Una de las debilidades que muestran las pequeñas y medianas empresas españolas es su baja inversión en I+D (investigación y desarrollo), algo que no es de extrañar si analizamos las cifras que muestra el propio país en esta materia. España, según los últimos datos disponibles de la Oficina de Estadística de la Unión Europea (Eurostat), invirtió en 2013 un 1,24 por ciento de su Producto Interior Bruto (PIB) en I+D, muy lejos de otros países europeos como Finlandia (3,32 por ciento), Suecia (3,21 por ciento), Dinamarca (3,05 por ciento) o Alemania (2,94 por ciento). Y lo que quizás sea más preocupante, este porcentaje de inversión se ha ido reduciendo de forma progresiva desde 2009.
Según una cita que se atribuye a Albert Einstein “es en la crisis cuando nacen la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias”, y yo no podría estar más de acuerdo con este modo de pensar. Precisamente en momentos de crisis es cuando más se precisa innovar, puesto que mediante la innovación las empresas, también las pequeñas y medianas, consiguen ventajas competitivas que les permiten mejorar sus resultados. Tal como están configurados la mayoría de los mercados en la economía actual, la innovación es necesaria para poder competir y estar presente en ellos, de tal modo que las empresas que no innoven, que se queden ancladas en el pasado, dejarán paso a otras ideas, a otras empresas.
Lo cierto es que el reto para las pymes es importante, la mayoría de ellas son capaces de identificar con facilidad los pasos que han de seguir en los procesos tradicionales de su actividad, pero el asunto se complica si se trata de definir cómo afrontar la innovación, puesto que este es uno de los procesos menos estructurados de la gestión empresarial. Desde esta perspectiva, la innovación puede resultar incómoda para muchos pequeños empresarios, que se ven “obligados” a lidiar con algo tan abstracto como son las ideas. Si la empresa es una startup, la obligación de trabajar con nuevas ideas parece clara, pero si la compañía lleva tiempo en el mercado, la innovación puede verse como un muro difícil de derribar y algo que solamente corresponde al ámbito de la gran empresa.
Una de las claves que pueden allanar el camino de la innovación al pequeño empresario es entender que ésta no consiste únicamente en la introducción de nuevos bienes o servicios en el mercado, sino que abarca más elementos. Así, según el Manual de Oslo en su tercera edición, referente internacional en esta materia, “una innovación es la introducción de un nuevo, o significativamente mejorado, producto (bien o servicio), de un proceso, de un nuevo método de comercialización o de un nuevo método organizativo, en las prácticas internas de la empresa, la organización del lugar del trabajo o las relaciones exteriores”. Por tanto, hay distintas dimensiones de la innovación que pueden conducir a lograr esas ventajas competitivas a las que antes hacía referencia.
Innovación de producto
Siguiendo lo recogido por el Manual de Oslo, la innovación de producto supone la introducción de un bien o servicio nuevo, o significativamente mejorado en cuanto a sus características o en cuanto al uso al que se destina. En este apartado debemos incluir la mejora significativa de las características técnicas, de los componentes y materiales, de la informática integrada, de la facilidad de uso o de otras características funcionales del producto. Por ejemplo, la introducción en el mercado de las cámaras fotográficas digitales sería una innovación de producto.
Innovación de proceso
En este caso, estaríamos hablando de la introducción de un nuevo, o significativamente mejorado, proceso de producción o de distribución en la empresa, lo que implica cambios significativos en las técnicas, los materiales o los programas informáticos. La aplicación del sistema de trazabilidad de los alimentos por etiquetas con códigos de barra sería un buen ejemplo de este tipo de innovación.
Innovación de mercadotecnia
Consiste en la aplicación de un nuevo método de comercialización, el cual implique cambios significativos del diseño o el envasado de un producto, su posicionamiento, su promoción o su tarificación. Por ejemplo, un nuevo diseño para una botella de agua que busque dar un aspecto original al producto y atraer nuevos clientes.
Innovación de organización
Por último, la innovación de organización supone incorporar un nuevo método organizativo en las prácticas, la organización del lugar de trabajo o las relaciones exteriores de la empresa.
En la práctica encontraremos innovaciones que participan de uno o varios de los tipos anteriores. En cualquier caso, entender que la innovación no consiste únicamente en lanzar nuevos productos puede llegar a facilitar su gestión en las pymes que, a día de hoy, no innovan. Si de lograr ventajas competitivas y mejorar resultados se trata, el asunto debería ser prioritario para ellas.
Foto: Daniel Foster