Una vez le preguntaron a Lord Caradon, un diplomático británico, qué era lo más valioso que había aprendido durante su largo servicio en el gobierno.
Lo más valioso que aprendí fue apenas comencé mi carrera, cuando me enviaron a Oriente Medio como asistente de un administrador local. Mi superior solía visitar una aldea distinta cada día, para zanjar disputas y resolver casos apremiantes.
Cuando estaba a punto de entrar en la aldea, estacionaba el jeep a un lado de la carretera y preguntaba: ¿Qué cosas habremos terminado esta noche al partir de esta aldea? Contestábamos la pregunta, y luego nos dirigíamos a la aldea. Al marcharnos esa noche, volvía a estacionar el jeep a un lado de la carretera y preguntaba: —Bueno, ¿lo logramos? ¿Realizamos lo que nos propusimos hacer?
El consultor José Miguel Bolívar (@jmbolivar) clasifica los comportamientos productivos en cuatro niveles:
- Eficacia es prestar atención a las cosas correctas.
- Eficiencia es prestar la atención correcta a cada cosa.
- Efectividad es prestar la atención correcta a las cosas correctas.
- Equilibrio es prestar la atención adecuada a todas las cosas.
Tal vez no muchos directivos y profesionales puedan asegurar que están siquiera en el nivel 1 de productividad, es decir, que están prestando atención a las «cosas correctas”, porque para poder hacerlo, antes hay que decidir de forma específica cuáles son ahora los objetivos correctos en su empresa y/o en su carrera.
¿Perseguir objetivos profesionales concretos o adaptar la carrera sobre la marcha?
El camino más rápido es a ninguna parte. En junio de 2012 me sorprendió este dato del Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas: el 41,7% de las personas que usan Internet en España navegan sin un objetivo concreto.
No he podido comprobar si este comportamiento se mantiene pero, sin duda, es una metáfora interesante que tal vez pueda aplicarse al ámbito de la vida profesional, ¿verdad?
Hay dos factores más importantes que la mera inteligencia cuando se trata de obtener logros: la perseverancia y la tendencia a definir objetivos.
Un problema del que adolecen muchos profesionales es que nunca definieron un objetivo de forma concreta y/o nunca lo persiguieron el tiempo suficiente como para aprender del camino y del resultado.
Elegir ‘mal’ una meta no te conduce a ser quien no quieres, te ayuda a descubrir quién eres. No especificar metas genera inactividad, porque no hay nada que perseguir, aunque es cierto que plantearse demasiados retos al mismo tiempo puede generar confusión y frustración.
¿Ya has decidido hacia dónde te diriges? Cuanto más tiempo pasas andando hacia ninguna parte, más te alejas de cualquier sitio.
Establecer objetivos no resta espontaneidad, sino que la facilita. Plantearse metas tiene mala prensa, pero proponerse retos es crear motivos.
La planificación te da una razón para saltar de la cama y ponerte a funcionar, te permite elegir continuar con el plan, dejarte llevar o cambiar de plan.
Mejor un objetivo malo que ninguno
Decía el especialista en productividad Berto Pena que con los sueños te inspiras, con las metas te guías y con los objetivos HACES. Si no sabes qué estás buscando, solo encontrarás, por ejemplo, las oportunidades profesionales que rechazan las personas que sí lo saben.
Los objetivos son referencias, no obligaciones. ¿Si persigues una meta implica que no puedes desviarte de la ruta marcada inicialmente?
Podemos continuar en pos de un objetivo, incluso mientras nos vemos obligados a hacer lo que tenemos que hacer para vivir o para sobrevivir.
Podemos llegar despacio a una meta, pero no tener meta nos impide llegar.
Las metas pueden ser modificadas en su definición, alcance, temporización, personas implicadas, etc., en función de los resultados y cambios que se producen en el entorno y en nuestro perfil de competencias e intereses.
Eso sí, el cambio de objetivos debe ser producto de una decisión y no consecuencia de una “evitación”.
Podemos modificar la dirección que seguimos en cualquier momento, pero para ello deberíamos exigirnos una justificación fundamentada de ese cambio, porque dejar de perseguir las metas fijadas es una tentación de evitar esfuerzos y responsabilidades.
Luisa lleva buscando empleo “ya va para dos años” y ha decidido “reinventarse”. Es diplomada en Turismo y todo lo que encuentra es “sin contrato”.
Como parece que “casi cualquiera puede trabajar en esto del turismo y los viajes”, hay mucha competencia y mucha precariedad. Había pensado en especializarse en animación turística, para cruceros, por ejemplo, pero tendría que mejorar mucho el inglés y aprender bien al menos otro idioma:
—No sé, tal vez el chino, que cada vez vienen más. Estoy viendo cómo irme al extranjero, a China no, de momento. En fin, ¡es tan difícil esto de saber lo que una quiere hacer!
