“Me falta ilusión…”, “quizás estamos cansados…”, “son muchos años igual….,”no me veo más tiempo en esto….», “me cuesta tanto…”
Estas frases pueden parecer el título de un libro de autoayuda, un reality o una terapia de pareja resumida en los reels de las redes sociales.
Sin embargo, las estamos escuchando con demasiada frecuencia en los últimos tiempos en el mundo empresarial. Los responsables o propietarios de las pymes están mostrando un agotamiento, quizás emocional, y un desgaste que les hace replantearse el seguir adelante con sus negocios.
Es comprensible, empresas con una media de edad por encima de los quince años o segundas generaciones de propietarios de empresas comerciales o industriales, que llevan al frente de las mismas desde la primera década del 2000, han visto, sufrido en la mayoría de los casos, una serie de transformaciones, crisis y movimientos en su mercado que han debilitado su propio esquema vital y empresarial.
Esta y no otra es la mayor la mayor diferencia que podemos encontrar entre el mercado de los emprendedores y el de las pymes ya consolidadas.
Por mucho que se empeñen en defender que el mercado emprendedor tiene mejores ideas, más innovación o incluso equipos más formados, creo que nada de esto es cierto y que la única gran diferencia entre unos y otros se encuentra en la motivación, en eso que si volvemos a la metáfora del amor podemos llamar la “chispa”, la “magia”.
El Producto Mínimo Viable
¿Cómo podemos recomponer esa relación?, ¿qué podemos hacer para generar ese cambio de actitud?
Existe una filosofía muy asentada en el mundo de las startups y el emprendimiento que se denomina Producto Mínimo Viable (MVP). Aunque fue creado a principios de los años 2000, esta metodología se ha extendido a casi todas las capas empresariales y a día de hoy hasta las grandes corporaciones la utilizan muy vinculada a los modelos agile y lean.
El MVP consiste en lanzar un producto al mercado utilizando los recursos mínimos, con el fin de que lo pruebe un grupo reducido de clientes y sirva como tester de un desarrollo más solvente o más intensivo.
De esta manera, pondremos en el mercado baterías de producto, que pueden o no funcionar, y consolidarse dentro de nuestra oferta, ser punta de lanza de una gama nueva o incluso cerrar un emprendimiento, si vemos que el producto puesto en manos de los early adopters no tiene ningún sentido.
Por supuesto, no podemos pedir a una pyme, cuyos activos están comprometidos en su actividad esencial y primordial, que dedique inversión, recursos productivos o humanos a la creación constante de nuevos productos, solo con el fin de recuperar la magia o la ilusión en su modelo empresarial.
Sería absurdo comprometer su presente y futuro por un incentivo que solo se pueden permitir aquellas empresas que nacen bajo esa filosofía y que están dispuestas a no seguir si el mercado no responde. O aquellas grandes empresas que tienen el suficiente pulmón financiero para abrir una línea, casi programada, de inversión en nuevos productos con los que entrar en mercados, aún a riesgo de que no funcione nada de lo que desarrolle ese equipo.
El Mínimo Cambio Viable
Sin embargo, la filosofía de los mínimos viables sí que puede ser adoptada por cualquier pyme que quiera emprender un cambio de actitud interna y despertar esa “magia”, que tanto impresiona, del mundo de los emprendedores.
A este tipo de filosofía se la denomina del Mínimo Cambio Viable. Consiste en realizar de manera sistemática y casi obsesiva pequeños cambios en el producto, en los procesos, en la entrega, en la gestión, es decir, en todo aquello que tengamos establecido y sobre lo que podemos actuar de una manera rápida, sencilla y casi sin coste.
Hablamos de mínimos porque lo que se pretende es que sean muchos y constantes. Estos cambios pueden ser en el papel en el que envuelves, escribir una nota, un color, un olor, dar las gracias, un regalo… Hablamos de detalles, de caminos que puedes abrir y que de alguna manera lleguen o incidan en la relación con tus clientes.
Poco a poco verás cómo esos mínimos cambios que iniciaste, como una tabla de salvamento emocional de la relación con tu pyme, al final se convierten en una filosofía que empapa a toda la organización y que cada uno de los trabajadores se suma a la actitud del detalle, del cambio y de la transformación permanente.
El poder de la actitud
A estos cambios los consideramos viables, porque no condicionan ni son exigentes en recursos, es decir, se pueden poner en marcha o aplicar casi de manera autónoma, sin que deban ser explicados ni contrastados con otros departamentos o áreas funcionales.
La importancia no reside en el cambio propuesto. La potencia de esta herramienta está en la actitud con la que cada trabajador o cada propietario de una pyme se enfrenta a su día a día a su tarea, a su trabajo.
Pensar en la posibilidad de un cambio real y permanente, pensar en la sorpresa, en la novedad, es lo que dinamiza al fin y al cabo una relación.
Y no nos olvidemos, en el trabajo como en las relaciones, los pequeños detalles son los que mantienen la chispa del amor.
Foto de Aziz Acharki en Unsplash