We Are Knitters: «Es imposible montar un negocio si no estás obsesionado»Raúl Salgado 5 junio, 2019 Hace diez años, una joven española tuvo una idea que, a la vista de los resultados, fue brillante. Tras un viaje en metro por Nueva York, en el que vio a una chica joven tejiendo, decidió poner en marcha, junto a un compañero, un proyecto más propio del siglo pasado, cuya materia prima sería la lana 100% natural. Desde entonces han logrado “tejer” un negocio de 10 millones de euros. We Are Knitters es una marca online que vende kits para tejedores y ovillos, y que ha conseguido volver a poner de moda algo tan tradicional como tejer ropa. Su CEO, Pepita Marín, no da puntada sin hilo. “La “lanaterapia” es el yoga del siglo XXI. Sirve para concentrarse, como contrapunto a nuestra actual hiperconexión”, nos cuenta por teléfono un domingo por la tarde… – ¿Cómo se monta un negocio de casi 10 millones de euros? Poco a poco. Llevamos una trayectoria de ocho años. Durante los dos primeros lo hacíamos todo de manera precaria, pues apenas teníamos capital y destinábamos el dinero a la compra de lana. Después empezamos a hacer comunidad con Instagram, Facebook y las redes sociales, aunque sin perder de vista las ventas. Nuestro objetivo siempre ha sido vender, porque esa era nuestra fuente de financiación, y cuidar al cliente. Luego, cuando vimos la oportunidad de hacer negocio internacional, entró capital riesgo, que fue un catalizador que nos hizo crecer más rápido. – ¿Pero cuál ha sido la evolución de la empresa? Los dos primeros años estuvimos Alberto Bravo y yo solos. Más adelante facturamos 120.000 euros anuales, una cifra que ahora mismo podemos conseguir en un día bueno. Demostramos que era un negocio con un buen margen y una buena repetición; y con esos números fuimos a ver a inversores. En 2014 logramos el primer millón de euros, del que la mitad procedía de fuera de España. Dos años después casi alcanzamos los 5 millones. En esa época, 2016, crecimos mucho, sobre todo a raíz de la apertura del almacén en Estados Unidos, que era mi obsesión. Sabía que si allí crecíamos, triunfaríamos. Lo abrimos en 2015 y nos dio un empujón. Pese a nuestro importante crecimiento, teníamos un equipo de 15 personas. Entonces vimos que podíamos perder el control y decidimos profesionalizarnos. Empezamos a trabajar con bancos que nos financiaban el circulante y querían que fuéramos rentables. Forjamos una estructura más escalable, sólida y robusta. En el último año hemos facturado 10 millones de euros, de los que el 95% procede del exterior. Y en 2020 esperamos escalar hasta los 12 o 13 millones. – Pues a priori se trata de un negocio poco glamuroso y dirigido a un nicho pequeño… En PwC (donde trabajábamos) nos lo dijeron, pero yo estaba convencida de que en el nicho estaba la oportunidad. Eso nos ha permitido crecer con bastante libertad. – ¿Lo suyo es visión o vocación? Visión en el sentido de captar una tendencia en el momento adecuado, antes de que llegara a España y Europa. Pero más allá de la idea, lo que importa es la ejecución. Y ahí está la vocación de levantar una empresa. En mi caso, mi pasión no es tejer, sino la moda, la imagen, el hecho de crear algo desde cero. – Y eso puede convertirse en una obsesión. Totalmente. Hablar de la pasión del emprendedor es una forma muy bonita de ocultar lo que hay detrás. Es imposible montar un negocio si no estás obsesionado. – ¿Cuál es la clave de su éxito? Saber esperar sin obcecarnos. Muchos habrían tirado la toalla antes. – ¿Cree en la suerte? Sí y no. Solo con suerte no salen las cosas. Pero es verdad que hay momentos clave que, eso sí, te tienen que pillar trabajando. Es decir, ha habido suerte, pero hemos tenido que estar ahí para que nos llegara. – ¿Existen secretos para emprender? No. Se trata de empujar y de renunciar a muchas cosas para sacar el proyecto adelante. Hay que tener energía y un foco claro. – ¿Todo el mundo vale para montar un negocio? En absoluto. Al principio iba a universidades, institutos… a evangelizar el emprendimiento, pero luego me di cuenta de que era un poco inconsciente. Siempre se cuenta lo bueno de emprender, pero lo malo es muy malo. El sufrimiento, el coste personal, la frustración… Casi siempre sale mal, aunque la prensa únicamente recoja los casos de éxito. Además, emprender es de ricos. Poca gente se puede permitir dejar un trabajo para ver si hay suerte. Pepita Marín y Alberto Bravo al principio se enfrentaron a muchas dificultades logísticas, viéndose obligados incluso a dormir en almacenes y a trabajar a destajo durante algunas Navidades para poder entregar los pedidos en tiempo y forma. Reconocen que en términos de caja siempre han ido un poco justos, al límite, y que han llegado a invertir de forma muy agresiva sin saber muy bien lo que les depararía. Sin embargo, admiten que los grandes problemas siempre han sido de Recursos Humanos. “Ahí hemos fallado mil veces. Y por mi forma de ser han sido los que más me han afectado”, confiesa. – ¿Qué recomendaciones haría a un emprendedor de 23 años, la edad que usted tenía cuando empezó? A esa edad, si recibe la llamada de la “selva”, que lo intente. Si se lo puede permitir, tiene muy poco que perder y mucho que ganar. También le sugeriría que busque recursos y que, si le va mal, lo deje. No hay ningún drama en el fracaso. – ¿Qué diferencia a un emprendedor de un empresario? La de emprendedor es una palabra muy de marketing. En el momento que se tiene más facturación, empleados y un negocio recurrente y probado, se empieza a ser empresario. A nosotros nos meten en el saco de los emprendedores, pero a día de hoy gestionamos una pyme con mucho crecimiento y muy internacional. Somos empresarios. – ¿Usted trabaja para vivir o vive para trabajar? (Piensa) Me encanta mi trabajo. 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