotros sino en la forma en que gestionamos los contextos que determinan nuestro estilo de vida.

Recurrir a mantras y pensamientos positivos o bienintencionados para intentar mejorar comportamientos que no dependen de pensamientos ni creencias, es poco menos que convertirte en chamán de tu propia vida profesional.

No te obsesiones con lo que quieres ser, enfócate mejor en lo que quieres hacer

Para cambiar tus hábitos apunta a lo que quieres alcanzar

En primer lugar, detalla las metas o resultados específicos que has decidido obtener y luego especifica aquellos comportamientos y estilos de vida que te facilitarán su consecución.

Los objetivos y resultados alcanzados determinarán tu identidad o identidades personales y profesionales.

Otro modelo para el cambio es intentar definir primero una «nueva identidad» y luego construir los hábitos basados en esa percepción u objetivo más existencial.

En esta segunda perspectiva, el primer paso sería establecer quiénqueremos llegar a ser y cada hábito sería una consecuencia de esa identidad, y no al revés.

De esta forma, en lugar de afirmar «soy el tipo de persona que quiere esto», diríamos «soy el tipo de persona que es esto»:

La meta definida no sería leer libros, la meta sería convertirse en lectora.

No sería correr maratones, sino convertirse en corredor o en deportista.

No aprender a tocar un instrumento, sino convertirse en músico.

No educar, proteger y querer a mis hijos, sino convertirme en un buen padre.

Cómo verás por el título que elegí para este apartado, ante la disyuntiva ser versus hacer me posiciono con claridad:

Déjate de elucubrar sobre identidades y enfócate en comportamientos, porque así se conformarán de forma natural  las diferentes facetas de tu identidad.

Y elijo la «vía comportamental» del cambio por una razón:

Cuando específicas bien lo que quieres hacer, sabes lo que tienes que hacer

Por el contrario, si utilizas como referencia de mejora lo que supuestamente quieres «llegar a ser» puedes montarte un lío monumental y puede crearte una crisis existencial cuando no alcances algunos de los objetivos que son «requisitos» para alguna de tus identidades y te hagan poner en duda, por ejemplo, si eres buen padre, buen profesional o buena persona.

A ver, espero estar explicándome bien o no demasiado mal.

Por supuesto que es un buen comienzo elegir nuestras identidades ideales para imaginarnos y proyectarnos.

Por ejemplo, como buenos progenitores, buena parejas, buenos/as amigo/as, buenos profesionales o buenas personas.

Pero esas identidades que «seremos», cómo nos percibiremos y valoraremos, y cómo lo harán los demás los demás dependerán directamente de lo que hagamos y consigamos de forma cotidiana en los diversos contextos relacionados con cada una de esas identidades.

«Lo importante son las personas»

Los/as directivos/as de la mayoría de las empresas declaran que esta frase representa su principal valor.

Y es que cada organización también quiere generar identidades positivas, como la de ser una «empresa humana».

El problema es que una identidad definida de forma genérica solo es una marca, y el «humanismo» es un concepto muy diferente en función de los comportamientos, prácticas, decisiones y relaciones que muestran las personas que integran cada empresa.

De hecho, muchas empresas y profesionales que se presentan de forma grandilocuente como humanistas en realidad solo están pendientes de los resultados mientras aparentan preocuparse por los empleados.

¿Quién no querría SER y, sobre todo, quién no quiere VERSE e identificarse con las marcas «buena persona» y «buen profesional»?

Lo que puedes ser es lo que puedes conseguir hacer

De hecho, muchas veces no sabremos qué queremos hacer hasta que lo hagamos.

Y aún así tendremos dudas.

En síntesis, para construir buenos hábitos, buenas prácticas y buenos valores parece buena idea empezar por definir de forma operativa esos buenos hábitos, esas buenas prácticas y esos buenos valores.

Y cuando formen parte de nuestra vida ya decidiremos cómo denominar a las supuestas identidades que se hayan generado alrededor de esas conductas.

Si quieres avanzar con más efectividad y sin confusión, en lugar de ponerte como objetivo «ser bueno/a», ponte el de «hacerlo bien».

Empecemos por mejorar los comportamientos y dejemos el marketing de los títulos y los premios de personalidad para más adelante.

Deja de preguntarte quién eres y ponte a organizar tu vida

(1) (2) (3) Estudios reseñados en James Clear, Hábitos Atómicos (2018).  Paidós

Imagen generada por Inteligencia Artificial

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