«Os pesan los huevos. No hemos hecho esta mierda de viaje, esta mierda de organización, para venir aquí a morir en el primer partido».
Este diálogo forma parte del “discurso motivador” que el respetado entrenador del equipo Ademar León dio a sus jugadores en el partido de balonmano disputado contra el sueco Kristianstad en 2021, condicionado por las restricciones de la pandemia.
El titular del periódico local fue descriptivo del resultado y sus causas: “La realidad superó a la ilusión y el milagro fue imposible”.
Animar es fácil, motivar es difícil
Cuando cualquier entrenador grita: «¡No hemos venido aquí a perder el partido!», seguramente los jugadores están demasiado emocionados para ser conscientes de que el otro equipo tampoco ha venido para eso.
Y es que al mundo no le importan nuestras expectativas y nuestra convicción, y a nuestros rivales, mucho menos, sobre todo si son mejores que nosotros.
«Emocionar» para intentar ganar es esperable, todos queremos ganar.
Pero lo que marca la diferencia haciendo más probable el logro es motivar:
- Motivar es aportar información valiosa.
- Es reorganizar condiciones.
- Ofrecer instrucciones de acción: si hacemos esto, es más probable que ocurra aquello.
- Utilizar recursos adecuados.
- Y, en general, es aplicar cambios efectivos según el contexto y los factores implicados.
Una cosa es animar, es decir, gritar, exhortar, emocionar; y otra es motivar, o sea, gestionar los motivos que impulsan el cambio en cada situación.
Animar es fácil, motivar es difícil.
Animar es fácil, porque cambiar emociones es fácil.
Motivar es difícil, porque cambiar comportamientos es difícil.
Y es que la motivación es una interacción entre las condiciones, experiencias y competencias de las personas y las condiciones de los contextos en las que tienen que conseguir los objetivos propuestos.
Y aunque se logren motivar y generar los comportamientos adecuados, en muchas ocasiones ni siquiera la mejor actuación posible será suficiente para alcanzar la meta que se persigue.
Aprender a motivar y a motivarse es el recurso más valioso para mejorar la vida y la carrera, pero no siempre será suficiente, porque la realidad está por encima de las estrategias, los deseos e incluso la excelencia.
Cuando no puedas ganar, no pierdas todas las oportunidades de volver a intentarlo
»No puedes ganar el master el primer día, pero sí puedes perderlo». Jon Rahm.
Me gusta adaptar la declaración que leí a este golfista español de esta forma:
No puedes mejorar tu vida en un momento, pero sí puedes malograrla en ese mismo instante.
Solo hay que leer biografías para saber que tener éxito o convertirse en un profesional reconocido tiene mucho que ver con esa inclinación, habilidad o motivación para hacer lo que se debe en lugar de lo que apetece.
Ese comportamiento define el concepto psicológico de autocontrol.
Ganar o avanzar en la vida profesional requiere, en primer lugar, no perder o, al menos, mantener abiertas las suficientes oportunidades u opciones para mantenerse en la carrera.
Casi ningún reto se puede conseguir en un momento, pero casi todos los caminos pueden cerrarse por una mala decisión motivada por el corto plazo y la impaciencia.
Asegurar el presente para garantizar el futuro requiere seguir estos cinco principios del autocontrol:
- Evita perder por imprevisión.
- Por asunción de riesgos innecesarios.
- Por inercia emocional.
- Por falta de concentración.
- O por conseguir la recompensa inmediata.
Estamos tan obsesionados con intentar hacer grandes jugadas que a veces olvidamos lo importante que es esforzarse también por mantenerse en el juego.
Vale. Entendido. Pero si la habilidad del autocontrol es determinante para alcanzar una vida satisfactoria, ¿por qué no decidimos todos autocontrolarnos y ya está?
Porque solo tenemos el control sobre nuestro autocontrol del que la vida nos haya provisto.
Es muy difícil mejorar la vida profesional
Tener que asumir la responsabilidad de las consecuencias (qué remedio) no implica siempre ser responsable de las causas.
Se afirma, con tanta grandilocuencia como ingenuidad, que para tener éxito profesional o personal solo hace falta ser perseverante. Bueno, y tener autocontrol, inteligencia emocional y una decena más de nuevas virtudes de la modernidad que hacen largos los sermones de los conferenciantes inspiracionales.
Pero muchos profesionales no pueden comportarse de forma perseverante con tanta frecuencia y en tantas ocasiones y contextos como otros.
Y no pueden ser tan resilientes e insistentes como les gustaría o como les exigen las condiciones en las que viven y trabajan, porque simplemente no aprendieron a serlo, porque en su vida no accedieron a las suficientes y necesarias experiencias, éxitos y superaciones de fracasos que forjaran esas tan deseadas perseverancia y resiliencia ante las adversidades.
Y lo mismo ocurre con todas las competencias necesarias para alcanzar metas.
—¿Qué tomas para ser feliz?
—Decisiones.
Este tipo de frases absurdas impresas en camisetas de influencers y en publicaciones existenciales de Instagram están vacías de contenido. ¿Acaso no toman también decisiones aquellos que no logran ser felices?
“En cada empresa con éxito hubo una persona que tomó una decisión valiente”.
Claro, y también en la mayor parte de las empresa arruinadas. De hecho, esas personas que fracasaron en sus negocios seguramente tomaron decisiones aún más valientes y arriesgadas.
Lo peor de este tipo de mantras es que son culpabilizadores: “No tomas las decisiones correctas, piltrafilla”.
Ni siquiera decidir bien, es decir, basándose en criterios sopesados, es una garantía de éxito, aunque los que lograron acertar al enfilar un camino en lugar de otros sobrevaloren su habilidad para decidir a toro pasado y se beneficien del halo triunfador del que los provee el sesgo del superviviente.
Mejorar la vida es cuestión de “elegir bien», pero elegir bien depende de haber aprendido bien. O de empezar a aprender bien.
En fin, que no te sorprenderá si afirmo que muchas personas no consiguen lo que quieren y no logran mejorar su vidas y sus carreras porque los éxitos en contextos y momentos determinados dependen de competencias, experiencias y apoyos adquiridas en contextos y momentos determinados.
Es muy difícil mejorar la vida profesional.
¿Esta declaración es una rendición ante la vida, una aceptación incondicional de la mediocridad, una invitación a la indolencia y a la flojera, como decimos en Andalucía?
No. Precisamente el punto de partida para mejorar implica no aceptar culpabilidad alguna a la vez que se es consciente de la fuerza de las causas, contextos y relaciones, antes y ahora, para así afrontar la responsabilidad de las consecuencias con la perspectiva correcta, una conveniente sabiduría vital y la adecuada fortaleza de ánimo
¿Y la energía necesaria para el cambio, de dónde la sacaremos?
Motivación no es tener ánimo, motivación es tener motivos.
Así que si quieres tener un motivo, ponte un objetivo.
Porque si te pones un objetivo, crearás un camino y la motivación para recorrerlo. Y si al tiempo descubres que no te gusta, crea otro.
Recuerda que marcarse objetivos es gratis. O casi.
“Siempre quise ser alguien. Ahora sé que tenía que haber sido más específica”. Lilly Tomlin.
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