¿Qué necesitamos para disfrutar de la revolución digital?

Virginia Cabrera    3 septiembre, 2018

Dicen que lo único en la vida que no cambia es el propio cambio. Que cambiar es algo que hacemos constantemente, que nadie se baña dos veces en el mismo río. Así que, acostumbrados como estamos, daremos por descontado que no somos alérgicos a él. Sin embargo, hoy la sensación de vértigo nos invade a casi todos. Asumimos que vienen nuevos tiempos, pero nos ponemos en “modo rana” con pereza para saltar de la olla donde el agua se va calentando…

El cambio duele en la misma medida en que te resistas a él  

Todos conocemos a personas con el perfil  “don Erre que erre”, que no están dispuestas a realizar ningún cambio dentro de su esquema establecido, aunque ello les suponga pérdidas en su trabajo o en su vida. Alguna hay por ahí que aún anda sin correo electrónico o sin WhatsApp, porque “le agobian”, convencida de que si no la llamas es porque no te importa lo suficiente. Sé por experiencia que tratar de convencer a este tipo de personas es misión imposible. Pero lo cierto es que ellas se lo pierden, porque a la postre van perdiendo el tren, sin conseguir que seamos los demás quienes nos quedemos con ellos en la casilla de salida. Llamar, ya solo llamamos a nuestras madres, reconozcámoslo.

En general, la mayoría  de personas opta por ir al “tran tran”, agarrándose a duras penas a la tabla para que la corriente no las ahogue, sobrellevando los cambios con fatalismo y con adaptaciones mínimas que les permitan seguir adelante, incorporando a regañadientes tecnologías en las que no creen, pero que implementan porque lo hacen todos. Se resisten y protestan, pero acaban llevando su informática a la nube, aunque sea al límite de quedarse sin otra opción.

Sin embargo, hay personas que saltan a la primera, abrazando los cambios con decisión y con alegría, con osadía pero con cabeza, apalancando su miedo en los beneficios probables. No tienen ni la seguridad del éxito ni la garantía de un buen resultado, pero se muestran confiados y entusiastas, animando incluso a otros a seguir su ejemplo. Abren sus ojos y sus oídos a lo nuevo, evalúan los riesgos y se ponen manos a la obra, asumiendo cada cambio como el regalo de una nueva oportunidad.  ¡Y vaya si disfrutan haciéndolo!

¿Cómo aprender a asumir un cambio tras otro?

¿De dónde sale esta energía para el salto alegre y decidido? Pues de la predisposición emocional de estas personas a participar activamente, asumiendo el control y la dirección del proceso. De una configuración mental que eligen, y en lugar de asustarse por la ola que aparece en el horizonte, corren hacia una tabla y disfrutan surfeándola sin ponerle un solo “pero”. Asumen, que pueden caerse y llevarse un revolcón, pero no dejan que esta posibilidad les amargue la fiesta.

Este tipo de personas tiene ciertas habilidades y capacidades para cambiarlo todo:

