Tecnología y datos, el binomio perfecto para digitalizarse

Andrés Macario    25 marzo, 2019

Las revoluciones comienzan con una serie de señales de que algo está ocurriendo y que, en un principio, parecen inconexas. Lo cierto es que durante la era de la informática se estaba preparando el camino de la digitalización. Recuerdo con emoción la llegada del compact disc (CD). Calculo que debió de popularizarse en España a finales de los años 80. La consecuencia que vivimos en nuestras vidas en aquellos años fue escuchar música de mejor calidad y cambiar nuestros aparatos de música, sin abandonar los tradicionales cassettes, que seguían siendo importantes para poder grabar.

Aunque el impacto en nuestras vidas entonces no pasó del deleite o el entretenimiento, en realidad se estaba produciendo un hecho fundamental para la actual era: el CD fue el invento precursor del almacenamiento de datos digitales –bits- en disco. Inventos directamente herederos de esa tecnología fueron el CD-ROM, el disco duro o el dispositivo de grabación USB. El avance fue, por tanto, revolucionario, pero en esos tiempos quedó como un hecho aislado que no afectó a otras esferas de la vida. Por eso no fue una revolución.

Una revolución tiene que ir mucho más allá. Digamos que una revolución rompe los muros del orden establecido. La digitalización es la transformación digital del mundo en que vivimos en todos sus ámbitos. Se le ha dado categoría de revolución industrial, porque afecta transversalmente a todos los sectores y áreas funcionales: a la vida cotidiana, en definitiva. Pero entonces, ¿cómo empezó todo? La transformación digital hace referencia a un cambio profundo que se produce por la combinación de dos palancas: tecnología y datos.

Una pareja de enamorados: tecnología y datos

Una perfecta y generalizada expansión en el uso de la tecnología y de los datos impulsa sin límites la Revolución Digital. La capacidad de procesamiento de datos se duplica cada dos años, según estableció la ley de Moore (cofundador de Intel) en los 60 y los 70 que, aún a día de hoy, sigue cumpliéndose. ¿No es increíble? A mí me lo parece, tanto el hecho de que se produzca como de que el señor Moore pudiera predecirlo.

Desde entonces se ha estado duplicando el número de transistores por centímetro cuadrado en los circuitos integrados. Eso significa que un ordenador personal reduce su precio a la mitad en un año y en dos años queda obsoleto. La ley se aplica también a los teléfonos móviles y a cualquier dispositivo que utilice los microprocesadores. De hecho, la velocidad de cambio puede ser incluso mayor, porque los transistores son más rápidos, debido a la innovación en materiales.

Tecnología y datos han demostrado ser la pareja perfecta, dos fenómenos que, como dos enamorados, se retroalimentan una y otra vez. La dinámica es la siguiente: hay procesos como la realización de una llamada telefónica, el suministro de energía eléctrica o la propia reproducción de música, que antes eran totalmente analógicos. Es decir, la función de una terminal telefónica era llevar el sonido de una llamada por un cable hasta su destino; ahí terminaba su misión.

Lo mismo ocurría con el transporte de la electricidad. Hoy en día las llamadas están compuestas por datos, lo cual significa que pueden quedar guardadas y también puede quedar registrada la información relativa a la misma, como duración, hora de la llamada y números que se conectaron. La electricidad sigue siendo la misma, pero los contadores digitales permiten registrar todas las circunstancias de suministro y tensión en cada segundo que transcurre.

Así mismo, los nuevos reproductores de música pueden almacenar cuáles son nuestros gustos e, incluso, comparar unas músicas con otras para establecer unos rasgos comunes a lo que, seguramente, el proveedor de los contenidos llamará “nuestra música favorita”. Así vemos cómo las nuevas tecnologías digitales han conseguido transformar señales analógicas, eléctricas o sonoras, en datos. Digamos que el proveedor se da cuenta de que tener datos es bueno, así que busca nueva tecnología para tener más datos, convertir más estímulos físicos en datos. Tecnología y datos, un binomio que se convierte ¡en una espiral hacia el éxtasis! Y, entonces, llegan los sensores.

Llegan los sensores y el dato se torna información

Los nuevos automóviles cuentan con sensores que pueden registrar y almacenar lo que sucede durante su tránsito. Igual ocurre con las aplicaciones para la práctica del deporte. También se aplica en procesos industriales y se irá extendiendo a más sectores. De nuevo, tecnología para producir más datos.

Todo ello se potencia cuando esos datos se pueden transmitir en línea, por Internet, para, de esa forma, poder recopilar los datos de miles, millones de usuarios. Desde ese momento, los datos almacenados pueden analizarse y eso los convierte en información. ¿Y para qué quieren los fabricantes esa información?

Los resultados del análisis tienen dos salidas principales: la gestión de la relación con el cliente y la innovación, es decir, la producción de nueva tecnología que mejore la eficiencia del producto o disminuya los costes del servicio. ¡Tecnología que produce datos, datos que dan lugar a mejor tecnología!

Toda la información relativa a los datos generados se utiliza para tomar decisiones. Decisiones sobre productos o servicios que en muchos casos consisten o llevan aparejada la digitalización de nuevos procesos y la instalación de nuevos sensores. Y así llegamos a un punto en el que parece que no hay vuelta atrás.

Nadie quiere ya renunciar a esa información y a las facilidades que aporta, ni del lado de la oferta ni de la demanda: los consumidores quedan prendados de las utilidades que les proporciona la tecnología digital e igualmente los fabricantes están locamente enamorados de sus beneficios. Por eso me gusta decir que “la digitalización es imparable”. Y todo ello sucede sin que la mayoría de los usuarios –que solo ve cambios en los productos y servicios- sea plenamente consciente. Ese es el motivo que me lleva a decir que, además de imparable, “la digitalización es invisible”. ¡Y cada vez lo será más! Continuará…

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