Por qué nos cuesta tanto plantearnos objetivos
En la mayor parte de las situaciones no se trata de saber qué se quiere hacer para actuar, sino de actuar para saber qué se quiere hacer.
Muchos profesionales resaltan las ventajas de definir objetivos, pero muy pocos lo hacen, porque implica más esfuerzo que no hacerlo y, sobre todo, responsabilidad.
Definir retos concretas conlleva la presión, incluso la ansiedad, que supone la evaluación, especialmente cuando se trata de metas que tienen visibilidad social.
Planificar es como recibir ordenes de uno mismo. Y a nadie le gusta que le den órdenes. No es lo mismo plantearse mejorar la habilidad del inglés “lo antes posible”, que organizar una estancia de aprendizaje en Edimburgo en mayo de 2020.
El segundo planteamiento obliga a planificar, mientras que el primero solo sirve, en el mejor de los casos, para dejar la conciencia tranquila creyendo que, al menos, se está “pensando en mejorar”.
¿Hacen falta la vocación y la pasión en la vida profesional? No existe la media naranja, lo importante es el zumo
Sabemos poco de cualquier cosa, así que podemos dirigirnos hacia donde queramos.
Esta idea del “Nobel del ADN”, Francis Crick, expresa el hecho de que cualquier materia o contenido puede convertirse en una carrera o en una vocación profesional.
La sociedad del conocimiento tiene dos características: podemos aprender lo que queramos con el coste más bajo de la historia y todo está por descubrir, siempre.
La vocación no se espera, la vocación se construye: nos puede interesar casi todo si le damos una oportunidad.
La leyenda urbana de que cada uno tiene una supuesta vocación que ha de seguir cual canto de sirenas es un bulo como el de la media naranja. Lo importante siempre es el zumo, y hay muchas formas de exprimirlo.
Nos puede gustar casi cualquier cosa si le dedicamos el tiempo y el cariño necesarios. Las vocaciones surgen más de las experiencias que de las reflexiones.
Si queremos descubrir caminos, mejor probar que elucubrar. Una joven y exitosa profesional del reclutamiento de profesionales tecnológicos, con experiencia internacional y que habla tres idiomas, me contó que su sueño es montar una escuela de kitesurf y vivir de este deporte.
Y me describió el origen de esta motivación: su pareja se dedicaba a volar sobre la tabla, mientras ella tomaba el sol en la playa, hasta que un día decidió participar y se convirtió en una pasión.
Experimenta y observa qué te gusta hacer ahora, porque tal vez es lo que te gustará hacer mañana, aunque se trate de actividades profesionales alejadas de aquellas que estás desempeñando o de aquellas que supuestamente habías decidido desempeñar en el futuro.
Como en el caso de la recruiter surfera, los caminos profesionales suelen decidirse de formas insospechadas.
Si ves la película Indiana Jones en busca del arca perdida, te entran unas ganas locas de hacerte arqueólogo y si tu serie favorita es The Big Bang Theory, es posible hasta que te plantees hacer Física, al disfrutar con las andanzas de sus frikis o techies protagonistas. De hecho, esta serie de televisión disparó las matriculaciones en Física en Estados Unidos en 2011, el año de su estreno.
Los caminos de las elecciones profesionales son inescrutables, extraños y hasta arbitrarios, así que tal vez deberíamos dar más importancia a a las decisiones que tomamos con base en la experiencia sobre las materias objetivo de decisión, en lugar de a aquellas tomadas con criterios introspectivos o circunstanciales.
Una madre me contó el caso de la elección de estudios de su hijo, una reflexión que muestra la importancia del autoconocimiento para tomar buenas decisiones profesionales.
“He recordado una experiencia que me hizo sufrir y que ahora entiendo que me hizo aprender mucho. Cuando mi hijo estudiaba 3º de Biologia, carrera que había elegido desde pequeño por una gran afinidad y afición a los animales, nos dijo que había decidido dejarla, que prometía acabar y aprobar ese curso, pero que después se pondría a buscar trabajo para poder pagarse un máster en videojuegos y creación digital.
Lloré, me preocupé, dialogamos, le envié a una psicóloga y finalmente lo entendí. Mi hijo no era feliz, no sentía entusiasmo, incluso lloraba. Valoramos que tenía un plan B, que siempre había dibujado, que llevaba tres años creando un videojuego por su cuenta.
Trabajó en una tienda y le ayudamos a pagar el máster. Al día siguiente de presentar el proyecto y superar el curso, los profesores le contrataron para su propia empresa.
