Hace unos meses vi un partido de balonmano de un equipo español que estaba siendo superado por uno sueco. En el descanso del partido, el entrenador, que estaba muy cabreado, gritaba esto a sus jugadores:
«¡No hemos venido aquí a perder el partido!»
Inmediatamente pensé, sonriendo, que el otro equipo tampoco había ido con la intención de perder. Seguro que tú también lo piensas.
Las frases y expresiones que usamos cuando intentamos cambiar el comportamiento de otras personas muchas veces no deben interpretarse de una forma racional o literal, sino emocional, porque creemos que “manipulando las emociones” mejorarán las conductas relacionadas.
Pero esto nos lleva a otro dilema: ¿lo que está intentando hacer este coach es animar o motivar?
Intentar «emocionar» o animar a tus profesionales para intentar ganar o conseguir los objetivos que te propones es lo esperable, porque todos queremos tener éxito o alcanzar logros.
Todos sabemos dar gritos y mostrar expresiones de ánimo, pero solo los profesionales saben motivar. Y me explico.
Saber motivar
Saber motivar es saber qué información ofrecer y qué cambios hacer para aumentar la probabilidad de alcanzar una meta o de superar el reto previsto, según la situación, las experiencias anteriores y las competencias, apoyos y recursos con los que se cuenta.
Una cosa es animar (exhortar, emocionar) y otra es motivar, es decir, «dar motivos»: ofrecer instrucciones de mejora y reorganizar las condiciones, factores, contextos y relaciones implicadas para hacer más probable el logro que se pretende.
Puede ser animador (puede cambiar emociones) decir a alguien que debe «cambiar su actitud» si quiere mejorar.
Pero si quieres motivarle, es decir, si quieres cambiar su comportamiento en una determinada dirección, es más efectivo decirle exactamente qué hacer para que su actitud cambie.
Decir a los jugadores «no hemos venido a perder el partido», gritarlos, empujarlos o animarlos de cualquier forma verbal o física, puede afectar a sus emociones y hacer que salgan con más tensión y concentración durante unos minutos.
Pero si no saben cómo aplicar y qué hacer con esa «activación emocional», la efectividad de sus esfuerzos posiblemente será muy baja.
Como conclusión, aquí va mi primera no tan sorprendente verdad sobre lo que nos motiva:
Animar es cambiar emociones, motivar es cambiar comportamientos.
Animar es fácil, motivar es difícil.
Animar es humano, motivar es profesional.
Historia de un motivo
Para conocer la segunda no tan sorprendente verdad sobre lo que nos motiva, déjame que te cuente la «historia de un motivo».
¿Cómo motivarías a tu hijo de 6 años para que aceptara recibir clases de jiujitsu si te dijera de forma tajante que no quiere ir?
Una amiga me contó hace un tiempo que su vástago le dio una master class sobre motivación, al hilo de su rechazo inicial a convertirse en un experto en artes marciales.
El niño adujo un millón de razones para rechazar la práctica de este deporte, todas de mucho peso: ahí no se dibuja, me voy a cansar mucho, las clases duran mucho, me dolerán las piernas, ahí no van mis amigos…
Y no podría estar más de acuerdo con él, porque todos sabemos que de la zona de confort no se sale a menos que te obliguen a salir.
Pero ocurrió algo que hizo que el escéptico infante cambiara de repente de opinión y abrazara la idea de aprender jiujitsu como si fuese lo más importante de su vida.
Llegó el kimono.
El niño no quería oír hablar de esas clases orientales hasta que llego a casa su kimono de entrenamiento y se lo puso.
Se probó el kimono delante del espejo y preguntó a su madre cómo le quedaba y cómo de guapo estaba.
En ese momento el millón de razones para no ir se convirtieron en una sola razón para ir. Una sola prenda transformó las quejas en apremios: «Mamá, date prisa que no llegamos, seguro que ya se he terminado».
El kimono fue su motivo, su único motivo para cambiar, un motivo necesario y suficiente.
El único motivo
En realidad, no es tan sorprendente esta verdad sobre lo que nos hace cambiar, porque nuestra vida personal y profesional está jalonada de importantes cambios generados por únicos motivos. Otra cosa es que seamos conscientes de ello.
Si vuelves la vista atrás, comprobarás que únicas personas, únicas circunstancias y únicos factores supusieron puntos de inflexión en tu trayectoria profesional, para bien y para mal.
Motivación no es tener ánimo, motivación es tener motivos, y muchas veces uno solo será suficiente. La moraleja es evidente:
Si quieres mejorar tu vida profesional, deberás encontrar o crear tus motivos únicos en cada momento y en cada contexto.
También en las organizaciones deberíamos aplicar la máxima «motivar es dar motivos»: si eres directivo/a, manager o jefe de equipo, tu función más importante es crear motivos que propicien los comportamientos adecuados.
A estas alturas seguro que no te sorprende que mi segunda no tan sorprendente verdad sobre lo que nos motiva sea esta:
Para mejorar en la vida y en la empresa un solo motivo puede ser suficiente.
¿Cuál será el tuyo?
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