Uno de los principales retos en los próximos años tiene que ver con la transformación que sufrirá la gestión del talento profesional. Hoy es muy común ver en los periódicos advertencias sobre la falta de profesionales adecuadamente formados en determinadas competencias (aunque la mayoría, por el momento, son técnicas).
Todo el cambio conllevará, en paralelo, cambios en el mapa de competencias no sólo técnicas, sino también de eficacia, interpersonales o cognitivas.
En dos artículos anteriores fijábamos las competencias necesarias para dos roles específicos: emprendedores e intraemprendedores. El objetivo hoy es delimitar las competencias que cualquier profesional deberá poseer en los próximos años.
Amén de las relacionadas directamente con la tecnología (programación, Big Data, etc.), estas competencias están relacionadas con el entorno, los proyectos y las habilidades interpersonales.
Cualquier puesto de trabajo debe incorporar, en sus diferentes niveles, competencias orientadas a detectar cualquier tendencia que pueda afectar a la organización. Cuantos más ojos haya puestos en el mercado y en sus potenciales cambios, mejor preparadas estarán las organizaciones para anticiparse a sus competidores actuales y potenciales.
Los nuevos formatos organizativos están rediseñando la estructura vigente en muchas empresas. Proyectos relacionados con la apertura de nuevos mercados, el desarrollo de productos, la realización de una eficaz inteligencia de mercado o el propio diseño de mecanismos de coordinación internos requerirán competencias vinculadas a los procesos y el pensamiento global, no sólo a tareas rutinarias actuales.
Las competencias personales deberán ser modificadas respecto a las requeridas actualmente. En este apartado, el World Economic Forum ha publicado un informe, “Future of Jobs Report”, en el que destaca las competencias esenciales, a nivel profesional, que se requerirán dentro de cinco años. Entre ellas podemos destacar:
- Resolución de problemas complejos.
- Pensamiento crítico.
- Creatividad.
- Dirección de personas.
- Toma de decisiones.
- Inteligencia emocional.
- Negociación.
- Flexibilidad.
La resolución de problemas complejos es la competencia que permite interrelacionar los tres niveles: entorno, proyecto y persona. Los colaboradores deben conocer los dos procesos clave en la organización: la exploración (del entorno) y la explotación (de esa información para convertirla en conocimiento).
De esta forma, la resolución de problemas complejos requerirá potenciar dos competencias adicionales: la capacidad de análisis y diagnóstico (para el proceso de exploración) y la dirección de proyectos mutilaterales (para el proceso de explotación). Los niveles de la competencia dependerán del nivel de incertidumbre al que esté sometida la empresa.
La creatividad es la competencia que está en la base de la anterior, y no sólo debe estar destinada a generar nuevos productos, sino también a pensar de forma paralela y sintética para dar respuesta a problemas sobre los que la empresa no tiene una solución estandarizada aún.
El pensamiento crítico tendrá que ver con cuestionar permanentemente el statu quo de una organización: su modelo de negocio, la relación con el cliente y su entorno.
Además, podemos apreciar que siguen muy vigentes las competencias relacionadas con las personas en dirección y en gestión de emociones, dos pilares básicos para el liderazgo de equipos en proyectos con colaboradores cualificados y que no pueden ser dirigidos a través de los antiguos paradigmas, obsoletos ya.
En este punto, hay que realizar algunas matizaciones respecto a la influencia que tendrá el tamaño de la empresa en la incorporación de estas competencias en su capital humano.
En primer lugar, las grandes empresas se centrarán sobre todo en la primera competencia (resolución de problemas complejos), debido a la incertidumbre generada por su entorno: compiten en muchos mercados geográficos con un amplio porfolio de productos y servicios.
Su gran reto: crear, de verdad, un proceso de exploración y explotación del entorno que permita adaptarse a los cambios en los hábitos de consumo con sus “pesadas” estructuras organizativas.
Las empresas medianas, a priori más flexibles y ágiles, deben consolidar las competencias centradas en las personas. La creatividad es su gran baza para dar respuesta a un entorno más controlable, y en las que todas las personas de la organización pueden trabajar bajo nuevos enfoques.
Su gran reto: el crecimiento. Cuando una empresa crece considerablemente, la estructura organizativa lo hará en la misma medida y podría restar agilidad y crear cierta desconexión entre sus colaboradores. Crear instrumentos de coordinación podría proporcionarles una organización que responda a los retos del entorno.
En definitiva, los profesionales de esta nueva era deben asumir competencias que respondan a un entorno cada vez más dinámico y complejo y en el que aprender se posiciona al mismo nivel que desaprender.
Foto: Pablo Bandeira