Los cinco peores defectos de un emprendedor

Ángel María Herrera    12 septiembre, 2014

Si en el artículo anterior hablábamos de virtudes, hoy vamos a detenernos en los cinco defectos que más pueden perjudicar a un emprendedor y a su negocio.

¿Qué se puede considerar un defecto especialmente perjudicial para un emprendedor? Aquél que le aparta del objetivo último de su empresa o le hace empeorar en el desarrollo de su trabajo. Pueden ser cosas innatas a su personalidad o actitudes aprendidas. No importa cómo apareció el defecto, lo importante es identificarlo y transformarlo en una virtud. Así seremos mejores emprendedores, mejores trabajadores y mejores personas.

Vamos a empezar con un defecto que los católicos consideran pecado capital: la soberbia. Un emprendedor debe ser humilde, para aprender de todo y todos, reconocer que puede equivocarse y mejorar tras sus errores. Si deja que la soberbia le domine y se crea el mejor en su campo, puede tener dificultades para identificar peligros potenciales y hacerse débil.

Además, las personas soberbias a menudo tienen dificultades para las labores de networking, ya que no tratan con los demás de igual a igual, sino con una cierta superioridad que a menudo es rechazada por quien la sufre.

Otro defecto que se debe evitar es la falta de palabra. Hoy en día estamos muy lejos de valorar virtudes como el honor, que en otras épocas fueron cruciales, pero lo cierto es que cumplir lo pactado es vital para alguien que trata de sacar una empresa adelante. Gran parte del trabajo de un emprendedor se basa en acuerdos en los que a menudo la mayor garantía es la reputación del empresario. Si se considera que es una persona sin palabra, que no respeta lo acordado o no es digno de confianza, será casi imposible cerrar ningún trato.

Y casi tan importante como ser digno de confianza es ser capaz de confiar. La desconfianza en las personas con las que se trabaja imposibilitará al emprendedor delegar, y él o ella se verá mucho más cargado de trabajo y, por lo tanto, quemado.

Pero no sólo los defectos en el trato con los demás pueden perjudicar a quien trata de sacar una empresa adelante. Las malas relaciones con el entorno y, especialmente, con los papeles, pueden ser muy dañinas. Es por eso que la desorganización merece ocupar un lugar en esta lista. El emprendedor debe tener gran facilidad de organización y distribución de trabajo. Y, de no tenerla, debe buscar herramientas que le ayuden a potenciarla, desde una agenda hasta un curso de gestión del tiempo.

Una mala organización deriva en un mal reparto de tareas entre los trabajadores, menor eficiencia, dificultades para tratar con potenciales socios y clientes… ¡Dinero y oportunidades perdidas!

La apatía es el último, que no el menor, de los defectos de los que hablamos hoy. El emprendedor que todos tenemos en la cabeza es, por definición, una persona inquieta que se lanza a crear un negocio, porque el mercado no le ofrece el lugar que cree suyo, así que decide crearlo.

Pero con una crisis económica y laboral que parece no terminar nunca, muchas personas se lanzan a emprender sin esa inquietud.

Como todo, las ganas se pueden adquirir, pero sin ese “gusanillo” que lleva a investigar el mercado, buscar clientes, contactos, oportunidades, etc., será imposible avanzar y crecer profesionalmente, y desde luego sacar la empresa adelante.

Estos son sólo algunos de los palos que podemos meter en nuestra propia rueda si no tenemos cuidado. ¿Cómo evitar que estos y otros defectos den al traste con nuestra aventura empresarial? Aprendiendo, dejándonos aconsejar, procurando no perder la ilusión y buscando herramientas que nos ayuden a mejorar y crecer.

Y, por supuesto, recordando siempre que todo defecto es una oportunidad de superarse.

Foto: Equipo Editorial

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