El poder del pensamiento negativo aplicado a tu negocio o proyectoAlfonso Alcántara 26 junio, 2019 Mamá, papa, os cuento que he tardado en volver a escribir porque se incendió mi habitación del colegio de estudiantes. Tras unas semanas en el hospital, acaban de darme el alta y los médicos me dicen que me recuperaré pronto de mis quemaduras de primer grado. Mientras reconstruyen el edificio incendiado, vivo en la casa del chico que ayudó a rescatarme. Por cierto, como sé que os hacía mucha ilusión tener un nieto algún día, espero que os alegrará mucho saber que estoy embarazada. Os quiero. María. PD.: No se produjo ningún incendio en el colegio y estoy perfectamente sana. Tampoco estoy esperando un bebé y ni siquiera tengo pareja, pero he suspendido inglés, biología y química, y quería cerciorarme de que vierais la situación con la perspectiva adecuada. El optimismo que describe expectativas positivas es el optimismo por excelencia. “Decidir creer que las cosas irán bien” debería ser compatible con analizar y prever si verdaderamente hay posibilidad de que las cosas no vayan tan bien, para poder así afrontarlas con la motivación, preparación o cualificación exigidas. Porque si las cosas finalmente no fuesen tan bien como las previmos, como ocurre con frecuencia, entonces las declaraciones optimistas quedarían invalidadas. En resumen, ni el optimismo ni el pesimismo como creencias sirven de mucho, lo importante es el análisis de nuestras posibilidades y probar controlando los riesgos, si es posible, para comprobar qué resultados vamos obteniendo. La promesa de que la ambición conduce a grandes éxitos tiene como contrapartida la realidad de que desear demasiado hace más probable una vida profesional y personal insatisfactorias. «Si quieres, (no) puedes» El “si quieres, puedes” está muy condicionado por el número de oportunidades disponibles y por el perfil de los competidores. Muchas veces, aunque quieras y te prepares mucho, no podrás conseguir lo que pretendes. La verdadera influencia de las expectativas optimistas sobre la consecución de mejores oportunidades profesionales o la creación de un negocio próspero dependen especialmente de la habilidad de su protagonista para gestionar los factores implicados en alcanzar esos logros y de los contextos en los que se intentan. Haciendo un símil, podríamos decir que las buenas expectativas sobre el futuro de una relación de pareja no dependen tanto de sus predicciones como de las competencias de ambos para confirmarlas y de los condicionantes que las pueden hacer más probables, por ejemplo, la confluencias de intereses o el apoyo de las respectivas familias. Ser optimista o recibir optimismo no mejoran per se las cosas e incluso pueden ser perjudiciales por la frustración que puede implicar no conseguir lo que se espera. Un aviso sobre el daño que causa la esperanza mal entendida lo encontramos en Teresa Mendoza, la protagonista de La reina del sur (Pérez Reverte, 2009): “Podría suceder que la ambición, los proyectos, los sueños, incluso el valor o la fe, en vez de dar fuerzas te las quitaran, porque la esperanza la volvía a una vulnerable, atada al posible dolor y a la derrota; tal vez de ahí resultaba la diferencia entre unos seres humanos y otros, quizás la única solución era no confiar y no esperar”. Sobreestimar el éxito conduce al fracaso, prever el fracaso facilita el éxito. Hace años escuché a Luis Rojas Marcos, el famoso psiquiatra español que forjó su carrera en Estados Unidos, contar una anécdota sobre una de sus pacientes: —Yo querría ser más optimista, le dijo al doctor. —Pero a usted yo ya la veo contenta, ¿no? —Sí, pero quiero serlo más, porque he leído que el optimismo ayuda a superar el infarto. Optimismo exacerbado La cultura del optimismo exacerbado genera más frustración y confusión que otra cosa, porque incita a las personas no solo a querer sentirse bien, sino incluso a obligarse a sentirse y pensar “bien”, como si esas sensaciones fuesen la causa de una vida satisfactoria, en lugar de lo que son, una consecuencia de tener una buena vida. Si quieres evitar frustraciones innecesarias, date un margen mayor de posible fracaso (un 20% más, por ejemplo) y busca asesoramiento para ajustar tus expectativas a las condiciones reales. Somos optimistas al inicio, pero realistas al final. Qué remedio. Es mejor ser pesimista en estimar el éxito, porque te obliga a prepararte de forma más exhaustiva. Según un interesante estudio sobre emprendedores (Gavin Cassar, Justin Craig, 2009: Journal of Business Venturing), las personas que fracasaron intentando montar su negocio, cuando analizan el proceso en retrospectiva, tienden a evaluar que sus probabilidades de éxito eran menores que las que valoraron cuando empezaron el proyecto. Tras una mala experiencia personal o profesional, a toro pasado tendemos a pensar: “Pero cómo me embarqué en esa aventura, si estaba claro que no iba a salir bien”. Y al contrario, cuando alcanzamos un logro, cuando echamos la vista atrás sobrevaloramos la seguridad que teníamos de que el proyecto saliera bien, nos venimos arriba. Para mantener la motivación, es importante moderar nuestras expectativas para controlar la frustración que supondrán los fracasos, retrasos y obstáculos imprevistos. En la vida profesional siempre es inteligente disponer de al menos dos alternativas concretas. Elaborar un plan B es una sana forma de aceptar que no