  • Motivación, porque cuando le echas ganas todo es más fácil. Entusiasmo viene del griego enthousiasmós (cuya raíz en-theos, significa estar con lo sagrado) y representa algo así como “rapto divino”, escenificando una conexión profunda con el impulso creador, un “dejarse arrastrar» con aquello que se desea hacer, y que influye (no lo digo yo, sino la RAE), para quien el entusiasmo es “esa adhesión o inclinación que mueve para favorecer a un empeño o dedicación”.
  • Toma de control, pues cuando sientes que eres tú quien va “al volante”, te sientes poderoso. Lo impuesto se hace cuesta arriba, pero cuando eres tú quien pone los “deberes”, hasta lo más complicado se vuelve ligero y divertido. Dejar de asumir que las cosas suceden fuera, cambiando el enfoque para ser tú quien hace que sucedan, cambia tu percepción mutando pereza y esfuerzo en ilusión y satisfacción personal, por no hablar de lo que esa actitud mejora tu autoestima.
  • Objetivos, porque ponerse pequeñas metas sin duda ayuda a “comerse el elefante a trozos”. Y te permite, poco a poco, incorporar a tu plan objetivos más ambiciosos. Una de las principales razones por las que la mayoría no logra lo que desea es porque no ha decidido qué quiere. No ha definido sus aspiraciones de forma clara y detallada. En el inicio, no es necesario saber cómo vas a llegar allí; lo que importa es saber que quieres llegar. Tienes que descubrir hacia dónde quieres ir. Si tienes una idea clara del qué, el cómo se irá revelando en el camino una vez que te pongas en acción. Incluso sin tener muy claro cómo hacer para cumplir las metas.
  • Ayudar a otros, porque servir le da sentido al proceso. Si tuviera que elegir un aspecto diferencial de la revolución digital, me quedaría con la colaboración. Coincido con Yuval Noah Harari, el autor de Sapiens, cuando dice que la tecnología está haciendo realidad una de las grandes especialidades de nuestra especie, la cooperación a gran escala. Porque, a diferencia de otras especies, que solo cooperan con aquellos individuos a quienes conocen personalmente, los humanos somos capaces de cooperar sin conocernos. Enriquecer el entorno con nuestras aportaciones es la mejor manera que conozco de enriquecerte a ti mismo y de encontrar sentido a eso que te resulta tan difícil hacer, perdiendo de golpe el miedo al fracaso, que ahuyentan los demás al reconocer el valor que les aportas.

¿Qué actitudes me ayudarán a disfrutar de los cambios?

Asumiendo que cada persona y empresa son un mundo y que hay contextos que pueden ponerlo todo más difícil, yo animaría a todos a desarrollar habilidades que permitan gestionar los cambios con más proactividad, incorporando ejercicios y pequeños retos que fomenten:

  • La observación sin juicio, que incorpora a la ecuación flexibilidad y escucha interna para estar atento a las emociones que los cambios nos provocan. Solo cambiando lo que pensamos podemos cambiar lo que sentimos.
  • Asumir el cambio como una constante, como algo cotidiano que forma parte de nuestra vida y que abre puertas. No como una ruptura, ni como un hito asociado a la pérdida, sino más bien como un flujo lleno de oportunidades.
  • El desarrollo activo de capacidades “blandas”, como el autoconocimiento, el pensamiento positivo o la gestión del error, entendiendo que el cambio requiere “estar en forma” para actuar sobre él en primera persona y evitar así vivirlo como una adversidad.
  • La apuesta por remar a favor, estudiando el fondo de cada nueva situación con voluntad de comprender en profundidad los impactos, estimulando tus contribuciones individuales, pero también con un ojo puesto en “evangelizar” a quienes te rodean, contribuyendo así a crear cultura.
  • La serendipia, que consiste en “dejarse llevar”, sin obsesionarnos por controlarlo y planificarlo todo, que permite hallazgos inesperados pero que somos capaces de reconocer como afortunados y valiosos aun cuando esperásemos una cosa distinta, porque sólo abriendo la mente para dar valor a lo imprevisto podremos adaptarnos con alegría a lo que surja.

Cuando refuerzas tus competencias para gestionar cada mañana tu día, incluso sin saber de antemano qué reto te tocará hoy, no sólo sufres menos, sino que facilitas mejoras a tu equipo, a tu familia y a tu empresa. Y eso, qué duda cabe, mejora el buen ambiente y el rendimiento de todos, minimizando cualquier roce derivado de un escenario lleno de incertidumbres.

Subirte decididamente al carro y adoptar motu proprio una mentalidad más digital no sólo te convertirá en una persona más “empleable” o hará tu empresa más rentable, es que además te hará la vida más fácil. Porque, cuando asumimos en primera persona nuestro propio desarrollo, sentimos que llevamos las riendas en un mundo que gira a toda velocidad. Y esa sensación de control nos hace más felices a todos sin excepción.

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