Los padres soñamos con hijos graduados en la universidad, pero entendí que eso era mi ego y no la felicidad de mi hijo. Tuve que racionalizar y justificar la decisión de no obligarle a acabar la carrera”.
Como se menciona en la película Lost in translation, protagonizada por el gran Bill Murray, cuanto más sabes quién eres y qué quieres, menos te afectan las cosas.
¿Cómo enfocarnos para desarrollar nuestra carrera?
¿Qué debería estar haciendo ahora?
Es una pregunta muy valiosa que ayuda a conocerse y a planificar. Si utilizas esta interrogación con frecuencia, te estarás ahorrando los cien euros que te costaría cada sesión de coaching. Merece la pena, ¿eh?
¿Estás dispuesto a dejar que esta próxima semana, mes o año transcurran de la misma manera que las anteriores o vas a hacer algo?
No pasa nada, mejorar no es una obligación ni tampoco perseguir lo que quieres, siempre que DECIDAS que no te importará encontrarte en la misma situación en la próxima semana, mes o año.
Pregúntate: ¿voy a decidir hoy qué quiero conseguir para ponerme a trabajar en ello? ¿O voy a dejar que este día también pase como el de ayer?
Un objetivo no es lo que decides hacer, es aquello a lo que dedicas tiempo.
Los objetivos no se logran por creer que estás siguiendo el rumbo marcado, sino por mantenerlo de verdad. Las prioridades no se establecen decidiendo, sino haciendo.
Si el tiempo que te has planteado dedicar a estudiar para alcanzar el nivel C1 de inglés lo pasas viendo series de televisión, tal vez debes reconsiderar si tu prioridad es realmente aprender ese idioma. Si no lo es, tal vez puedes relativizar el peso de ese supuesto objetivo, buscar otro que te interese más o incluso encontrarle alguna utilidad profesional a ver series. Cosas más raras se han visto…
Un boxeador peso pesado se abría camino entre la multitud de espectadores después de haber perdido un combate. Un hombre bajito se le acercó y gritó: —¡Eres un farsante! Si yo fuera tan grande como tú sería el campeón de todos los pesos pesados. El boxeador se volvió hacia el hombre bajito y le preguntó: —¿Entonces cómo es que no tú eres el campeón de los pesos pluma?
Un pringado no es quien persigue objetivos ‘imposibles’, sino quien critica los ajenos en lugar de perseguir los propios.
En este sentido, me gustó el provocativo tweet publicado por @arturoparroquia, que decía que cada vez que estés en tu sofá, llamando tontos a los que salen por la tele, piensa que ellos están ganando dinero y tú perdiendo tiempo.
Esta reflexión que algunos se tomaron en Twitter de forma personal, no afirma que haya que ganar dinero para no ser tonto, sino que es tonto perder el tiempo criticando vidas u objetivos de otras personas, en lugar de atender las propias metas y proyectos.
En lugar de preguntarte por qué no consigues lo que quieres, céntrate en hacer lo que debes hacer para conseguirlo.
Concéntrate como una lupa, no como un radiador
Logras alcanzar tu objetivo no por “creer» que sigues un rumbo, sino por mantener el rumbo fijado.
El secreto consiste en revisar periódicamente tu dirección y reenfocarte siempre que lo necesites. Ten presente siempre tu objetivo, no lo pierdas de vista y revisa tu rumbo.
Evita ser “como el sol”, derrochando energía en todas direcciones sin un propósito. Las personas más satisfechas con su vida profesional se concentran como una lupa sobre un punto concreto cada vez.
Imagina que tienes que iniciar una reinvención profesional. Antes de enfocarte, siempre tendrás que asumir la responsabilidad de elegir tu estrategia y objetivos profesionales en la empresa y en tu carrera.
Por ejemplo, se me ocurre que deberás decidir entre potenciar aquellas competencias en las que eres más fuerte, o en hacer crecer aquellas en las que estás menos cualificado, como ilustra este minicuento de Alejandro Jodorowsky:
—¡Maestro, tengo un problema con mi hijo! —Me trajo las notas del colegio, una alta calificación en dibujo y una pésima calificación en matemáticas. —¿Qué harás?, dijo el maestro. —¡Lo pondré de inmediato a tomar clases particulares con un profesor de matemáticas! —Necio, ponlo de inmediato a tomar clases particulares con un profesor de dibujo. —Todos servimos para algo, pero no todos servimos para lo mismo.
En todo caso, tomes la decisión que tomes, nunca te librarás de esa sensación ansiógena de que otras opciones tal vez habrían sido mejores. Preocuparse por los caminos no tomados forma parte de la naturaleza humana.
Entonces, ¿qué deberías estar haciendo ahora? Intentar responder a esta pregunta puede ser la forma más efectiva de empezar 2020.