siempre podremos. Anima pensar que, en caso de fracaso, se tienen alternativas potenciales, incluso se puede bromear diciendo que no solo tienes un plan B, sino que cuentas con planes C, D, E y así hasta el final del abecedario. Pero más efectivo que imaginar planes de emergencia es elaborarlos. Elaborar un buen plan B no es pensarlo, es hacerlo, e implica esfuerzo y recursos que también hay que planificar. La felicidad no tiene plazos Tardarás en ‘arreglar’ tu vida un tiempo proporcional al que usaste para ‘estropearla’, y tus metas requerirán más dedicación cuanto más ambiciosas sean. Parece un error pensar que la felicidad se alcanzará en un plazo determinado o cuando se logre una determinada meta, como si se tratara de una manzana que puede arrancarse del árbol, por ejemplo, al conseguir un empleo público o comprarse una vivienda. Para evitar estos problemas de perspectiva, el filósofo Fernando Savater tiene un antídoto de carácter estoico: “Nunca pienso en el futuro más allá de las próximas tres horas». Suelo introducir las sesiones de motivación de profesionales contándoles que para alcanzar sus objetivos se requiere tiempo: “Vas a tardar en alcanzar tu meta entre 6 meses y 2 años. ¿Sigues interesado en mejorar tu vida profesional?” Obviamente, no sé cuánto tiempo será necesario en cada caso, pero solemos quedarnos cortos estimando el que necesitaremos para alcanzar metas o solucionar problemas. Especificar una horquilla temporal amplia ayuda a reducir el desánimo. Las personas dejan de inquietarse u obsesionarse con el tiempo necesario para la consecución de sus objetivos cuando saben que el plazo es variable: depende de su esfuerzo, pero también de condiciones que no controla. Cuando nos va mal, qué difícil es cambiar las cosas y qué esfuerzo, tiempo y suerte se necesita, ¿verdad? Lo bueno siempre tarda en llegar incluso cuando nos esforzamos mucho. Y a veces no llegará. El poder del pensamiento negativo ¿Es positivo pensar que las cosas pueden salir mal? ¿Puede ser positivo pensar ‘en negativo’? Winston Churchill se declaraba optimista, porque “no le parecía muy útil ser otra cosa”. ¿Seguro? Las citas o frases ingeniosas no son más ciertas porque lo parezcan o porque nos animen. El buen pesimismo implica ponerse en lo peor para prepararse mejor. Tal vez ser pesimista y pensar que las cosas pueden ir mal te haga planificar mejor, ser más previsor y trabajar más duro. Tal vez ser optimista y creer que todo va a ir bien haga que te confíes, trabajes menos y estés menos preparado para el futuro. El pesimismo no es una actitud negativa o un compendio de malas vibraciones. El pesimismo bien entendido y aplicado se refiere al buen análisis y a la planificación, no a las emociones negativas. Los estudios muestran que los pesimistas no tienen mal concepto de sí mismos, ni están abocados a la depresión, ni a una peor salud. Julie Norem (El poder positivo del pensamiento negativo, 2002) definió el pesimismo defensivo como “ponerse en lo peor” y prever cómo las cosas podrían ir mal, una estrategia que ayuda a las personas preocupadas a dominar su ansiedad, de modo que esta se vuelva a favor y no en contra y permita rendir al máximo. Esta actitud parece más realista y permite amortiguar el impacto emocional si las cosas salen mal, sin excluir la parte correspondiente de la responsabilidad personal en los fracasos. Ser pesimista defensivo aumenta la eficacia Con frecuencia el pensamiento pesimista puede suponer una ventaja. Anticiparse al fracaso en un examen o en una charla pública puede motivar a ciertas personas a estudiar más o a prepararse mejor para así contrarrestar el pronóstico. La Ley de Murphy de la «no reciprocidad de las expectativas»’ dice que las expectativas pesimistas producirán resultados negativos, y las expectativas optimistas también. Pero a pesar de la fuerza de esta ley, la relación entre expectativas y eficacia podría ser inversa, a peores expectativas, mejor rendimiento. Aquellos que no prevén sus fracasos pueden fracasar más. Tender a esperar lo mejor puede tener consecuencias negativas. Eso sí, las expectativas pesimistas pueden producir un nivel mayor de emociones negativas durante el proceso, pero las expectativas optimistas generan más fracaso e irresponsabilidad y, por tanto, mucho mayor malestar al final. Si estás buscando mejores oportunidades profesionales o quieres hacer crecer tu negocio, aplicar el pesimismo estratégico puede aumentar tu efectividad y contrarrestar la frustración que conllevan los fracasos. Pero ojo, porque pensar que las cosas pueden ir mal no tiene nada que ver con sentirse mal ni con ser negativo, sino con prepararse para lo peor y así tener más posibilidades de disfrutar de lo mejor. El optimismo sin planes rigurosos no sirve de mucho. Bueno, la verdad es que el optimismo y el pesimismo meramente emocionales, no estratégicos, no sirven de mucho. Lo importante es lo que hagas. Por ejemplo, si quieres ser un directivo motivador que evite frustraciones innecesarias, no digas a tus profesionales que salgan de su zona de confort, ayúdalos a hacerla más grande. Si te interesa mi consejo sobre el potencial éxito de tu proyecto profesional o de tu empresa, voy a hacer este pronóstico: puede pasar cualquier cosa. Consejos para un marketing conversacional efectivoCómo prevenir un ciberataque y qué hacer si ya has sido atacado
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