Virus polimórficos y su importancia en la historia de la ciberseguridad

Suenan casi a ciencia ficción, pero vienen del pasado. Originados a comienzos de los noventa, los virus polimórficos desafiaron los sistemas de ciberseguridad tradicionales y los obligaron a evolucionar. Conozca un poco de este tipo de malware, su origen, ejemplos y tendencias.

Si alguna vez, en los medios de comunicación, ha leído los nombres Storm Worm, Virlock o 1260, puede decir que ya ha conocido los virus polimórficos, un tipo de malware que pasó a la historia por su capacidad de mutar y engañar a los sistemas de seguridad tradicionales.

Y no se trata de algo nuevo, el mencionado 1260, también conocido como V2PX, fue el pionero de esta estirpe. Desarrollado por el investigador Mark Washburn en 1989, este malware buscaba demostrar las limitaciones en la detección de programas nocivos por parte de los sistemas informáticos de la época.

La genialidad del 1260 consistía en que se encriptaba a sí mismo generando claves aleatorias, lo que significa que cada copia tenía un código diferente, aunque la funcionalidad maliciosa del virus seguía siendo la misma. Peor aún, el 1260 generaba código inútil (basura) que tenía como único fin despistar a los antivirus tradicionales.

De esta forma, el 1260, que se llamaría así por su tamaño en bytes, abriría una puerta que influenciaría tanto a desarrolladores de malware como a investigadores de ciberseguridad en todo el mundo. Como muestra, tan solo un año después fue creado el MtE, que abriría una verdadera guerra entre crackers y expertos de seguridad.

La democratización del polimorfismo

Para 1992, uno de los desarrolladores de malware más “respetados” del mercado era el húngaro Dark Avenger, que lanzó su “Mutation Engine” (MtE), una herramienta de malware que, más que ser un virus en sí mismo, era una herramienta que permitía convertir virus ordinarios en polimórficos.

Antes del MtE, el desarrollo de malware polimórfico era considerado como un desafío técnico, pero este producto logró facilitar su uso y, no solo eso, venía con un manual de instrucciones, haciendo accesible el polimorfismo a innumerables hackers en todo el mundo.

Los virus polimórficos hicieron patentes las limitaciones de los sistemas de seguridad basados en detección de firmas (whitelisting y blacklisting), y obligaron a adoptar nuevas metodologías en ciberseguridad, como los análisis heurísticos y los motores de emulación en entornos controlados (sandbox).

Pero los virus polimórficos también cambiaron con el tiempo e inspiraron nuevos tipos de malware, como ocurrió con el famoso Melissa, un virus oculto dentro de una macro de Word, lo que lo hacía menos visible para los antivirus de la época, incluyendo nuevas técnicas de ofuscación o escritura confusa de código para despistar a los antivirus de su época.

Actualmente, aunque los virus polimórficos no tienen el auge de los noventa, sus características han influenciado la generación de nuevos tipos de malware, como el metamórfico. Un tipo de programas nocivos capaces de reescribirse a sí mismos completamente en cada iteración, con antecedentes a comienzos de milenio con el W32/Simile y, más recientemente, con el Virlock, usado en ransomware.

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Foto de Freepik

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