Un bate y una pelota juntos cuestan 1,10 dólares.
El bate cuesta un dólar más que la pelota.
¿Cuánto cuesta la pelota?
Si somos como la mayoría de la gente, nos viene enseguida a la mente la siguiente respuesta: 10 céntimos. Pero es errónea.
Si te sirve de consuelo, como a mí, más del 50 por ciento de los estudiantes de Harvard, del MIT y de Princeton dieron la incorrecta respuesta intuitiva. Y en universidades menos selectivas, el porcentaje de fallos demostrables en la comprobación ascendía al 80 por ciento.
Se supone que cuando uno se detiene a pensar —y prescinde del pensamiento intuitivo para esta tarea—, no es difícil dar con la respuesta correcta. Entonces, ¿por qué fallamos?
Porque la intuición nos lleva a la perdición:
«El pensamiento intuitivo es un mecanismo provechoso en ciertas situaciones —cuando el tiempo apremia— donde proporcionará respuestas correctas con frecuencia.
Pero el pensamiento intuitivo podría haberse vuelto más peligroso. Quizás falla más a menudo desde que nos enfrentamos a problemas que han diseñado otras personas… tratando precisamente de explotar las deficiencias de nuestra intuición. Estoy pensando, por ejemplo, en los comerciales, los publicistas o los políticos.
La solución, la única que se me ocurre, es usar menos la intuición. Que decida si devolver un golpe cruzado o paralelo cuando jugamos al tenis, pero que no vaya de compras, no renegocie nuestra hipoteca y no determine nuestro voto».
El problema del bate y la pelota propuesto por Shane Frederick (Cognitive Reflection and Decision Making, 2005) refleja que la mayoría tiende a ofrecer soluciones intuitivas cuya validez no comprobamos «activamente», porque se requiere un poco más de esfuerzo y tiempo.
Muchas personas confían en exceso en sus intuiciones en numerosas situaciones y contextos, porque, en parte, intentan evitar el esfuerzo cognoscitivo y consciente que supone considerar con más cuidado sus comportamientos y decisiones en esos contextos.
Y el problema de actuar o tomar malas decisiones basadas en inexistentes o malas reflexiones puede agravarse si las conclusiones erróneas intentan justificarse después con argumentos, lo que supone un doble error.
Este artículo se basa en ideas que he seleccionado del excelente Pensar rápido, pensar despacio, del psicólogo Nobel Daniel Kahneman. Si quieres aprender sobre psicología conductual, psicoeconomía y toma de decisiones, te aseguro que disfrutarás de sus 600 páginas.
¿Cuál de estos tres errores psicológicos cometes en tu vida personal y profesional?
Ya te lo adelanto yo: los tres.
Error 1: No saber que no sabes, no ver que no ves y no aprender cómo aprendes
Una intensa concentración en una tarea puede volver a las personas realmente ciegas a estímulos que normalmente atraen la atención.
La demostración más espectacular de este hecho la ofrecieron Christopher Chabris y Daniel Simons en su libro El gorila invisible.
Grabaron un breve vídeo de dos equipos de baloncesto encestando la pelota, de los cuales uno vestía camisetas blancas y el otro negras.
Se pidió a los espectadores del vídeo que contaran el número de tantos obtenido por el equipo blanco, ignorando a los jugadores de negro. La tarea es difícil y muy absorbente.
En la mitad del vídeo apareció una mujer disfrazada de gorila que cruzó el campo, se golpeó el pecho y desapareció. El gorila se ve durante nueve segundos. Muchos miles de personas han visto el vídeo, y alrededor de la mitad no notaron nada extraño.
Este experimento del gorila muestra dos sesgos habituales que influyen en nuestras decisiones: podemos estar ciegos para lo evidente, y podemos estar ciegos además para nuestra ceguera.
Y también pone en evidencia el eterno conflicto entre dejarnos llevar, para ahorrar esfuerzos y vivir de manera más relajada, y la intención de controlar lo que hacemos, para intentar ser más eficaces y evitar riesgos y errores.
Te invito ahora a que hagas este breve ejercicio mencionado en Pensar rápido, pensar despacio:
A priori, todos estamos casi seguros de poder decir las palabras correctas en las dos tareas, pero inmediatamente descubrimos que algunas partes de cada tarea son más fáciles que otras, en función de las instrucciones suministradas.
Si el objetivo es la identificación de mayúsculas y minúsculas, la columna de la izquierda es más fácil, y la columna de la derecha hace la tarea más lenta y acaso titubear o confundirse.
Pero cuando la tarea consiste en nombrar la posición de las palabras, la columna de la izquierda es difícil y la de la derecha mucho más fácil.
Estas actividades exigen la participación de nuestro sistema racional y consciente, porque pensar y decir «mayúscula/minúscula» o «derecha/izquierda» no forma parte de nuestras rutinas o hábitos de lectura habituales y posiblemente nunca habremos realizado tareas de revisión de columnas de palabras.
Para seguir con las instrucciones dadas, seguramente habrás hecho lo mismo que yo: programar tu memoria, de manera que tuvieses las palabras clave (mayúscula y minúscula en la primera tarea) «en la punta de la lengua».
Dar prioridad a las palabras elegidas es eficaz, y la más leve tentación de leer otras palabras es muy fácil de resistir cuando vas por la primera columna.
Pero la segunda columna es diferente, porque contiene palabras para las que ya vamos preparados, y no podemos ignorarlas. Nos sentimos aún más capaces de responder correctamente, pero mantener a raya la respuesta contraria es un agobio, y hace que la labor sea más lenta.
El conflicto entre nuestras reacciones automáticas y hábitos consolidados y nuestra intención de controlar y mejorar es común en nuestras vidas personales y profesionales.
