Un nuevo paradigma para el trabajo del siglo XXI

Hace pocos días, en una delegación de la Agencia Tributaria, casualmente me llegó un fragmento de la conversación que sostenían los que supuse que serían dos emprendedores o pequeños empresarios, en la que -con evidente malhumor- el uno le participaba al otro su malestar: “¿Cómo voy a contratar a una persona para un solo día?, aunque lo necesite. ¿O por unas horas?, cuando me venga bien.”

No escuché más que lo entrecomillado, pero aquella interrogante me llevó a responderme que, tal y como está el panorama laboral, seguramente habría personas paradas que bien agradecerían tener la oportunidad, por mínima que fuera, de “trabajar en algo”, “en lo que sea”. Lexías, ambas, que cito porque las he escuchado un sinnúmero de veces como expresión de la desesperación subyacente que padecen quienes, queriendo y/o necesitando trabajar, no encuentran empleo alguno por mucho que rebajen sus expectativas profesionales. Una postura que, dicho sea de pasada, los expertos en la intermediación del empleo no recomiendan adoptar a los demandantes, no vaya a ser que el posible empleador infiera la baja autoestima que el demandante se profesa. ¡Sí! ¡Sí! Pero… ¿Y si no tienes para comer? ¿O para mantener a tu familia? ¿O para independizarte? ¿Y si el pago de la hipoteca te está ahogando? ¿Qué hacer cuando te topas con barreras infranqueables que te expulsan del mercado laboral?

Ya en el coche, ese mismo día de primeros de abril escuché en la radio una de esas noticias, ocurrida a finales del mes anterior en Minneapolis, que por su singularidad se viralizan, como lo demuestra el eco mediático de dicha información, la publicidad indirecta que se ha ganado Abi’s Cafe, los casi doscientos mil “Me gusta” que obtuvo, el medio centenar de veces que ha sido compartida y los más de siete mil comentarios que ha motivado la pequeña emprendedora Cesi Abi y que, transcurrido un mes, se siga hablando de “El vagabundo que entró en un bar para pedir dinero y salió con un nuevo trabajo”.

¿Será ésta la martingala de una sagaz empresaria? Ni lo sé ni entro a valorarlo. Aunque se trate de un hecho aislado, lo que me interesa es aprovecharlo para traducir en imágenes acontecimientos de nuestro siglo que evidencian una nueva realidad a la que España no puede sustraerse.

 

La nueva realidad

Una realidad incuestionable, que tanto afecta a empleados como a empleadores, y que irá cobrando mayor incidencia a medida que transcurra el tiempo, para futuros trabajadores y empresarios, es el hecho de que la concepción del trabajo, tal y como lo conocíamos y por mucho que nos cueste admitirlo, ha cambiado sustancialmente. Una realidad histórica que a nadie se le escapa, pero ante la cual parece que la mayoría se empeña en correr un tupido velo, quizá con la ilusión de no verse afectado por ella. Así seguimos concibiendo el trabajo prácticamente de la misma manera que lo conocimos antes, pero ya no es lo mismo y es éste un asunto que, como no podía ser de otra manera, va impactando en los modelos de relaciones laborales y todavía nos obligará a seguir revisando muy seriamente las políticas sociales para trazar, en consonancia con la economía, un nuevo marco legislativo que faculte a los países para ofertar unas condiciones de vida, cuando menos, dignas, y permita a la ciudadanía hacer frente a las realidades imperantes del momento. Negarlo no conduce a nada.

 

El nuevo modelo de trabajo

Que el modelo de relaciones laborales al que nos aferramos empiece a dejar de dar respuesta a una fracción importante de la población con derecho constitucional al trabajo, en tanto que fuente de sostén familiar y de realización personal y social, no tiene por qué asombrarnos. Pues, desde el origen de la actividad humana hasta hoy, la ocupación de las personas, debido a numerosas causas, ha venido experimentando cambios notables y sucesivos que en la actualidad se pueden atisbar en nuestro país en el descenso estructural de la población activa ocupada con respecto del índice de población potencial activa, en un escenario en el que, para mayor escarnio, el trabajo está considerado en la doble faceta de derecho y deber universales reconocidos en el artículo 35 de la Constitución Española. Un mandato ante el que el Estado tiene que reconocerse incapaz -porque el imperativo de la economía es el que condiciona la oferta de empleo- y en el que la judicatura, ante una supuesta demanda del derecho constitucional, ni tan siquiera podría pronunciarse. Una lamentable contradicción que pone de relieve la necesidad de flexibilizar fórmulas y definir políticas conducentes al principal horizonte que define la Sociedad del Bienestar: la consecución del pleno empleo.

 

La búsqueda errante

Tenemos que reconocer que la clase empresarial no está dando pruebas de creatividad que la permitan ofrecer nuevas fórmulas de relación laboral para aumentar sus capacidades y aprovechar un talento errante que se está desperdiciando. Pero, por otro lado, la mayor parte de la población desempleada sigue empeñada en buscar trabajo donde no lo hay o donde ya no existe tal y como lo conocíamos. Una hégira que a nada bueno conduce: frustra, desanima, arruina las esperanzas, destruye la autoestima y provoca conflictos irreparables cuya causa radica en el hecho de sentirse expulsado de la sociedad en la que se malvive.

Ante tal situación, no han sido pocos los que, dando muestras de mayor arrojo, han optado por emprender o por darse de alta en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos, un colectivo que el año pasado cerró en nuestro país –según datos de la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos (ATA)- con un incremento del 1,3% (más de 40.000 trabajadores) y que en la actualidad asciende a más de tres millones de personas.

