La falta de ambición emprendedora nos condena al país de la micropyme

Raúl Alonso    16 agosto, 2016

¿No has tenido nunca la sensación de que ese jardín no debías pisarlo? Pues es la que tengo al escribir estas primeras frases, pero aún así lo voy a hacer, y es que soy un convencido de que de vez en cuando conviene enfangarse un poco: el emprendedor español peca de falta de ambición. Ya está dicho.

Una acusación que permite explicar que la pyme siga representando al 99,88% del tejido empresarial español, pese a que llevamos décadas diciendo que el vuelco hacia una economía más vital, sostenible e innovadora pasa por crear organizaciones de mayor tamaño y en especial se hable de la importancia de fortalecer a la mediana empresa.

En concreto existen 3.114.361 empresas. Sin embargo, cerca de la mitad de ellas son microempresas (hasta nueve trabajadores), de las que una mayoría son personas físicas. Por su parte, existen 3.839 grandes empresas que representan el 0,1% del tejido empresarial español en número, y 18.011 medianas, el 0,6% (estas últimas tienen entre 50 y 249 trabajadores). La estadística es del informe Retrato de las pyme 2015, del Ministerio de Industria, Energía y Turismo y creo que aclara el contexto.

Esta anatomía empresarial apalancada en pequeños proyectos dificulta que la influencia de estas organizaciones vaya más allá del radio local. Hace albergar pocas esperanzas de que en los próximos años veamos nacer referentes empresariales internacionales, unicornios de la nueva economía o como los queramos llamar. Más aún si pensamos que en un momento de implantación de la llamada sociedad del conocimiento, el 56,2% de estas pymes operan en el sector servicios y el 24,3% en el comercio.

 

Proyectos para la supervivencia

Pero voy a tratar de avanzar un poco más en la reflexión que os propongo: ¿por qué el emprendedor español se estanca en el pequeño proyecto?

El acercamiento más completo que conozco al fenómeno emprendedor es el de Global Entrepreneur Monitor (GEM), informe que en España apoyan desde hace 16 años el Grupo Santander y la Fundación Rafael del Pino. En su edición de 2015 afirma que hoy entre cinco y seis de cada cien españoles adultos se encuentran involucrados en actividades emprendedoras en su fase inicial. De este modo, España tendría una tasa de actividad emprendedora (TEA) del 5,7% frente a un promedio de las economías basadas en la innovación del 8,5%. Este medidor está muy alejado del de países como Canadá (con el 14,7%), Estados unidos (11,9%) o Corea (9,3%), pero no tanto de otros como Países Bajos o Suecia (7,2% para ambos) o incluso por encima del de Alemania (4,7%) o Italia (4,9%).

En conclusión, aunque inferior a la media, el número de emprendedores no nos diferencia en exceso de lo que ocurre en otros países de nuestro entorno. Pero incluso los que en 2015 tuvieron una TAE menor, como la citada Alemania, conseguirán materializar ese impulso en empresas de mayor tamaño (un país en el que la mediana empresa tiene una gran aportación a su riqueza nacional). Entonces, ¿qué ocurre?

Casi un 24,8% de los españoles emprenden al no encontrar otra salida a su carrera profesional. Así, uno de cada cuatro proyectos iniciados en 2015 fue impulsado por emprendedores por necesidad, no por vocación. Un dato a todas luces relevante. Y el 73,5%, el que lo hace por haber detectado una oportunidad, tenía como principal motivación ganar independencia (el 55% ) o mejorar sus ingresos (32,6%). Algunos lo llamarán realismo, pero estas motivaciones tan lícitas como terrenales nos alejan de ese instinto transformador al que muchos nos gusta asimilar la figura del emprendedor.

Una visión esencialmente práctica que quizá tenga mucho que ver con la edad con la que los españoles iniciamos los proyectos: el 74,8% tenía 35 años o más, y el tramo de edad más activo es el de 34 a 44 años, con el 39,8%. A nadie se le escapa que la experiencia con la que los españoles emprendemos posiblemente aporte ventajas pero no en términos de audacia, es un momento del periplo vital en el que pesa más la seguridad que el riesgo. De hecho, las expectativas de crecimiento de estos nuevos proyectos eran de tan solo el 14,6% . Este dato contrasta con el de Alemania (el 28,8%) o con el del 25% que informe GEM fija como media. Y si habláramos de perspectivas de exportación, la comparativa saldría peor parada.

Quien no haya desistido de la lectura en este mar de datos se estará preguntando adónde quiero llegar.

 

Los referentes: ¿quién es el protagonista del relato?   

Somos muchos los que llevamos años hablando de la necesidad de prestigiar la figura del emprendedor y, por encima de ella, la del empresario. Los que defendemos que España debe crear un ecosistema que potencie la creación de empresa, y en consecuencia de riqueza y empleo. Prédica de unos pocos que con la crisis se convirtió en clamor general, cuando la política y otros poderes fácticos identificaron estos objetivos con la tabla de salvación del país. Pero ahora me pregunto si estábamos equivocados. Si todos estamos equivocados.

Desde luego el mensaje no parece haber influido mucho en el estatus quo. Los índices de percepción analizados por GEM permanecen en baremos muy similares, cuando no han empeorado. En 2005 la percepción de oportunidad para emprender a seis meses vista era del 28%, diez años después del 26%, tiempo además en el que la revolución de la economía digital ha pasado de promesa a realidad.

El mensaje no ha calado con eficacia, entre otras razones, porque no hemos sido capaces de construir historias. España necesita un relato emprendedor propio, referentes cercanos que demuestren que el esfuerzo merece la pena, que el esfuerzo sirve para construir una sociedad más justa y próspera. Pero cómo es posible construirlo cuando los referentes son tan pocos.

 

Menos espíritu emprendedor y más innovador 

Quizá todo ese esfuerzo divulgativo y sobre todo educativo, esas subvenciones, ese discurso oficial y extraoficial, incubadoras y aceleradoras deban dirigirse aún más a potenciar la innovación. Pero de verdad. Un país que innova es emprendedor en sí mismo, aunque tan solo sea por la necesidad de mostrar su descubrimiento.

Tengo la sensación de que la falta de ambición del emprendedor español, que el emprendedor español se estanque en la micropyme, tiene mucho que ver con la escasísima innovación con que acompaña a sus proyectos. El 65,6% de los proyectos no tenían ningún componente innovador en 2015 frente al 51,5% de media en los países de nuestro entorno.

Yo sí que creo que el ecosistema emprendedor español ha avanzado en los últimos años, es probable que todavía sea incipiente y poco percibido por la sociedad, pero no podemos quedarnos ahí hay que dar un paso más allá para que además sea innovador. Y no es solo una cuestión de fondos, siempre hay dinero para una ambición innovadora capaz de asentar esa mediana empresa que nuestra economía tanto necesita.

 

Foto: mureut

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