Muchos lo llaman éxito, otros reconocimiento, triunfo o simplemente logro. En un mundo incapaz de distinguir entre carrera profesional y plan de vida, son muchos los que sentimos un inquietante distanciamiento entre esos objetivos vitales con los que un día soñamos y la realidad. Una percepción siempre dañina, tanto si es cierta como si no.
Pese a esa difuminada línea entre lo profesional y lo personal, en los siguientes párrafos nos centraremos en los sueños profesionales, término que ensalza la idea de competición. Y asumido que no hay corona de laurel para quien no sube al podio, ahora debemos decidir si participar era realmente lo importante.
¿Qué quieres ganar?
Desde niños nos transmiten la idea de que la vida profesional es una especie de escalada a la cúspide. Pero los vericuetos de la vida real no son siempre ascendentes, y menos aún hay un único ascenso laboral.
La mayoría de los profesionales tienen la fortuna de disfrutar de diferentes carreras profesionales, una realidad que se ha potenciado en las últimas décadas.
De este modo, el profesional se acomoda los tacos de sus zapatillas en tantas ocasiones como carreras elige o le obligan a participar. Y cuando la meta le habla solo de éxito o de reconocimiento externo, cada línea de salida es vivida como un fracaso, en cuanto que representa más un alejamiento de la meta que una nueva oportunidad para cruzarla.
Por ello admiro tanto a esos profesionales que, obligados a empezar de cero en esta crisis, convierten esta prueba en un reto nuevamente estimulante. Saben que mientras haya carrera, hay aprendizaje, pero sobre todo que la ambición continúa ahí.
Y cuando solo se percibe en términos de fracaso, hay que tomar medidas. Prueba a escalar de nuevo tus valores personales y tus sueños profesionales: introduce el mérito del aprendizaje diario, la satisfacción de las metas por etapas, o la importancia de ampliar la red de contactos personales.
Solo cuando el sueño profesional incluye esos valores, más próximos a la idea humana de felicidad íntima, se sortea el sinsabor que a muchos profesionales les produce verlo cumplido: tras los oropeles del éxito esperaba una pregunta desasosegante, ¿y ahora qué?
No limites tu sueño profesional al éxito
Quizá olvidamos disfrutar de la carrera. Solo cuando los sueños profesionales incluyen, además del reconocimiento externo de un ascenso o una nómina abultada, satisfacciones como el cambio de responsabilidades, la creatividad, el aprendizaje, la adquisición de habilidades o la colaboración con nuevos equipos, resultan más estimulantes en lo personal. Pero además, pensar en esas satisfacciones más accesibles y comunes se convierte en motor para alcanzar esas otras lícitas ambiciones.
¿Qué nos aleja del sueño profesional?
Además de introducir esos elementos que nos ayuden a disfrutar del camino diario hacia la meta, hay otras prácticas que nos acercan al sueño profesional. Destapamos algunas de las deficiencias más comunes:
Miedos más poderosos que las ambiciones
Balancear de forma acertada estos dos sentimientos es fundamental para aproximarnos al éxito profesional. El miedo protege, obliga a meditar y a valorar otros puntos de vista o posibilidades, pero en exceso paraliza la decisión.
Para reconducir hay que contraponer esos temores a la ambición. Cuando asustan las consecuencias de una decisión equivocada, hay que sumar a la balanza los beneficios que puede aportar para valorar en términos más objetivos. Tampoco se debe olvidar que muchos fracasos representan por sí solos lecciones vitales para alcanzar la meta.
Mala planificación y gestión del tiempo
Visualizar los objetivos de forma habitual y ligarlos a acciones concretas que nos aproximen a ellos es muy importante. Pero muchos profesionales no deciden en torno a los objetivos y, lo que es peor, solo los tienen presentes cuando lamentan no haberlos hecho realidad.
De ahí la importancia de planificar y priorizar. Dos habilidades esenciales para esa necesaria gestión del tiempo, que debe medirse tanto en la dimensión más inmediata –la de la jornada diaria– como en el medio plazo –no menos de cuatro veces al año hay que analizar si estamos más cerca o lejos de la meta–.
Escasa capacidad de esfuerzo
Sé que la idea no es muy popular, pero la superación tiene mucho de dolor, y sin ese dolor –¡sí, casi físico!– pocas veces se alcanza el objetivo. Analiza si tus rutinas diarias son las necesarias para llegar a las metas planificadas, y hazlo de la forma más objetiva posible.
Selecciona los hábitos productivos y descarta los que no suman. Detectar debilidades y valorar cómo superarlas habla de un duro esfuerzo diario, pero genera esa tranquilizadora placidez de saber que el trabajo se ha hecho bien.
Falta de reconocimiento de nuestras limitaciones
No eres perfecto, acéptalo. Primero te servirá para mirar el fracaso y la equivocación con una mirada más constructiva y, segundo, para buscar los medios que cubran esas deficiencias.
Desconocer y no admitir estas limitaciones es una de las prácticas que más nos distancia del sueño profesional, y por qué no decirlo, también de nuestros seres más queridos.