Error 2: No aplicar tus propios aprendizajes
Si tu coche patina, sigue conduciendo y, haga lo que haga, no pises el freno
¿Por qué es tan difícil recordar lo que ya has aprendido en determinados objetivos, situaciones y problemas y seguir las instrucciones y reglas que se derivan de ese aprendizaje?
Algunos conductores han aprendido que cuando el coche patina fuera de control en una carretera helada no deben pisar los frenos. La mayoría también somos conscientes de que es mejor controlarse cuando tenemos ganas de decir a alguien que se vaya a freír espárragos.
Pero otra cosa es conseguir ser disciplinados en cada contexto para, por ejemplo, seguir las instrucciones correctas en la conducción y aplicar las buenas prácticas en las relaciones.
Reconocer y corregir de forma sistemática nuestros pensamientos automáticos y hábitos arraigados ineficaces son tareas casi imposibles, porque nuestro sistema de «inteligencia consciente» es lento e incapaz de servir de sustituto a nuestro sistema de decisiones rutinarias rápidas y continuas, la mayoría tomadas de forma inconsciente.
No podemos «desrutinizar» la mayoría de nuestros comportamientos sencillos, muchos de ellos casi automáticos, pero sí podemos intentar crear una estrategia comportamental que prevenga este problema: aprender a reconocer situaciones en las que los errores sean probables y esforzarnos en evitar errores importantes cuando están en juego cosas importantes.
Para resistirnos a la ilusión de que controlamos una situación que, sin embargo, implica mucho más riesgo del percibido, podemos seguir esta estrategia: aprender a reconocer cuáles son esas situaciones para recordar lo que sabemos de ellas y las consecuencias que pueden tener, y aprender a desconfiar de nuestras sensaciones de control
De esta forma, aunque seguirá siendo difícil no sentir la ilusión de control, al menos será más fácil evitar ser engañados por ella.
Es más fácil reconocer los errores de otros que los nuestros, porque no estamos influidos por las ilusiones ajenas.
Error 3: Crear halos para sentirte más seguro
¿Qué pensarías de Pedro, tu nuevo compañero de trabajo, si te digo que es inteligente, diligente, impulsivo, crítico, testarudo y envidioso?
¿Y qué pensarías de Juan, otro nuevo compañero de trabajo, si te lo presento como envidioso, testarudo, crítico, impulsivo, diligente e inteligente?
Si eres como la mayoría, Pedro te habrá causado una mejor impresión que Juan, porque los adjetivos iniciales que usamos para describir o presentar a la personas influyen en el valor de los adjetivos que usamos después y en la interpretación de las interacciones que tenemos con ellas.
La testarudez es vista de forma menos negativa si es una característica de un profesional considerado inteligente. Incluso podría llegar a justificarse que ser tozudo es un rasgo asociado a la inteligencia que inspira respeto y que ser envidioso es un defecto menor cuando se tienen otras virtudes.
Por otro lado, si una persona es inicialmente considerada envidiosa y testaruda, que además esté muy cualificada, la puede hacer parecer incluso peligrosa.
La mayoría de los adjetivos que se utilizan para definir a la gente, sean negativos, como testarudo o envidioso, o positivos, como diligente o inteligente, son genéricos, inconcretos y ambiguos. Por eso intentamos juzgar la personalidad ajena de una forma coherente, en función del contexto, la opinión y los datos que ya tenemos.
Si cuando conoces a alguien le sonríes, le halagas y te interesas, causarás la impresión de ser una persona simpática, agradable y escuchadora. Esa primera impresión tenderá a mantenerse a pesar de que más adelante muestres otras características poco virtuosas.
Si nos gusta la política del presidente del gobierno, es probable que nos guste su voz y su apariencia. Y viceversa.
Estamos hablando del llamado efecto halo: la tendencia a gustarnos o disgustarnos todo de una persona, incluyendo cosas que aún no hemos observado, quizás el sesgo más frecuente y que influye en nuestra manera de ver e interpretar cómo son las personas y las situaciones.
La secuencia en la que observamos características de una persona viene a menudo determinada por el azar. Pero la secuencia importa, porque el efecto halo aumenta la significación de las primeras impresiones, a veces hasta el punto de que la información siguiente es en su mayor parte despreciada.
¿Por qué creamos halos de la gente y de las situaciones?
Bueno, la respuesta parece sencilla y tal vez lo sea: buscamos la seguridad en las relaciones y en los entornos, así que cuanto antes podamos conocer a una persona o una situación, antes podremos decidir si abandonamos el estado de alerta o si lo dejamos puesto.
Pero como conocer requiere tiempo, inversión y experiencias, tendemos a tomar el atajo de la seguridad que nos proporcionan las etiquetas y los juicios rápidos.
A priori esa estrategia parece práctica, pero el problema es que la percepción creada es difícil de modificar, incluso cuando aparecen nuevos datos, porque afectaría a la coherencia que necesitamos mantener en nuestras vidas.
Dicho de otra forma, para mantener cierta seguridad psicológica, preferimos racionalizar para integrar la nueva información que contradice nuestra impresión, que admitir que la impresión era equivocada.
Entonces, ¿cuál de estos tres errores psicológicos cometes en tu vida personal y profesional?
Es difícil ser conscientes de nuestros sesgos, porque conocerlos requiere el esfuerzo del análisis e implica el riesgo de revelar nuestras incoherencias, errores y malas decisiones.
Si tu vida va razonablemente bien y no te apetece hacer demasiada introspección, al menos esta idea puede ayudar a ponerte en alerta cuando las cosas te parecen demasiado sencillas:
Para cada problema complejo hay una solución simple, clara y equivocada. Henry L. Mencken.
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