Por supuesto, hoy también hablamos de cócteles…
Yo innovo, tú innovas, él innova… Podríamos conjugar este verbo en todos sus tiempos, pero la realidad es que el ritmo se demuestra andando (y no hace falta ser músico para saber eso). La innovación, más allá de ser una actividad, es una actitud vital, una filosofía, y hasta puede llegar a ser una religión. Lo que me gustaría dejar claro desde el principio es que TODOS PODEMOS INNOVAR. Sí, todos podemos, porque para innovar no es condición sine quae non realizar inversiones prohibitivas ni desarrollar sistemas vanguardistas, aunque eso también pueda constituir una innovación. Innovar es repensar las cosas con una pizca de creatividad, una cucharadita de desaprendizaje, dos terrones de orientación al cliente y 180º de metodología. Pero eso, como tantas otras cosas, es algo que los músicos sabemos casi por intuición, ya que el entorno en el que trabajamos nos lleva a un escenario donde innovar es algo natural. En el post de hoy seguimos aprendiendo de los músicos. Esta vez veremos una de sus estrategias para innovar: ¿le gustan los cocteles? A los músicos nos encantan…
Mezclando cosas
Los músicos han demostrado cualidades indiscutibles para la innovación. En realidad toda la historia de la música está repleta de innovaciones, y los músicos que hoy llaman la atención y triunfan siguen siendo los que realizan innovaciones atractivas e interesantes.
Sin duda, una de las estrategias de innovación más fáciles de aprender para las empresas, especialmente para las pymes, y que los músicos han sabido desarrollar con maestría es la de mezclar cosas. Sí, sencillamente eso: mezclar cosas.
Hace muchos años ya, hacia finales de los años 60, una banda de rock tuvo una idea que el tiempo ha demostrado que fue genial. Ellos pensaron: “si a la gente le gusta el rock y también le gusta pasar miedo (cosa evidente, ya que siempre hay películas de miedo en la cartelera y siempre hay colas para verlas), entonces ¿por qué no creamos una música que dé miedo?”. Esa banda se llamó Black Sabbath (en honor a una película de terror que estaba en las carteleras en esos momentos), y fueron una de las madres de lo que se dio en llamar “heavy metal”. A partir de ahí empezaron a crear una imagen vinculada a cementerios, cruces invertidas, pentágonos infernales, tenebrosas catedrales y una música solemne, oscura, que mezclaba el rock con una de las emociones que más nos perturban (y más nos atraen): el Miedo.
Un cóctel muy exitoso
Aquel cóctel fue todo un acierto, y hordas de fans siguieron aquella propuesta que les atrapaba en un mundo excitante y novedoso: el último grito en música (y se dice así porque las nuevas emociones te hacen gritar). Miles de bandas se apuntaron a aquel movimiento hasta nuestros días. Con aquella mezcla se fundó una nueva estirpe de músicos y de música, algo que revolucionó el panorama de entonces y que vino para quedarse.
Pero ha habido muchos más músicos que han sabido mezclar cosas y han logrado el éxito. Sin ir más lejos Michael Jackson mezcló la música con las coreografías, con la magia y con la cinematografía que tanto le apasionaba, y supo ofrecer a sus fans una mezcla inaudita e imbatible. Los Pink Floyd mezclaron la música con efectos de imagen y luz en directo, cosa que se ganó los corazones de sus seguidores. Los Genesis de la primera época, cuando Peter Gabriel era su líder, mezclaron el rock con el teatro (Peter Gabriel aparecía disfrazado y representaba un papel sobre el escenario mientras cantaba). Y los grandes Queen ofrecieron una mezcla que incluía la fantasía, la diversión y el romanticismo y que les llevó al trono del rock.
¿Por qué triunfan las mezclas?
En realidad es muy fácil, las mezclas proporcionan nuevas sensaciones y a los seres humanos nos chifla experimentar esas nuevas sensaciones. Por eso decimos frases como “la sensación del momento” o “el último grito”, o decimos que algo es “sensacional”. Cualquier cosa que logre proporcionar una nueva sensación tiene muchos puntos para convertirse en un éxito. Así es nuestra naturaleza.
Y eso es algo que en realidad todos podemos hacer. Desde que a alguien se le ocurrió hace un par de décadas mezclar una panadería con una cafetería, los establecimientos donde conviven ambas opciones tienen más éxito que aquéllos que permanecen puros y separados. A la gente le encanta tomar café en un establecimiento que huele a pan y además eso les estimula a comprar más y a pasar más rato allí. Y, a la vez, a la gente le encanta comprar el pan en un sitio donde, si lo desean, pueden tomar un café o desayunar. Dos necesidades cubiertas en un mismo lugar y momento de consumo.
¿Y yo qué puedo mezclar?
En este mundo resulta que lo que tiene más valor no son las respuestas, sino las preguntas, porque las preguntas rompen nuestros esquemas y nos inspiran. En este caso invito a las pymes a plantearse esta sencilla pregunta ¿yo qué puedo mezclar? Se trata de tener en cuenta que nuestro cliente experimenta emociones cuando está en nuestro establecimiento, y siendo esto así lo más inteligente es asumir que nosotros tenemos la capacidad de crear emociones en nuestros clientes. Si un cliente viene a firmar una póliza de seguros a nuestro despacho, ¿por qué no le regalamos una cesta de frutas? Se irá a casa y se lo contará a sus amigos, ya que eso es algo inaudito. Si un cliente trae a sus hijos a nuestra academia de inglés, ¿por qué no le ofrecemos un servicio de alquiler de juegos de mesa para familias? Las posibilidades son infinitas y el truco está en pensar en qué necesidades necesita cubrir nuestro cliente, o también qué emociones pueden ayudar a enriquecer nuestra relación. Tal vez descubriremos sorprendidos que no sería tan difícil ampliar nuestro rango de oferta y cubrir alguna otra necesidad.
Foto: © wonker, distribuida con licencia Creative Commons BY-2.0.