Calentar la silla no te hace más productivoRaúl Alonso 2 septiembre, 2015 El objetivo es claro: ocho horas para trabajar, ocho horas para descansar y ocho más para vivir y compartir. En los últimos 50 años este país ha cambiado radicalmente; sin embargo, continúa imponiendo unos horarios laborales que ya no se corresponden con los hábitos de vida de su población, unas jornadas diferentes a las que disfrutan nuestros vecinos europeos, donde las continuadas o de 8:00 a 17:00 son comunes, acercando a millones de ciudadanos a ese ideal de la conciliación entre la vida laboral y privada. Calentar la silla no nos hace más productivos. Son habituales los estudios que advierten sobre los peligros del “presentismo” laboral en términos de bajas médicas, falta de motivación o, simplemente, ineficiencia. La gran empresa española parece tomar consciencia del problema; en los últimos años asistimos a un lento pero continuo goteo en el que muchas corporaciones informan sobre la flexibilización y racionalización de sus horarios, mientras gran parte de la pequeña y mediana empresa continua obstinada en esa vuelta del trabajo a la hora de bañar a los niños. Es un tema sobre el que recurrentemente discuto con sus empresarios. Sin embargo, hasta muchos de la nueva generación identifican al empleado ejemplar con el que más horas echa en su puesto de trabajo. Bastaría establecer controles de evaluación por objetivos para saber que esto no es siempre así. Eso, y no convocar reuniones a las siete de la tarde, no prolongar las comidas hasta las cinco, acompasar el horario de entrada del jefe al del resto de la plantilla y, en definitiva, erradicar unos hábitos que en otras latitudes ponen los pelos de punta. En la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE) llevan desde 2003 trabajando por la causa, pero su innegable esfuerzo de concienciación no fructificará hasta que este tema -no menor- llegue a la agenda política. Algo que pese a varias iniciativas, finalmente parece ser susceptible de eternos aplazamientos. Pasa a la acción A la espera de una legislación o un clima social acorde con los nuevos tiempos, que reconozca e impulse los nuevos modelos de trabajo y organización empresarial, os propongo que desde este mes de septiembre pasemos a la acción. Si también estás convencido de que el equilibrio de las esferas personal, familiar y profesional se dificulta con interminables jornadas de lunes a viernes y hedonistas sábados y domingos, trabajemos en pequeños cambios que nos devuelvan a una rutina más racional. Supongo que os estaréis preguntando cómo hacerlo (confieso que estoy en la misma tesitura), pero me siento optimista y se me antoja que adoptando nuevas pautas sencillas lograremos grandes cambios. No me comprometo a cumplirlas todas pero, al menos, sí a liberarme de esa inercia que cada septiembre sepulta esa necesidad de mejorar mi día a día en el nuevo “curso”. No dilatar la jornada laboral hasta la extenuación. Aunque muchos profesionales autónomos y empresarios afirman que sus horas más productivas son las últimas del día, prolongar por sistema el horario de trabajo genera agotamiento físico y psíquico. Ser puntual en todas las citas, presenciales y telefónicas. Además de una norma básica de cortesía, evita esos molestos tiempos muertos. Ser respetuoso con el tiempo y el trabajo de los demás, limitando las interrupciones a las verdaderamente necesarias y acortar las charlas de pasillo. Dedicar unos minutos a la programación de las tareas diarias, asignándolas unos tiempos estimados de ejecución pero sin obsesionarse con su cumplimiento, hay que dejar espacio a la improvisación. No convocar reuniones innecesarias, y cuando haya que hacerlo incluir en su convocatoria un orden del día, objetivo y el tiempo límite de celebración. Confiar en la capacidad de organización de los subordinados. Al menos hasta que demuestren lo contrario, dejarles que ejecuten sus tareas con libertad marcando unos plazos de entrega. Reservar unos minutos a interesarnos por el día a día de las personas con las que se comparte la vida, hablar con los hijos y supervisar su rendimiento escolar. Cenar en familia, limitando los compromisos profesionales de tarde y noche al mínimo. Asumir un reparto equitativo de las tareas domésticas y familiares. No engancharse al televisor, a ningún contenido que se prolongue más allá de la medianoche. Aprovecho para celebrar la iniciativa de TVE de adelantar la hora de su prime time. Leer un buen libro a las 12:00 de la noche para conciliar un sueño reparador. Respetar un mínimo de siete horas de sueño. Siempre he admirado a esas personas que afirman funcionar como un reloj suizo con cinco horas, pero no es mi caso. Disfrutar de un energético desayuno para evitar interrupciones hasta la hora de comer. Reservar siete horas semanales para actividades de formación y/o deporte. ¿Nunca diste con la solución al problema planteado nadando en una piscina o corriendo por el parque?, ¿realizar un curso de formación no te sirvió para abrir nuevos horizontes profesionales? Uno de los objetivos de la racionalización de los horarios es dedicarse tiempo a uno mismo, pero no exclusivamente para el cuidado de la salud y la mente, sino también para pensar y mejorar. Según recientes declaraciones de José Luis Casero, presidente de ARHOE, la conciliación de la vida familiar y laboral permitiría incrementar la productividad de las empresas hasta un 3%. Foto: pixabay Google Analytics para principiantes (V)El ‘retail’ no debe defenderse del cambio, sino adoptarlo
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