Íñigo es ingeniero y responsable de Calidad en una pequeña empresa de ascensores. Hace unos meses recibió el encargo -desde Dirección General- de gestionar los cambios de operativa impuestos por unas certificaciones necesarias para lograr la expansión internacional y, en concreto, para la homologación como proveedor de un prometedor cliente de Reino Unido. Y como ya intuyes, esta historia avanza hacia un final incierto por culpa de la jerarquía y el ego que dominan tantas relaciones laborales.
Íñigo es un profesional metódico y eficiente, cualidades que en esta misión le sirvieron para diseñar el plan de actuación y el calendario que cada departamento debía acometer. Íñigo también es una persona de pocas palabras, prefiere hacer que pedir con tal de evitar el enfrentamiento. Esas características le llevaron a demorar la supervisión de los cambios pedidos a cada director de departamento, todos ellos de rango superior al suyo.
Su especial carácter evitó que pensara en la trascendencia de respuestas como “no voy a cambiar ahora mi forma trabajar”, “no hay personal para hacer eso” o la que le dirigió el director financiero: “Si necesitas esos datos, tendrás que buscarlos tú”, y menos aún pensó en reportar a la Dirección General, de donde recibió el encargo pero ningún apoyo.
Y al prometedor cliente británico le entraron las prisas: antes de lo previsto comunicó que adelantaba la visita para la homologación de proveedores. Como los cambios no estaban hechos, aquel cliente se perdió, cerrándose de momento la entrada a ese importante mercado.
Confirmado el desastre, la Dirección General convocó una reunión urgente con los directores de departamento, en la que todos se llevaron las manos a la cabeza poco antes de hacerlo al cuello de Íñigo. El responsable de Calidad de la empresa, y casi accidental encargado de este proyecto, se sintió impotente.
El ego profesional no entiende de objetivos de empresa
Sin duda, en esta historia confluyen muchos elementos y errores, pero ahora me interesa uno muy humano, el ego mal entendido, ese que nos lleva a creernos superiores a otros, razón por la que estos directores de departamento despreciaron sin valorarla la importante labor de Íñigo.
Quizá todo hubiera sido muy distinto si el responsable de Calidad de esta pyme hubiera tenido la habilidad de involucrar a la Dirección General de forma más efectiva, porque en el funcionamiento de las organizaciones jerarquizadas de siempre, y también de las de hoy, hay mucho de ‘ordeno y mando’.
Y quizá no lo hizo porque la jerarquización prefiere la sumisión a la iniciativa. Íñigo no sabía cómo solicitar el esfuerzo y compromiso que ahora necesitaba de unos compañeros de trabajo a los que consideraba en un escalón superior. Él había aprendido que en estas organizaciones se vive mejor ejecutando órdenes que mostrando iniciativa.
La imposición del ego dominante
Puede que una situación similar se esté viviendo hoy en otras empresas, incluso con una cultura menos jerarquizada que la que caracteriza a las de producción de bienes. Veamos qué pasa en una de las miles de pymes españolas que aún siguen trabajando en su digitalización, proceso que genera tensiones entre el encargado de pilotar el cambio y los compañeros que deben romper una dinámica de trabajo de años.
En este otro supuesto, Irene es la encargada de digitalización, es una persona decidida, que organiza e implica con la misma energía con la que exige y supervisa. Todo va bien hasta que tiene que trabajar en la transformación digital de un departamento cuyo responsable, un “histórico” en la empresa, se resiste al cambio. Pero Irene no se amilana fácilmente, tanto que saca a pasear su ego, convirtiendo en enfrentamiento personal lo que tan solo debería ser un cambio estratégico en la gestión de la compañía. Y este es un ejemplo de cómo el ego profesional se antepone al objetivo empresarial, tanto en las empresas jerarquizadas como en las de estructura más horizontal.
La duda es saber hasta qué punto la lucha de egos envenena muchas de las decisiones estratégicas que la empresa toma en sus comités y órganos de dirección: ¿siempre se toma la decisión más conveniente para la empresa o la que impone el ego dominante?
Ego saludable y ego negativo
Puede que veas reflejado en estos comportamientos algo de ti. Es normal, todos tenemos ego, incluso podemos añadir que de dos tipos:
- Ego positivo: reconoce nuestra individualidad, motiva para dar lo mejor cada día, acompaña la ambición y anima a defender la opinión propia frente a otras, pero valorando las consecuencias.
- Negativo: bloquea el entendimiento para tratar de ocultar debilidades, miedos o frustraciones. Es un ego que además obliga a comportarse con egoísmo, sin que importe envenenar la relación laboral con tal de imponer nuestro criterio.
Seis hábitos para controlar el ego negativo
Todos tenemos ambos tipos de ego. Por eso lo importante es analizarnos, para saber cuál se impone y, en su caso, aprender a controlar el ego negativo.
- Identifica y aísla. Es un tipo de sentimiento que no es fácil erradicar, por lo que hay que aprender a vivir con él. El consejo es trabajar individualmente para identificar esos detonantes que nos conducen a una situación de ego negativo y, una vez aislados, aprender a controlarlos. Si, por ejemplo, sabemos que somos muy suspicaces frente a los comentarios de otros, deberemos aprender a controlarnos antes de responder. Hay que tener en cuenta que el ego negativo es para muchos una forma de defensa frente a una debilidad propia.
- No siempre se tiene la razón. Errar es humano y, por tanto, es mejor reconocer con humildad y agilidad un error propio que mantenerlo hasta sus últimas consecuencias. Y este es el origen de muchas de las luchas de ego laboral.
- Controla el deseo de triunfo. Ganar es importante, pero no debe ser el principal motor vital, ya que genera frustración. Y cuando ganes, comparte ese triunfo con el equipo o con quien te rodea.
- Establece relaciones de igualdad, también con tu equipo. Cuando la relación laboral se establece desde la igualdad y el respeto mutuo, es más fácil mantener a raya el ego, el propio y el de los demás. Más importante que demostrar es colaborar.
- Practica la empatía: escucha. Una de las claves para combatir el ego perjudicial es hacer el esfuerzo de compartir desde la comprensión los problemas y alegrías de los demás, para lo que es imprescindible practicar la escucha activa.
- Esfuérzate por seguir aprendiendo. La formación nos recuerda cuánto nos queda por aprender, sentimiento de gran utilidad para mantener el ego profesional a raya.