Desde que fueron creados, allá por 1994, para etiquetar y rastrear partes utilizadas en la fabricación de automóviles por una empresa japonesa, los códigos QR se han ido incorporando con cada vez más fuerza al mundo del marketing y la comunicación.
Por ejemplo, en 2009, Google los incorporó a su servicio Google Favorite Places: después de identificar los establecimientos que generaban mayor interacción en Google Places, les envió un adhesivo con un código QR para que lo colocasen en su escaparate. Al escanearlos, el cliente obtenía toda la información disponible sobre ese establecimiento, incluidos los comentarios de otros clientes.
Sin embargo, no ha sido hasta hace un par de años cuando han experimentado una auténtica explosión, ayudados por el auge de los smartphones y sus infinitas aplicaciones.
De hecho, podríamos pensar que se trata de la moda tecnológica del momento, ya que podemos verlos casi en cualquier sitio. Desde vallas publicitarias, productos de consumo, revistas o periódicos, todo luce su propio código QR. Pero, ¿se trata de una moda o son algo más?
Pues un poco de las dos cosas. Si bien es cierto que en muchos sitios tampoco son necesarias sus cualidades y se quedan en un mero elemento tecnológico decorativo (aunque la publicidad es experta en exprimir este tipo de casos; aquí tenéis varios diseños de códigos QR muy decorativos), en muchas otras ocasiones su potencial es bienvenido.
Y así, las marcas aprovechan las oportunidades que les ofrecen este tipo de códigos, utilizándolos tanto en sus productos como en las campañas publicitarias. Son el sueño de todo vendedor: apuntas al código con tu smartphone y te redirige al contenido digital almacenado con la información del producto, al punto de venta, promociones, etc.
Se trata de un nicho de clientes cada vez más amplio. De hecho, un estudio realizado durante los tres primeros meses de 2012 llevado a cabo por comScore desveló que 14,2 millones de usuarios de smartphones escanearon un código QR, es decir, un 14,5% de la cifra de propietarios de estos dispositivos de cinco países europeos (Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y España).
Ante este emergente mercado las marcas no son ajenas, por lo que desarrollan creativas campañas incorporando este tipo de código. Veamos algunos ejemplos:
- En Corea del Sur, la empresa Tesco no conseguía que su línea de supermercados Home Plus arrebatara el primer puesto a E-Mart. Para dar un impulso a sus ventas por medio del comercio electrónico y sin necesidad de abrir más tiendas, se les ocurrió llenar las vallas publicitarias del metro con imágenes a tamaño real de los stands de sus supermercados, pero con una sutil diferencia: en cada producto aparecía un código QR. Cuando éste era escaneado, los viajeros podían realizar de manera online su pedido, pagarlo y enviarlo a su domicilio. Como resultado, entre noviembre de 2010 y enero de 2011 las compras online de Home Plus aumentaron un 130% y los clientes un 75%. La campaña ganó el León de Oro en el festival de Cannes.
- La compañía aérea KLM decidió celebrar el Queen’s Day colocando en el suelo de una terminal aérea códigos QR con los que se podía realizar de forma online el checking del vuelo. Así de fácil, sin colas ni esperas, sólo con el teléfono móvil.
- En Tailandia, la marca de champú Unilever quería promocionar su producto Clear. ¿Dónde colocaron los códigos QR? Pues ni más ni menos que en la cabellera de varios modelos (al fin y al cabo se trata de un champú). Varios hábiles estilistas les cortaron el pelo copiando fielmente un código QR que enlazaba con la página web del champú. Los modelos simplemente se dedicaron a pasear por las calles de Bangkok. Como resultado, las visitas a la web de Clear se incrementaron un 400%. El que diseñó esta campaña no tenía un pelo de tonto.
Resumiendo, se trata de una opción de marketing más que recomendable para las marcas, pues unifica su potencial decorativo con el tecnológico. ¿Conocéis más casos?
Foto @preetamrai, distribuida con licencia Creative Commons BY-2.0