Aunque pueda parecer absurda, la pregunta hoy es más procedente que nunca. Cada día resulta más obvia la necesidad de gestionar nuestras empresas de una forma mucho más abierta, dinámica y adaptable, para que sean capaces de reaccionar rápidamente a cambios en el entorno. Y sin embargo seguimos creando pesadas empresas-castillo, estupendas para estrategias defensivas y sólidas como la roca de sus muros, pero ¿adecuadas a los tiempos que corren?
- Asumimos que los buenos están dentro, y que los malos (competencia) son todos los que están fuera de sus muros, con un enfoque competitivo. En la situación actual la realidad es bastante más compleja, ya que el concepto de muro o frontera corporativa es cada vez más difuso: trabajamos con profesionales freelance, «externalizamos» áreas de nuestra producción, tenemos dentro de nuestra casa a consultores externos ayudándonos, etc.
- La estrategia tradicional viene del entorno militar, donde se lucha por un elemento finito y escaso: el suelo, lo que supone diseñar estrategias donde la clave es la escasez, en las que asumimos que lo que gana la competencia lo perdemos nosotros. Sin embargo, la realidad es que el mercado es abundante, y lo que gana mi competencia no necesariamente lo podría haber ganado yo, ya que es difícil abarcar a todos los clientes. En una palabra, se trata de una economía donde hay mercado para todos.
- Únicamente nos planteamos alianzas absolutamente interesadas para puntos concretos, y nos obcecamos en asumir internamente el máximo número de tareas (excepto las que consideramos de bajo valor añadido). Yo creo que la clave es ser extraordinario en una o dos cosas y centrarnos en ellas, y no mediocre o incluso muy bueno en varias, porque el mercado está repleto de gente que hace las cosas muy bien. En mi opinión es mejor concentrarnos en las líneas en las que somos extraordinarios, e incluso dentro de ellas en los aspectos que destacamos, y en lo demás apoyarnos en las empresas y personas extraordinarias en sus correspondientes apartados.
- Existe una jerarquía cuasi-feudal, rígida y heredada en la mayoría de las empresas castillo, con personas que ocupan puestos por los méritos que demostraron hace años. Debemos diseñar organigramas flexibles (incluso redarquías) que sean coherentes con el mapa de valor de la empresa, adaptables y que en cada momento representen la mejor organización con las mejores personas para cada momento (no requiere la misma estructura ni personas una fase de expansión internacional que una donde estamos reajustando la empresa al mercado). Para cada fase, la jerarquía, las personas que deben liderar y la estructura organizativa son diferentes.
Los anteriores son sólo algunos ejemplos de cómo nos estamos planteando la dirección de nuestras empresas, en mi opinión con un enfoque poco apropiado para los tiempos que corren. Creo que el paradigma de empresa que deberíamos perseguir no es el del castillo sino el de la empresa líquida y abierta.
Una empresa líquida es aquella que reconoce que sus barreras son flexibles y adaptables como el agua, y que debe ser capaz de adaptarse a su entorno rápidamente, ya que hoy la principal ventaja competitiva con la que una pyme puede contar no es ni el tamaño ni la capacidad productiva, sino la velocidad y adaptabilidad.
Una de las principales cualidades de la empresa líquida es la apertura, entendiéndola como una empresa que siente su papel en el mercado como el de un nodo en una red, sirviendo a las necesidades de sus clientes de la mejor forma posible, trabajando con sus colaboradores para diseñar las mejores soluciones (relación de compañeros y no de cliente-proveedor subordinado), e incluso trabajando con su competencia en las situaciones que así lo requieran (la famosa coopetición).
La apertura y la transparencia son dos de las características de esa empresa líquida, que gracias a ellas es capaz de adaptarse a las nuevas situaciones del mercado con éxito, una de las claves para la supervivencia en estos tiempos revueltos. No es fácil ni mucho menos, ya que una vez superadas nuestras propias reticencias personales y decididos a adoptar este espíritu, nos encontraremos con múltiples barreras, desde las externas hasta las internas, dado que desempolvar las zapatillas de correr y sacudir el status quo no es algo a lo que todo el mundo se enfrente con la misma alegría. Pero es un paso necesario que debe ser adoptado gradualmente y con sentido común, sin prisa pero sin pausa.
Foto @Miguel. (respenda), distribuida con licencia Creative Commons BY-2.0