“En esta empresa, desde hace mucho tiempo, falta comunicación”. Esta es una de las frases que habitualmente podemos escuchar en empresas de considerable tamaño, y que afecta en gran medida a los mandos intermedios, que son el vehículo de transmisión de la estrategia hacia los puestos más operativos y pacientes escuchadores de las sugerencias y reclamaciones de los puestos operativos hacia la estrategia. Comunicar debe formar parte del ADN de las empresas, al igual que es parte esencial de las personas.
La gestión por competencias suele derivar en conductas operativas y observables en los diferentes niveles de comunicación exigidos a cada persona y puesto, y aunque las empresas se gastan importantes cantidades de dinero de sus presupuestos de formación para potenciar esta competencia en sus colaboradores, el retorno de este aprendizaje es difícilmente medible.
Como consecuencia, en las empresas suelen aparecer numerosos conflictos derivados de no entender el estilo de comunicación de la otra parte; uno de los cometidos fundamentales de toda persona que quiera comunicar bien.
¿Qué estilo de comunicación tenemos?
A la hora de plantearse un plan de mejora para potenciar esta competencia dentro de nuestras habilidades, es importante considerar primero que nuestro estilo de comunicación se ve influido por el tipo de empresa en la que trabajamos, por su cultura organizativa y por el puesto de trabajo que desempeñamos. Y nuestro estilo puede (y debe) evolucionar a lo largo del tiempo. No estamos planteando llegar a ser oradores de masas, tan sólo desarrollar nuestra faceta comunicadora para mejorar profesionalmente.
Para delimitar los diferentes estilos de comunicación en el campo laboral, debemos tener en cuenta dos variables: la racional y la emocional.
- Racional: Está relacionada con la cantidad de información que necesitamos dar y recibir, con la síntesis o ampliación de datos y enfoques.
- Emocional: Tiene que ver con la pasión en nuestra comunicación, con el interés por ser activos o pasivos a la hora de comunicar.
De esta forma, podemos diferenciar cuatro estilos cruzando ambas variables en función de su nivel (más o menos):
1. Dinámico
Un estilo con mucha implicación emocional y necesidad de acción en lo racional. Son personas que clarifican y acotan los problemas, que sólo requieren datos y hechos relevantes y que suelen aportar realismo. Sus características primordiales: Centrados en la acción a corto plazo, pragmáticos, son muy rápidos en la toma de decisiones. Conceden gran importancia a la experiencia y persiguen estándares de alta calidad. Se identifican por su capacidad para transformar ideas en productos/beneficios.
2. Reflexivo
Perfil con mucha parte lógica y menos emocional. Son personas que determinan los pasos que se han de seguir en cada enfoque, que describen las consecuencias de cada alternativa y que aportan lógica. Sus características: Lógicos y sistemáticos, escépticos, centrados en la acción a medio/largo plazo. Son productivos y generadores de resultados. Manifiestan orgullo por aprender continuamente y por sus propios esfuerzos y resultados.
3. Perceptivo
Una persona perceptiva utiliza mucha emoción y menos su parte más racional. Las personas con este perfil prevén los efectos de cada solución sobre las personas, determinan los puntos conflictivos y aportan empatía. Sus principales rasgos: Conceden gran valor a la interacción humana, poseen gran capacidad de escucha e identificación, están dotados para la comunicación, son observadores y están preocupados por los demás. Entienden los sentimientos y comportamientos ajenos con gran facilidad.
4. Intuitivo
Personas que emplean poco ambas variables en su comunicación, tienen un perfil reactivo en este sentido. Son perfiles que suelen generan alternativas directas, y sobre todo aportan creatividad. Están orientados a la innovación e interesados en retos y en las ideas, no en su implantación. Los intuitivos suelen revelarse como personas de mente abierta y ágil. Su imaginación es excelente, y la utilizan cuestionando su entorno e impulsándolo hacia el futuro.
Conviene señalar que las personas podemos aplicar (y poseer) varios estilos simultáneamente, ya que no son excluyentes. Por ejemplo, una persona podría combinar los estilos dinámico y perceptivo, ya que lo que influye en su comunicación es la parte más emotiva.
¿Qué hacer si desconocemos el estilo de la otra persona?
Mejorar nuestra habilidad comunicativa requiere tiempo y algo de análisis personal. Un excelente método es aprender a observar el estilo de nuestro entorno más cercano: qué tipo de palabras emplea, cómo comunica con cada persona, a qué presta atención en su comunicación, cómo estructura su argumento, qué tipo de preguntas hace, etc.
Posteriormente debemos preparar mínimamente una estrategia de comunicación con esa persona, a partir de la información que hemos analizado en la fase anterior, e ir probando las objeciones que nos pone, su comunicación “paraverbal” y no verbal, el grado de aceptación de nuestras propuestas, etc. Adquirir este hábito e integrarlo en nuestra forma de actuar debe ser parte de nuestro desarrollo profesional. Sólo es cuestión de repetir de forma sistemática estas pautas.
Esperemos que la frase “en esta empresa falta comunicación” quede desterrada de nuestro lenguaje cotidiano.
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