Cómo decidir cuándo abandonar tu sueño profesional

Cada cambio aparenta ser un fracaso cuando va por la mitad.

Gran parte de la literatura de autoayuda se centra en intentar animarnos para continuar persiguiendo nuestros “sueños”. 

Si te está costando alcanzar tus objetivos o ya has desistido, un aluvión de frases positivas y eufemismos animadores acuden a tu rescate emocional en las redes sociales, sentencias insertadas en imágenes que pretenden ser inspiradoras, pero que casi siempre se quedan solo en cursis.

Si has invertido una gran cantidad de esfuerzo y recursos sin resultado, algún gurú del pensamiento positivo te dirá, por ejemplo, que no has fracasado. sino que “abandonaste antes de dedicar el tiempo suficiente”. Yo no sé si esta reinterpretación bienintencionada me animaría o haría que me sintiera más “pringao”: ahora resulta que estaba a punto de lograrlo cuando decidí dejarlo, maldita sea.

Asimismo, cuando has andado gran parte del camino sin vislumbrar resultados, este consejo zen pretende mantenerte en ruta: “No desesperes si aún no lo consigues, quizás solo estés echando raíces”. Lo pillo, es una metáfora que intenta mostrar que, aunque de momento no haya frutos, estás consolidando las bases del proyecto. Pero eso de las raíces lo veo un poco teórico-tristón, suena a que la cosa va a ir muy lenta.

Puestos a elegir, cuando veo que mis esfuerzos no tienen la recompensa que yo creo que merecen, prefiero la reflexión de la psiquiatra Elizabeth Kubler-Ross:

Cada cambio aparenta ser un fracaso cuando va por la mitad.

Y es que me identifico mucho con esa sensación frecuente de que los proyectos parecen que no van a alcanzar nunca la meta, por mucho que perseveres. En este sentido, Doris Lessing, la Nobel de Literatura, resalta la importancia del tesón cuando reconoce que el talento es algo bastante corriente, que “lo que escasea es la constancia, no la inteligencia”. 

Seguramente tú también has comprobado que muchos profesionales exitosos no son especialmente brillantes, pero sí muy trabajadores. Es práctico recordar que los primeros avances son los más difíciles, porque nos obligan a realizar nuevos aprendizajes, crear nuevos hábitos y abandonar los improductivos y, sobre todo, a aceptar los fracasos como parte del proceso sin que cunda el desánimo.

Se puede y se debe aprender del fracaso, pero el más importante y necesario aprendizaje tras fracasar, es aceptarlo. Cuando iniciamos un nueva andadura nos parece un mundo todo lo que queda por hacer. Pero es curioso que, tras alcanzar un logro, cuando volvemos la vista atrás para analizar la trayectoria de ese éxito, tendemos a pensar que fue más fácil de lo que fue, porque perdemos de vista los obstáculos que tuvimos que superar.

Por qué abandonamos

Como motivador de profesionales y equipos, mi experiencia me dice que el abandono de un proyecto o el fracaso en la persecución de un objetivo se debe especialmente a uno o varios de estos cinco factores:

1. Avances insuficientes

La falta de resultados o los resultados negativos son el principal motivo de abandono. Y con razón.

Necesitamos obtener algún logro de vez en cuando, que nos permita continuar en la carrera y que insufle la motivación necesaria. La resiliencia se alimenta de los éxitos, por pequeños que estos sean. Si estamos poniendo casi todo de nuestra parte y los datos muestran que la cosa no va, hay que rendirse a la evidencia.

2. Planificación deficiente

La falta de conocimiento específico y cualificado sobre el sector, la actividad, las competencias o técnicas, los clientes o los competidores pueden acabar con la mejor de las intenciones.

Muchos proyectos fracasan por ir demasiado deprisa o muy lentamente, por no controlar las expectativas y, especialmente, por no obtener las “ventas”, los ingresos o los recursos necesarios para continuar o para crecer al ritmo necesario.

3. Motivación débil

En muchos casos, he comprobado que la meta o el sueño descrito por el profesional no es tan motivador como quiere creer y, por tanto, la dedicación y esfuerzo no son suficientes. Esta situación suele producirse especialmente en el caso de proyectos que tienen mucha valoración o reputación social y hacen más probable que el candidato se anime a perseguirlos.

4. Falta de soporte social

Las críticas y la falta de apoyo de profesionales, mentores, colaboradores, inversores o personas cercanas tienden a debilitar cualquier proyecto profesional. En cualquier caso, esta falta de soporte también podría calificarse como un problema de planificación, por no haber sabido conseguir los apoyos necesarios y no haber previsto la presión del entorno.

5. Meta mal definida

Muchas veces el fracaso no se produce al perseguir un objetivo, sino al no saber exactamente qué objetivo se está persiguiendo. Si el sueño profesional es etéreo, fracasamos antes de empezar.

Es importante definir con suficiente concreción la meta que se quiere alcanzar para obtener un feedback válido y fiable que nos ayude a decidir cuándo perseverar y cuándo abandonar.

