¿Tienes presencia ejecutiva? Pongamos un ejemplo. Tres hombres encorbatados y cuatro mujeres trajeadas se encuentran reunidos en torno a una mesa redonda sobre la que pueden verse tablets, smartphones, portátiles y algún que otro café. Habla uno de los caballeros al que solo parecen escuchar dos de los asistentes, puesto que los demás, ensimismados en sus pantallas, oyen campanas sin saber muy bien dónde.
Esta ficticia situación podría servir como descripción de cientos de miles de las que ocurren a diario, a la que cabría añadir interrupciones, subidas de tono injustificadas o impertinentes intervenciones, que dejan en evidencia a quien las hace, pero también –en cierta medida- a quien ostenta su turno de palabra y en ese momento se encuentra hablando, ya que pone de manifiesto su incapacidad para atraer la atención y, por ende, ganarse la confianza del resto.
Conectar con los demás
Por ello, cada vez resulta más habitual que los jefes, o quienes pretendan serlo, entrenen una habilidad denominada presencia ejecutiva (executive presence, que no es sino la capacidad para conectar de forma auténtica con los otros.
No es cuestión de gustar a todos, de dejarles ese buen sabor de boca que paladean los más sibaritas. No es cuestión de decirles: “Eh, escuchadme, miradme, os estoy hablando y no me estáis haciendo ni puñetero caso”. Es cuestión, sin embargo, de saber leer los contextos y utilizar tanto el lenguaje corporal como el no corporal en beneficio propio.
Desarrollo de la empatía
Pilar Jericó, empresaria y conferenciante, asegura que el truco más importante para mejorar la presencia ejecutiva es el desarrollo de la empatía; ser consciente de que hay determinados códigos en ciertas situaciones que se deben descartar.
Dotes de observación
Otra recomendación interesante es observar a la gente. Este análisis puede evitar, por ejemplo, miradas desaprobatorias en una reunión para la que uno no se haya vestido adecuadamente.
Escuchar
Jericó, quien además es consultora y profesora de escuelas de negocio, también sugiere escuchar y permitir ciertas recreaciones en los interlocutores para darles importancia, generar un impacto positivo y dejarles una buena impresión.
No interrumpir
“Una presencia ejecutiva no solo es saber comportarse a nivel de ropa o de modo, sino hacer sentir relevante al que tienes enfrente”. Jericó sostiene que eso significa no interrumpir en las reuniones, y atender y cumplir con los compromisos que uno adquiera. En resumidas cuentas, se trata de generar un impacto para sorprender y gustar a quienes estén alrededor y, sobre todo, ganarse su confianza.
Y ese es el quid de la cuestión en un momento en el que cada día cuesta más confiar, como si cotizara al alza. En este sentido, cuando escuchamos a alguien tomar la palabra en una reunión, solemos forjarnos un juicio de esa persona, de manera inconsciente y quizás algo injusta; porque ni siquiera nuestra mente racional toma conciencia de lo que estamos haciendo.
Por lo tanto, puede ocurrir que conozcamos a alguien que por su forma de hablar, gesticular, actuar, ser o vestir no nos genere esa confianza; pero que, tras trabajar los códigos de la presencia ejecutiva, termine entrándonos por los ojos, cautivándonos y ganándonos a marchas forzadas.
No obstante, es verdad que las apariencias engañan y que una cosa es predicar y otra bien distinta dar trigo; máxime si se tiene en cuenta que la información que recibimos intentamos someterla a las etiquetas que desde el inconsciente vamos poniendo a unos y otros, en función de esas primeras impresiones que percibimos y que tantas y tantas veces ni alcanzamos a procesar. Un error clamoroso que en muchas ocasiones nos lleva a juzgar a las personas incluso antes de haberlas conocido.
Conseguir que confíen en ti
“La confianza es el motor de la vida. Ganarse la de los demás requiere ciertas actitudes, algo que dista mucho de lo que ocurre a veces en algunas empresas”, escribió Jericó en un artículo publicado en el diario El País, donde, en primer lugar, aconsejaba entender cómo viven los otros la experiencia de estar a nuestro lado.
El segundo paso, decía, es mejorar las habilidades de comunicación, dado que no únicamente hay que saber escuchar, sino que también resulta de vital importancia usar un determinado tono de voz para penetrar el mensaje en el interior de los interlocutores.
En este contexto, Jericó advertía de que subir el tono en exceso no ayuda a mejorar la comunicación. Como tampoco lo hacen las constantes interrupciones en las que muchos incurren en aras de intentar demostrar que saben más que nadie.
De ahí la relevancia de escuchar los comentarios de los demás con respeto y serenidad, pese a que no se comulgue con ellos. De hecho, Jericó afirmaba que “este es el motivo por el que algunas compañías están imponiendo unas reglas de comunicación sencillas durante las reuniones”.
Y en tercer lugar, hay que garantizar que la apariencia de uno no constituya una distracción, a sabiendas de que cuando se conoce y se escucha por primera vez a alguien, se tiende a juzgarlo y valorarlo a primera vista, en milésimas de segundo, de forma precipitada y, por qué no decirlo, peligrosa.
En definitiva, “cuando entrenamos nuestra presencia ejecutiva, conseguimos una buena respuesta de la persona que tenemos enfrente. Esto es posible si trabajamos nuestras actitudes, nuestra comunicación y nuestra apariencia de un modo empático y profesional”, según palabras de Pilar Jericó.