Un hombre, un robot

Alberto Mena    31 mayo, 2016

En la nueva edición de Computex, el evento más importante de tecnología de Taiwan, la empresa Asus presentó un nuevo robot llamado Zenbo, para hacer compañía en el hogar a pequeños y mayores, con unas capacidades muy interesantes, disponible por menos de 550 €. También, en este blog se entrevistó hace unas semanas a Enrique Dans, quien aseguró que «muchos puestos directivos serán desarrollados por máquinas«. El diario El País publicó hace un par de días una noticia con un titular inquietante «La automatización pone en riesgo un 12% de empleos en España«. En La Razón también se publicó hace poco más de un mes «Los frentes en los que se libra la batalla hombres vs máquina«. En El Mundo se preguntaban ayer a propósito de la posible compra de Boston Dynamics, propiedad de Google, por parte de Toyota, con un extraño titular «¿Para qué quiere Toyota a una empresa de robots con piernas?«.

Es imposible que pase una semana sin que se publique alguna noticia sobre drones, vehículos autónomos o simplemente robots. Desde que John McCarthy acuñó el término «inteligencia artificial» en la conferencia de Darthmounth en 1956, se ha venido hablando cada año de las posibilidades de crear organismos artificiales que emulen las capacidades de los humanos. Después del punto de inflexión de la derrota de Gary Kasparov contra la supercomputadora Deep Blue en mayo de 1997, las cosas han seguido acelerándose cada vez más y podemos decir, 60 años después de esa histórica conferencia, que los tres conceptos ganadores son realidad virtual, drones y robots. Los tres están relacionados, pero la expresión máxima de desarrollo en inteligencia artificial se conseguirá con robots, sin ninguna duda.

Un cambio que lleva 60 años tomando fuerza poco a poco, resulta lógico que a las personas les cueste ver que ya ha dejado de ser una promesa de futuro para ser el presente. No se trata de pensar en Skynet, la red de ordenadores de la película Terminator, que tomó conciencia de sí misma el 4 de agosto de 1997 y lanzó un ataque nuclear contra los rusos, momento en que los humanos, presas del pánico, intentaron sin éxito desconectarla. El resto es historia. No estamos en ese punto, al menos no aún, si bien algunos científicos sí creen que los robots son una amenaza real en el largo plazo. Edge, la conocida web sobre ciencia, publicó un libro titulado «What to think about machines that think« (qué pensar sobre las máquinas que piensan), que recopilaba artículos de opinión de importantes científicos sobre el tema. Hay opiniones más y menos optimistas, pero una mayoría pensaba que era cuestión de tiempo que las máquinas nos superasen en un buen número de tareas profesionales.

Una de las noticias que más me ha impactado en las últimas semanas al respecto ha sido la siguiente: «Foxconn sustituye a 60.000 empleados de sus fábricas por robots«. Es posiblemente el mayor impacto conocido en los últimos años de la sustitución de mano de obra humana por robots. Ya no hablamos de maquinaria agrícola, no se trata de la revolución industrial, es algo que puede ser mucho más profundo y que puede cambiar el trabajo de forma radical, haciendo que desaparezcan puestos de trabajo que hoy parecen seguros y, siempre ocurre, aparezcan otros nuevos como consecuencia de estos nuevos cambios. Pero además es posible que aparezca una nueva raza de seres, unos robots con una inteligencia no tan desarrollada como la de los humanos, pero suficientemente avanzados como para hacer determinadas tareas mucho mejor que nosotros. En esta misma línea, Periscope, la empresa comprada por Twitter, ha anunciado la retransmisión de vídeo en tiempo real, incorporando una nueva sección donde sólo puedes ver grabaciones realizadas por drones.

Esta nueva amenaza, que sin duda esta vez sí que es una oportunidad, me trae a la memoria esas situaciones en las que hablas con una persona para resolver un problema y esa persona te aplica un procedimiento que alguien ha escrito a rajatabla. Sin pensar. Sin considerar nada más que el procedimiento. Siempre he pensado que esos trabajos en los que aplicas un procedimiento una y otra vez y dejas el cerebro a un lado, son presa fácil de este tipo de cambio. Si tu trabajo te convierte en un procedimiento donde no cabe la reflexión, es cuestión de tiempo que desaparezca y lo haga un robot que no necesite vacaciones, salvo unas breves revisiones periódicas.

Por último, me gustaría destacar un peligro que se cierne sobre nosotros y que, al amparo de la evolución tecnológica, puede confundirse con progreso cuando no es más que una trampa a nuestros sentidos. Esta amenaza se describe perfectamente en una obra que convendría que leyera cualquier entusiasta de los sistemas y que es todo un clásico: «The Bible Systems«, de John Gall. Uno de sus axiomas es que «los sistemas tienden a expandirse hasta rellenar todo el universo conocido». Lo que quiere decir es bastante autoexplicativo y no tiene que ver con progreso tecnológico ni con robots, sino con una propiedad de los sistemas complejos que es inherente a ellos. Es lo que ocurrió cuando desaparecieron los empleados de las gasolineras y pasamos de poder pagar sin salir del coche a tener que coger tú mismo la manguera, rellenar el depósito y entrar a pagar ¡haciendo cola! Eso no es progreso tecnológico. O lo que está sucediendo con los empleados de los hipermercados, que están siendo sustituidos por puestos de autopago. Hay una forma de no ser engañado en esto y consiste en reconocer cuándo el sistema está absorbiéndonos y forzándonos a hacer lo que antes era su trabajo, haciéndonos parte de él. Hay una gran diferencia entre que el trabajo que antes hacía un ser humano lo haga una máquina o que lo haga ahora el cliente. Lo primero es un avance, lo segundo es una tomadura de pelo, en el mejor de los casos.

 

Foto: Pixabay

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