Es tiempo de vendimia. En una bodega como la de Félix Lezcano hay mucho de innovación y muchísimo de tradición. Es lo que un importador de Munich valoró hace 18 años y lo que sigue pidiendo a este enólogo y bodeguero de Cigales para distribuir sus vinos en Alemania, Bélgica y Reino Unido.
Los clientes de las Bodegas Lezcano-Lacalle son sobre todo importadores, distribuidores y tiendas especializadas, más que grandes superficies o restaurantes. Fuera de España el vino se compra en tiendas especializadas y se consume en las casas. «Los países que no producen vino saben mucho de él. La gente en otros países me pregunta por los años que pueden conservarlo en casa y encargan muchas botellas, es decir, realizan una inversión a largo plazo».
Félix Lezcano sabe que la clave de una bodega pequeña pero competitiva radica en el terroir, en su comarca, en la gestión directa y en la innovación. Modernizó el rosado de Cigales para llevarlo a Europa (Docetañidos) y se atrevió con el primer tinto reserva (Lezcano-Lacalle) en esa comarca de Valladolid, tradicionalmente especializada en rosados.
Trata de aplicar mucho diseño, tanto al vino como a lo que lo envuelve y lo convierte en objeto de deseo que los clientes quieren llevar a su mesa: la etiqueta que evoluciona de cosecha en cosecha (que tiene luz, color, tipografía), la botella (sin hombro, con hombro), la cápsula, cuyo color también modifica. Habla de vino pero parece que hablara de moda y tendencias. «Analizo la estrategia y marketing de las bodegas de Burdeos y pienso que el sector en España puede aprender mucho del estilo con el que comercializan su vino los franceses o los italianos».
Ese afán por el diseño ha hecho que el vino de mayor nivel de su bodega lleve un nombre inteligible y pronunciable en Japón o en Alemania. «Huimos de nombrarlo con terminología rancia como bodega selecta o reserva de familia e inventamos el nombre DÚ, es decir, doble (dos fermentaciones, dos años de barrica, dos niveles de tostado en la madera). Pues eso, doble esfuerzo, doble calidad, DÚ».
Creó su bodega a los 26 años; fue presidente del Consejo regulador de la Denominación de Origen de Cigales durante siete años y ha sido reconocido como empresario del año por la Universidad de Valladolid. Pero no se siente empresario, sino bodeguero, viticultor. Cuando toca, se pone el mono, faena en la vendimia o se sube al tractor. Está orgulloso de haber antepuesto innovación y calidad a rentabilidad. Y el tiempo parece haberle dado la razón.
Vino y compromiso
La perseverancia le viene seguramente de aprender a cargar con mucha historia y de tener un compromiso vital, familiar y, desde luego, profesional con el terroir. «El terroir de Cigales se define por la uva tempranillo, por un clima austero vallisoletano y por su suelo de cascajo». Así son los pagos donde está enclavada la Bodega Lezcano-Lacalle, Trigueros del Valle, donde la mañana pasa de cielos grises a una luz intensa en apenas un par de horas.
Su trayectoria personal y familiar está implicada, le gusta decir, con una historia de viñedos y de elaboración de vinos que viene del siglo X. Por eso bautizó a su tinto de crianza como Maudes, un viejo abad que regentó un monasterio en época de Fernán González y de los caballeros que lucharon en la Reconquista.
La bodega Lezcano-Lacalle lanza unas 80.000 botellas al mercado anualmente. Un 60% de la distribución va al mercado nacional y un 40% al mercado exterior. Podrían comercializar más botellas, pero el mercado nacional aconseja pararse ahí. «Esta crisis tiene que acabar ya», clama el bodeguero y, en previsión de este buen augurio, se ha puesto manos a la obra redoblando la actividad comercial. «En este sector, el proceso de venta es lento, una gestación que dura unos ocho meses desde el primer contacto hasta la venta (distribuidores, importadores)».
Coyunturas económicas aparte, el vino vive las suyas propias desde hace ya unos lustros: la competencia entre pequeños, intermedios y grandes. Félix Lezcano es de los que piensan que quedarán en pie las bodegas grandes y las pequeñas. Las grandes, por su capacidad de crear margen, y las pequeñas «porque a los clientes les engancha su raigambre y su historia y porque tienen la flexibilidad de la que carecen los intermedios». Se siente próximo a pequeñas bodegas como las del Priorat, por ejemplo la de Lluis Llach, con tiradas cortas y muy ligadas a la tierra, cuyos propietarios se distinguen por mezclar sabiamente tradición y tecnología.
Y con naturalidad Félix Lezcano ha ido también creando un espacio de enoturismo donde recibir, catar, almacenar el vino, y destinado a aquellos clientes que quieren degustar tanta historia.