Dos técnicas para dar más posibilidades a tus metas

1. Una técnica para empezar: proponte dedicar “solo cinco minutos”

Marisa es una buena profesional con competencias administrativas que quiere aprender nuevas competencias relacionadas con la programación informática. Su objetivo es reinventarse a medio plazo dentro de su empresa actual.

Para dar los primeros pasos, ha decidido realizar un par de cursos gratuitos y breves en una plataforma universitaria online, para valorar después la realización de un curso más avanzado, de mayor duración y coste. Pero me decía que no encontraba la motivación ni el momento para formarse en casa:

— Con lo cansada que vengo del trabajo, me cuesta mucho encontrar el momento para sentarme delante del portátil. No tengo tiempo.
— Y si tuvieras cinco minutos, ¿podrías simplemente sentarte un momento, abrir la primera unidad formativa del curso y dedicarle ese tiempo?
— Bueno, supongo que sí podría estar cinco minutos echando un vistazo al curso.
— ¿Hay algo que te impida empezar ahora mismo? Veo que traes el portátil. ¿Puedes abrir el curso y ponerte a trabajar ya esos cinco minutos?
— Visto así, supongo que podría empezar ya.

Cuando creas que no tienes ganas o tiempo de hacer algo, dedícale un tiempo tan corto que no puedas dejar de hacerlo.

2. Una técnica para “hacer sitio” a tus metas

— ¿Cuánto tiempo tardas en hacer una maleta para salir de viaje?
— El tiempo que tengas.

Existen dos formas de gestionar tu vida personal y profesional para dedicar tiempo a alcanzar tus objetivos: al máximo y “como se pueda”.

Puedes hacer que tu proyecto profesional sea tu vida con la dedicación máxima posible.

No se trata de encontrar tiempo adaptando tu vida actual para perseguir tus objetivos, sino de que la persecución de tus metas debe obligar a tu vida a adaptarse de forma gradual. Esta estrategia solo es posible cuando cuentas con recursos económicos suficientes para dedicar tiempo y energía a tu proyecto de forma significativa.

O puedes hacer sitio en tu vida a tu proyecto con una dedicación discrecional

Empieza dedicando a tu proyecto el tiempo mínimo diario disponible y comprobarás que la efectividad de esa dedicación es muy alta: cuanto menos tiempo tienes para realizar algo concreto, mayor suele ser su aprovechamiento.

Por ejemplo, iniciar un emprendimiento como empresario o como autónomo podría requerir una dedicación total desde su inicio o tal vez pueda ser compatibilizado con el desempeño de otras obligaciones, como un trabajo por cuenta ajena o la realización de actividades formativas. Cada proyecto o reto requerirá planes, métodos y dedicaciones diferentes según tu motivación, tu situación personal y tu perfil profesional. Tú decides.

Haz sitio en tu vida a un objetivo o haz que un objetivo sea tu vida.

La metáfora del aparcamiento: ¿qué hago si los resultados no llegan?

“Hola, ¿crees en el amor a primera vista o me doy otra vueltecita?”. Esta frase cargada de humor debería ser un arma irresistible para ligar, aunque nunca la he puesto en práctica.

La traigo aquí como una frase divertida que resalta la importancia de la constancia para conseguir lo que nos proponemos: hay que dar las vueltecitas que hagan falta si queremos que nos vaya mejor en la vida personal y profesional.

La persistencia es un valor globalmente aceptado. El tránsito exitoso por cualquier camino personal o profesional pasa por insistir, esforzarse y hacer lo que uno tiene que hacer, especialmente cuando las dudas y las malas emociones nos tientan a desistir o abandonar.

Pero, ¿qué pasa si el esfuerzo continuado no da sus frutos? Esta sería una habitual respuesta de frustración que la mayoría hemos experimentado:

—¿No estoy haciendo ya todo lo que puedo? Creo que tal vez no merece la pena, tal vez debería dejar de intentarlo y pensar en otra cosa.

Durante mis primeros años en Madrid viví en la zona de Cuatro Caminos. Las dificultades que tenía para aparcar en ese populoso barrio me inspiraron la metáfora del aparcamiento, un relato adaptable a cada caso que intenta facilitar la toma de perspectiva para decidir si continuar persiguiendo una meta o abandonarla.

Imagina que vuelves a tu ciudad tras un largo viaje en coche.
Se te ha hecho de noche y estás rumiando que seguro te será difícil encontrar aparcamiento a estas horas.
Por fin sales de la autovía y pones rumbo a la zona donde vives.
Al pasar por tu calle ves luz arriba en tu casa, seguro que te están esperando con algún plato calentito para cenar.
Además, mañana es fiesta local y no tendrás que madrugar. ¡Qué ganas de llegar!
Inicias la rutina habitual buscando el ansiado sitio para tu coche.
Has dado ya la primera vuelta a la manzana sin éxito, y la cosa no tiene buena pinta.
Y así una y otra vez.
Tras diez minutos empiezas a ponerte nervioso.
Otras veces te ha pasado lo mismo, es normal, pero esta noche estás especialmente cansado y ansioso por aparcar, ¡por qué tenía que pasar hoy!
Cambias la ruta y conduces por otras calles a ver si hay suerte, y sigues dando vueltas.
Muchos coches están estacionados en doble fila, pero tú no te quedarías tranquilo si hicieras lo mismo.
Cuando llevas media hora sin encontrar aparcamiento, detienes el vehículo y das un manotazo de rabia al volante.
— ¿Y si dejo el coche en cualquier sitio y ya está?, exclamas con desesperación. ¿Qué hago?, ¡parece imposible aparcar esta noche!

