Muchos teletrabajadores han dejado de usar el despertador. Y los relojes. Porque al pasar todo el día delante de la pantalla, los horarios se han fundido en una jornada constante que entremezcla vidas personales y profesionales de manera alarmante.
Es verdad que al 90% de los empleados a distancia les gustaría continuar trabajando desde casa. Pero también es cierto que seis de cada diez señalan problemas relacionados con la desconexión mental, según recientes estudios.
Porque a las dificultades que tradicionalmente sufrían el 30% de las personas para desconectar durante las vacaciones estivales se suman este año las propias del teletrabajo.
La práctica totalidad de los grupos parlamentarios parecen coincidir en la necesidad de desarrollar una propuesta legal sobre el teletrabajo, que incluya una limitación temporal de correos y llamadas y un nuevo derecho a la desconexión.
No obstante, algunas empresas, como Telefónica, ya en 2018 se posicionaron al respecto y reconocieron el derecho a la desconexión digital de sus empleados.
Legalmente solamente está recogido en el artículo 88 de la Ley Orgánica de Protección de Datos, que no contempla medidas concretas para garantizarla ni sanciones por incumplir con un derecho que, además, es un factor fundamental para mantener la productividad y el rendimiento.
Sin embargo, dos de cada tres compañías españolas esperan que sus empleados estén disponibles fuera del horario, según un estudio de Randstad, del que también se desprende que España se encuentra a la cola de Europa en flexibilidad laboral. Y es que únicamente el 68% de los empleados pueden modificar su horario para conciliar.
14 horas diarias conectados
Como consecuencia del coronavirus y del creciente miedo a perder el empleo, la jornada laboral de los españoles abocados a trabajar desde casa aumentó unas dos horas, de acuerdo con el tiempo de conexión a las VPN (redes privadas virtuales que conectan con las empresas).
Para ser más precisos, algunos estudios señalan que durante el confinamiento estuvimos conectados una media de 14 horas diarias. Los expertos sostienen que muchas personas tuvieron su primera experiencia teletrabajando a lo largo de la pandemia, que alteró por completo los hábitos y rutinas, por lo que no recomiendan fijarse en estos meses para evaluar esta modalidad.
Alberto Muñoz, director de la División de Tech & Digital en Robert Walters, cree que, en condiciones “normales”, bien a través del teletrabajo ocasional, del trabajo en remoto de forma habitual o directamente del trabajo distribuido (sin un headquarter principal), “sí se consiguen buenas soluciones para ser más eficientes (trabajando menos horas), conciliar más y mejor y, a largo plazo, obtener por parte de todos los empleados una orientación a resultados que países del norte de Europa ya tienen”.
Pero la realidad es tozuda y, en muchas empresas el teletrabajo invita a hablar de «esclavismo digital». Máxime ahora, cuando las catastróficas perspectivas sobre el mercado laboral proyectan un horizonte repleto de incertidumbres.
Hay personas que antes de que amanezca ya han recibido varios whatsapp del jefe. Y que se acuestan con la tablet entre las manos respondiendo a los últimos correos electrónicos. Son trabajadores enganchados.
Es uno de los más tremendos daños colaterales de la digitalización. Y que no deja de cobrarse víctimas. Hay quienes se sienten obligados a permanecer 24 horas al día, siete días a la semana, a disposición de sus empresas, estén donde estén.
¿Quién es responsable de la no desconexión?
Ahora bien, ¿quién tiene la culpa de la no desconexión digital? Juan Carlos Cubeiro, consejero de Human Age Institute, opina que es responsabilidad de “jefes arcaicos y capataces de viejo cuño, así como de empleados sin la suficiente asertividad como para saber poner en valor su propio talento. Unos y otros forman parte de empresas que están hipotecando su futuro”.
Y advierte que el talento, que continúa escaseando a pesar de la profunda recesión, elegirá trabajar allá donde le aseguren el equilibrio entre vida personal y profesional.
En este sentido, Muñoz vuelve a hablar de dos escenarios: uno actual, en el que seguiremos teniendo difícil desconectar y no será “culpa” de nadie; y otro tras la vacuna, en el que tendremos que regular nuestras nuevas vidas estableciendo unos horarios y en el que la no desconexión digital “podría ser achacable a los jefes, excepto en aquellos casos en los que uno interprete que sus jefes son sus clientes”.
Teletrabajadores presentistas
Si en casi todas las oficinas el presentismo es un mal endémico, que lleva a miles de personas a clavarse sobre sus sillas y esposarse a sus teclados, en la era del teletrabajo podríamos hablar de los “calientapantallas”, esos “teletrabajadores presentistas” que hacen un flaco favor a esta modalidad de empleo.
Y ello pese a que esta crisis esté acelerando la tendencia de gestionar por objetivos, que ya se estaba imponiendo en muchos países.
De hecho, el director de la División de Tech & Digital en Robert Walters piensa que todas las empresas deberían aprender a medir los resultados de cada uno de sus trabajadores y a gestionarlos basándose en esa medición, no en el tiempo que pasan físicamente en un determinado lugar.
No obstante, en lo que erróneamente ha venido a llamarse «teletrabajo» -que en realidad debe ser voluntario, no forzoso-, a los empleados se les obligó de la noche a la mañana a trabajar desde sus casas, por lo que el progreso en tres meses ha equivalido al avance que se hubiera logrado en cinco años.
“Los jefes trasnochados, presencialistas, han inundado a los trabajadores de reuniones virtuales y han copado su agenda. Porque sus hábitos no han cambiado”, apostilla Cubeiro.
Siete signos de «esclavitud» digital
Aunque normalmente el trabajador que no desconecta es consciente de su situación, esté conforme o no con ella, hay algunas señales inequívocas de la “esclavitud” digital:
- Mandar y recibir correos o whatsapp a deshoras.
- Sentirse obligado a contestar a cualquier hora y desde cualquier lugar.
- Empezar la jornada antes del horario habitual y terminarla después.
- No hacer un descanso a media mañana ni por la tarde, ni para comer ni para cenar.
- Ser molestados durante los fines de semana.
- Convocar reuniones con más frecuencia de la debida o fuera del horario laboral.
- Pedir encargos sin tiempo suficiente, que solo pueden realizarse fuera de la jornada laboral, si se quieren entregar en el plazo fijado.