El debate siempre estuvo ahí: Compartir tus circunstancias personales en el trabajo, ¿te beneficia o te perjudica? Hablar de tu pareja, problemas de salud o incluso de tus filias y fobias políticas con el jefe y los compañeros, ¿te convierte en una persona más vulnerable o más cercana y humana?
Entre la cascada de paradojas analizadas tras la pandemia, también se encuentra una que habla de las relaciones humanas en las organizaciones. Por un lado, se advierte del aislamiento que muchos empleados sintieron ante largas jornadas de trabajo en remoto. Por otro, se detecta una mayor necesidad de compartir sentimientos personales entre compañeros sobre cómo se ha vivido esta situación.
Uno de cada seis empleados ha llorado con un compañero de trabajo, explican en el informe The Next Great Disruption is Hybrid work. Are we ready? (algo así como La próxima gran disrupción es el trabajo híbrido. ¿Estamos preparados?), en el que Microsoft analiza los efectos del teletrabajo durante la pandemia y la implantación del nuevo modelo de trabajo híbrido entre sus empleados.
Desde una óptica más latina como la española, donde –¡hay que reconocerlo! – corrillos y chascarrillos son el pan nuestro de cada día, puede resultar difícil empatizar con la situación. Quizás no tanto cuando recordamos ese momento en que, tras confesar una intimidad, pensamos… ¿Por qué no me habré mordido la lengua?
¿Realmente necesitas compartir esa información?
Pasamos muchas horas en el trabajo. Durante ese tiempo, es fácil compartir anécdotas personales, algunas tan íntimas como problemas de pareja o una enfermedad. Un tipo de conducta que pocos expertos en psicología laboral se atreven a reprobar, si bien son mayoría los que aconsejan preservar determinadas parcelas de la intimidad en el puesto de trabajo.
Nadie debería estar obligado a ocultar esa información que quiere compartir en el trabajo, ya sea sobre su orientación sexual, su interés por tener un bebé o sus planes para montar una empresa y establecerse por su cuenta. Sin embargo, sí parece prudente cuestionarse, antes de hablar, qué efectos puede tener en tu carrera laboral, incluso cuando la información se reserva al círculo laboral más íntimo.
Cultura neutral versus cultura emocional
¿Hablamos para hacernos querer, para desahogarnos, para ser aceptados, porque pensamos que nos favorece…? Una buena opción para saber cómo actuar es preguntándonos la razón última que nos lleva a compartir esos sentimientos.
Otra aproximación al problema la ofrece el análisis de las diferentes dimensiones culturales que definió Fons Trompenaars, antropólogo, sociólogo y teórico de las organizaciones.
Una de las dicotomías del Modelo de Diferencias Culturales de Trompenaars habla de la cultura neutral versus la cultura emocional.
De este modo, cuando impera el modo neutral, los miembros se sienten obligados a no mostrar sus emociones, a no compartir su intimidad, porque no está bien visto. Algo que ocurre de un modo generalizado en países como Reino Unido, Suecia o Japón, donde mostrarse afable no significa necesariamente hablar de uno mismo.
Por el contrario, culturas como la española, mexicana o rusa promueven organizaciones emocionales, donde los individuos sienten mayor libertad (y necesidad) para compartir emociones.
Lo mismo ocurre cuando Trompenaars habla de cultura específica versus difusa. En la primera, el individuo considera que en su vida hay partes bien diferenciadas que no debe mezclar, como por ejemplo la laboral y la personal. Sin embargo, al individuo con cultura difusa le cuesta marcar la frontera entre una esfera y otra.
Una decisión personal que preocupa a las empresas
En realidad, aunque toda organización tenga alguno de estos sesgos más marcado, la mayoría avanza hacia la multiculturalidad y el reconocimiento de la importancia de saber escuchar al empleado.
De hecho, se advierte de que uno de los peligros del trabajo en remoto es limitar el número de oportunidades en las que el jefe o el compañero puede preguntar: “¿qué tal va la vida?”. Cuando esto sucede, se está perdiendo una importante información sobre el clima laboral.
Otro de los peligros sobre la incomunicación interpersonal es su efecto sobre la innovación en la organización. El concepto es complejo, pero se puede resumir en la siguiente secuencia: a menor relación social derivada del teletrabajo, menos conocimiento humano (las relaciones personales son cordiales, pero básicas), lo que debilita el pensamiento grupal, considerado un disparador básico de la innovación.
Pero al margen de la influencia que la organización pueda tener, o el impacto del modelo de comunicación imperante sobre su competitividad, es cada persona la que elige cómo quiere construir sus vínculos sociales en el trabajo. Y la elección es simple, quiere hacerlo cubriendo o destapando su intimidad.
Antes de opinar sobre determinados temas, valora
Puede que tu jefe te caiga fatal, sin embargo, ¿consideras oportuno sentarte en su despacho para confesar que no la soportas? Como titula Leiva una de sus canciones, eso sería un «sincericidio».
Desde esa idea de libertad personal, cada uno debe actuar con coherencia, pero siendo consciente de la repercusión que su actuación puede tener. Hay que recordar que las relaciones en la empresa también funcionan con convenciones sociales, y tanto lo que se dice como lo que se calla construye marca personal.
Para finalizar, te proponemos un reto: ¿de cuáles de estos diez temas hablarías o has hablado en el trabajo? Nos encantaría conocer tu experiencia:
- Manifestar públicamente tu decepción con la empresa o un jefe.
- Advertir de que a la primera oportunidad, vas a cambiar de trabajo.
- Contar tus proyectos personales para montar una empresa.
- Airear tus escarceos amorosos.
- Anticipar la separación de tu pareja.
- Criticar el modo de vida de tus hijos.
- Compartir que te ha tocado la lotería o has recibido una cuantiosa herencia.
- Hablar de tus visitas al psicólogo.
- Pregonar tu voto en las próximas elecciones generales.
- Posicionarte sobre temas socialmente controvertidos o personales como el aborto, el consumo de drogas, la inmigración, etc.
Todo este planteamiento sobre lo conveniente o inconveniente de hablar de ciertos temas se ha trasladado a otros ámbitos, no solo al laboral. Hasta tal punto que comienza a haber ciertas conversaciones tabúes para muchas personas, como son la política, religión, inmigración, igualdad, sexualidad… Cada vez más gente prefiere no opinar sobre ello, porque automáticamente te pueden tachar de homófobo, de derechas, de izquierdas, xenófobo, etc. Es decir, que en determinados lugares y ambientes, el pensamiento crítico puede convertirse en un problema.
Foto de Freepik