Nada descuidamos más que a nosotros mismos

Virginio Gallardo    20 agosto, 2012

Para muchos ahora es un espacio de vacaciones, el mejor momento para pensar en nosotros mismos. La prioridad aparentemente está clara, nadie dirá que hay algo más importante que uno mismo. Como en tantas otras cosas importantes de la vida sabemos qué es lo que hay que hacer, lo difícil es hacerlo.

Vivimos tiempos muy rápidos donde se hace necesario invertir mucho en nosotros mismos, no tanto para avanzar profesionalmente como para mantenerse igual, para no retroceder.  Suele ser ahora en vacaciones cuando más pensamos que deberíamos invertir más en nosotros mismos, es cuando pensamos en qué hacemos cotidianamente con nuestro tiempo y qué deberíamos hacer.

Buscar qué queremos e intentar disfrutar con ello es un derecho que cuesta ganar. En cualquier caso nunca es demasiado tarde para ser lo que tendríamos que haber sido, ni para comenzar a hacer lo que tendríamos que haber hecho.

Nuevos tiempos, tiempos de desprofesionalización

Vivimos tiempos nuevos donde las referencias de lo que era “la vida profesional” en el pasado están caducas. Simplificando, en el pasado un profesional dedicaba un tercio de su vida a la formación, a la inversión, otro tercio a lo profesional y otro tercio retirado del mundo laboral. Muchos piensan que este sigue siendo el funcionamiento de nuestro entorno.

Pero esto no será así. El primer gran factor de cambio es que cada vez seremos más longevos, aunque no tenemos referencias de lo que esto significa, sabemos que nuestra vida laboral se desarrollará durante más tiempo, trabajaremos hasta más tarde.

Este hecho biológico que nos hace más jóvenes durante más tiempo se acompaña de otro hecho igual de nuevo y aún más difícil de entender: nuestro cerebro envejece más rápido desde el punto de vista profesional.

El cambio acelerado de nuestra sociedad hace que cada vez sea más difícil para los profesionales no caer en la obsolescencia profesional. Nuestras estructuras cerebrales, modelos mentales y conocimientos se desfasan y provocan ineficiencia profesional. La experiencia que siempre antes se había considerado una ventaja, ahora se convierte a menudo en la peor de las trampas.

En la época que nos ha tocado vivir donde la innovación cambia nuestros marcos de referencia demasiado rápido, la desprofesionalización es un escenario cada vez más probable que deja fácilmente atrás a los mejores. El futuro profesional deseado existirá para los que sepan crearlo, pero sobre todo para los que sepan mantenerlo.

Momentos de reflexión

Las vacaciones son uno de los momentos en los que más nos preguntamos si hacemos lo que deberíamos hacer. Son un momento donde solemos hacernos preguntas sobre si aquello a lo que destinamos nuestro esfuerzo nos acerca a aquellas cosas que consideramos importantes.

Se diría que las vacaciones nos permiten apartar la mirada de la rutina el suficiente tiempo para tomar conciencia de que nuestro tiempo es nuestro.

Las vacaciones consiguen rebajar la presión del tiempo, salir de las exhaustas e interminables jornadas de trabajo -salir de la caja- y conseguir el equilibrio emocional suficiente para pensar más sabiamente, para hacerse las grandes preguntas: ¿Qué debería hacer? ¿Y cómo?

Las respuestas a estas preguntas son a menudo que necesitamos más tiempo para invertir en nosotros, para seguir siendo buenos profesionales o necesitamos invertir en nosotros mismos para ser otro tipo de profesionales que más nos acercan a lo que nos gustaría hacer.

Las reflexiones de las vacaciones suelen tener la misma fortaleza de los castillos de arena que en vacaciones los niños hacen frente la playa: bonitos, formas que invitaban a soñar… pero que todos sabemos cómo acababan.

Recuperar el control interno

Los deseos son efímeros, mueren frente al hábito, mueren ante el miedo a lo desconocido…

Y las vacaciones son breves tiempos de lucidez, donde recuperamos el control de nuestros pensamientos, donde podemos alejar brevemente el estrés, lo que nos hace poder contemplar otra realidad, donde nuestras emociones fluyen más libremente y nos señalan lo verdaderamente importante. Pero donde no nos enfrentamos con nuestros hábitos.

Pero pronto volveremos al estrés, a dejarnos llevar por las circunstancias y el ruido, lo que traducido en términos de largo plazo supone precariedad personal y profesional. Supone «desprofesionalización», supone que seremos profesionales envejecidos, poco útiles, frenos a la innovación y por tanto estorbos prescindibles.

Para evitarlo solo sería necesario que esas cosas sencillas o complejas que pensamos en vacaciones relacionadas con cómo invertir en nosotros mismos se hicieran realidad: invertir en nuevos conocimientos, habilidades, nuevas experiencias que nos aporten nuevos esquemas mentales y nuevas formas diferentes de ver las cosas, invertir en aspectos físicos y emocionales que nos permitan un equilibrio personal que haga posible el aprendizaje e invertir en aquellas cosas que nos permitan tener trabajos que nos gusten, que nos apasionen y tengan sentido.

¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué invertir significa renunciar a lo que tenemos: sueldo, comodidades, etc.? Invertir es decir NO. La principal dificultad es que para invertir se necesita espíritu de inversor, una nueva forma de enfocar nuestra experiencia interna, una nueva forma de ver los problemas y soluciones. Y ese estado interno que nos permite ver de otra forma la realidad es difícil de conseguir, aunque a menudo aparece en vacaciones.

Vemos lo que nuestros ojos quieren ver y como decía Mihaly Csikszentmihalyi, uno de los padres de la psicología positiva, las personas que saben controlar su experiencia interna son capaces de determinar la calidad de sus vidas y eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices. A lo que yo añadiría que uno de los momentos que estamos más cerca de ese control de nuestra experiencia interna, de ver la realidad de otra forma, es en vacaciones, es el momento en que más pensamos en nosotros mismos… ¡Buenas vacaciones!

 

Foto @Mustafa Sayed, distribuida con licencia Creative Commons BY-2.0

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