Este ejercicio sobre la perseverancia suelo utilizarlo para ayudar a los clientes que ya han invertido muchos recursos, sean tiempo o dinero, en la persecución de un objetivo o en el desarrollo de su proyecto profesional, sin obtener resultados o avances significativos.

¿Cuál sería tu decisión? ¿Continuarías intentando “aparcar” o abandonarías tu vehículo para plantearte otras opciones de “transporte”?

¿Cuál crees que fueron las opiniones o reacciones de casi todos los profesionales que escucharon la metáfora del aparcamiento? Esta conversación es representativa de sus respuestas.

— Entonces, ¿qué has decidido hacer? ¿Vas a dejar el coche en la vía pública o vas a seguir intentándolo hasta que lo aparques?
— Hombre, ¿cómo iba a dejar el coche así? Habría que seguir hasta que logre aparcarlo, no queda otra. Esto del aparcamiento me lo has contado para decirme que tengo que seguir buscando, ¿no?
— No sé, ¿tú que crees? ¿Debes seguir insistiendo o debes abandonar este objetivo y ponerte con otro?
— En fin, no sé. Ya que he llegado hasta aquí, tal vez tendré que dar algunas vueltas más, ¿no? (…)

Y tú, ¿has decidido seguir intentando aparcar?

Puede resultar inspirador que la gran mayoría de las personas elijan ser perseverantes aún cuando hayan invertido muchos meses o años, sin alcanzar lo que se proponen, incluso sin siquiera haber logrado dar pasos relevantes hacia sus metas.

La insistencia puede ser un valor cuando de insistir se trata. Pero insistir es una actitud muy ineficiente cuando son otras las razones del fracaso.

El mejor consejo que puedes dar a cualquier profesional no es que persevere, sino que persevere siempre que vaya avanzando. La vida profesional no trata de percepciones sobre botellas medio llenas o medio vacías, sino de comprobar si las estás llenando o vaciando.

A veces se trata de insistir y lo difícil es insistir; y otras veces se trata de abandonar, y lo difícil es abandonar. 

Cómo decidir cuándo abandonar

Norman Vincent, autor de El poder del pensamiento tenaz (1952), declaró que siempre es demasiado pronto para desistir”. Modestamente podríamos matizar tan optimista reflexión diciendo que aceptar el fracaso cuanto antes es una forma de empezar a abrir otras puertas.

También Malcom Forbes resaltó la importancia de la insistencia con su conocido consejo: “Si quieres tener éxito, inténtalo lo suficiente”. Sin embargo, esta recomendación la acompañó de un corolario tan realista como inquietante: “Si quieres fracasar, inténtalo demasiado”. Y de hecho muchas veces lo hemos intentado demasiado, ¿a que sí? Lo que pasa es que solo lo supimos a toro pasado.

En todo caso, tenemos que valorar los potenciales logros no solo por lo que podríamos ganar, sino también por lo que podríamos perder en el camino. Cuando estamos “subidos” en la completa inercia de la consecución de una meta o de un sueño, es muy difícil “bajarse”.
Cerrar un proyecto al que se ha dedicado mucha vida y mucho esfuerzo exige aceptar la erosión al orgullo propio que supone dar por malas algunas de las decisiones tomadas y por perdidas las inversiones ya realizadas.

Entonces, ¿cuál es la clave para poder abandonar un proyecto cuanto es necesario hacerlo?

La clave para decidir dejar de perseguir una meta profesional es establecer a priori las condiciones o criterios en que debe producirse. De esta forma evitaremos que la toma de decisiones sobre continuar o abandonar se base en lo ya realizado e invertido (el pasado), en lugar de en la viabilidad real del proyecto (el futuro).

Antes de acometer un proyecto, para decidir cuándo deberías abandonarlo, establece el tiempo y la inversión máximas que vas a dedicar.

La aceptación es una salida, no una rendición

“El que no pueda lo que quiera, que quiera lo que pueda o que acepte lo que tenga”. Cuando he compartido esta reflexión en redes sociales, algunas personas han replicado que esa actitud supone rendirse o conformarse.

Pero cuando no se obtienen resultados o avances suficientes tras una inversión razonable (y a veces irracional) de tiempo, esfuerzo y recursos, deben buscarse nuevos retos o replantear el objetivo anterior y la estrategia utilizada para superar el estancamiento.

Aceptar que no siempre se puede no es un fracaso, es un signo de madurez que puede abrir otras puertas.

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