 

Miedo a la libertad

Pero posiblemente la mayor limitación de una población desocupada en edad de trabajar, cuyos atisbos de esperanza decrecen día a día, sea no apostar por sí misma. La mayoría busca un empleo “en condiciones”; es decir, los más de los demandantes de empleo pretenden “que les den un trabajo” al que asocian la nómina mensual y otras ventajas, en lugar de preguntarse cómo podrían proporcionarse una actividad que les reporte beneficios tangibles a medio plazo. Desde luego, los jóvenes tienen la limitación de la falta de experiencia, pero muchos cuentan con una buena formación y tienen el tiempo a su favor, lo que les permite sopesar la alternativa de abrirse a nuevas propuestas –dentro y fuera del país-; ya sea apostando para irla adquiriendo y también, entre otras posibilidades, examinando los nichos de empleo emergentes que, entre otras tendencias, propicia la invasión tecnológica.

En el caso de los más mayores, y cuando la inversión para iniciar un negocio, abrir un local u oficina o arrancar una actividad no se puede afrontar, resulta más práctico emplear un tiempo en determinar cómo capitalizar su experiencia, en vez de empeñarse en tocar y tocar una puerta y otra al empleo que se les niega, para lo cual nada les impide considerar la conveniencia de desarrollar nuevas competencias que les pongan en el camino de poder crearse una actividad autónoma y productiva. Para ello, la primera clave no está en dar con un modelo de negocio, sino en determinar su empleabilidad averiguando cuál podría ser su aporte de valor real y, en consecuencia, desarrollar la idea que le permitirá reintroducirse en la vida económica.

La falta de empleo por cuenta ajena es la causa que ha impelido a muchos a reconvertirse en emprendedores, pero sabemos que gran parte de esos negocios -abiertos con ilusión- no han sido capaces de superar el quinquenio de actividad. Y tampoco hay que negar que el miedo al fracaso, unido al temor a la pérdida de una inversión y al compromiso subsiguiente que podría suponer, sea la principal espada de Damocles que retrae a la mayoría. Pese a lo cual, y aunque no sea fácil dar con ellas, existen oportunidades con baja o nula inversión, ligadas principalmente a la consultoría en todas sus ramas de actividad o vinculadas a la intermediación o a los servicios o a las ventas que todavía le permiten al profesional diseñar una propuesta de valor consistente, que solo es posible abrazar cuando se adopta una cultura de emprendimiento que todavía está muy en ciernes en nuestro país.

 

Diez afirmaciones para un cambio de mentalidad

De lo anterior podemos deducir lo siguiente:

  1. Un trabajador autónomo es un emprendedor.
  2. Emprender no necesariamente supone abrir un negocio físico.
  3. Un profesional puede convertir sus competencias en su propio negocio.
  4. Capitalizar la propia experiencia es la clave para liberarse del desempleo.
  5. Es posible reintroducirse en la vida económica apostando por la alternativa de autoemplearse.
  6. Desarrollar una idea no tiene por qué entrañar una inversión económica inabarcable.
  7. Estar dispuestos a trabajar por resultados es condición indispensable para autoemplearse.
  8. Hay marcas que ofrecen su respaldo a trabajadores autónomos y que evitan tener que disponer de pingües recursos económicos.
  9. Asociarse con una empresa que oferta un modelo de negocio probado, y que aporta una metodología de trabajo, simplifica las dificultades y reduce las barreras para emprender.
  10. La capacidad para asumir un riesgo, la dedicación y la paciencia para cimentar la puesta en marcha de una actividad pueden significar la posibilidad de multiplicar los ingresos.

 

Los NYE: Nuevos Yacimientos de Empleo

Días atrás un ingeniero industrial en búsqueda de empleo me escribía resumiéndome su estrategia, que apostilló citando la conocida frase: “Si no puedes con el enemigo, alíate con él.” Y creo que no le faltaba razón, pues lo que tal principio propone es adaptarse a la situación, primera condición para ser permeable a un cambio de mentalidad. En este caso, el enemigo es el desempleo estructural y aliarse con la situación no es ni más ni menos que crearse nuevas oportunidades que permitan capitalizar la propia empleabilidad convirtiéndola en una nueva veta, lo que antes precisa superar seis fases prospectivas:

 

  1. Comprender que en la sociedad de la escasez laboral no se trata de que “le den” a uno un trabajo, sino de tener la habilidad de crearlo.
  2. Creer en uno mismo, condición indispensable para apostar en firme.
  3. Traducir a una propuesta de valor la propia pericia, estando dispuesto a afrontar sin temor un riesgo que se ha medido, sopesado y ponderado.
  4. Aprovechar la oportunidad de invertir lo que se tiene -tiempo, inteligencia y experiencia- en provecho de una actividad que se vislumbra viable y de la que puedan derivarse resultados tangibles.
  5. Adquirir convicción para vencer el rechazo y superar el temor a convertirse en un profesional autónomo armado de competencia, iniciativa, tesón, creatividad y dedicación.
  6. Mostrar temple manteniendo a raya la impaciencia, pues no hay éxito profesional que se sostenga sin haber cavado antes los cimientos.

Todo ello, sin ser fácil, sino más bien complejo, está al alcance de la mayoría que se proponga reinventarse para conseguir autoemplearse con muy bajo coste.

 

Foto: Daniel Lobo

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