Si me adhiero a la frase que sentencia que “el trabajo dignifica al hombre”, es muy posible que algunos me tildaran de decimonónico, pues reconozco que suscribo plenamente la cita de Karl Marx. Sin embargo, tradicionalmente el concepto de trabajo se ha venido asociando, entre otras, con ideas que refieren esfuerzo, fatiga, ajetreo, brega o trajín, muy posiblemente porque el trabajo, hasta el siglo pasado, consistía en la realización de una actividad que para la mayoría suponía la aplicación de energía manual o corporal para vencer una resistencia, fuerza o destreza física, a resultas de la cual el esfuerzo mecánico del organismo se manifiesta secretando sudor. Labriegos, hacheros, canteros, tallistas, tejedores, artesanos, braceros, mozos, peones, jornaleros, temporeros, obreros, operarios… “ganapanes”, en suma, que podrán darnos fe de ello, tal y como se anunció en el Génesis que nos sucedería en adelante. Una idea, la del castigo divino, que de alguna manera ha estado latente en la concepción de “tajos” y “faenas”.
Con todo, dicho panorama empezó a cambiar en la Europa de hace más de doscientos años con motivo del Movimiento Obrero, posiblemente inspirado en el siglo “ilustrado”; revueltas que fueron hijas de la industrialización y desde las que nos venimos preguntando si trabajo y felicidad pueden ser compatibles, uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan hoy las empresas. Reto que persigue provocar una consecuencia muy concreta: que aquellas produzcan más y mejor y que, a resultas de ello, consigan incrementar su cuota de mercado y generar más riqueza. Un propósito que descansa en afirmaciones tales como que “un empleado feliz, es un empleado más productivo” o que “el trabajador optimista rinde más” y que tiene que sorprendernos si damos por buenas las conclusiones del estudio “I Índice de Felicidad Organizacional de Iberoamérica”, según el cual porcentajes abrumadores de trabajadores españoles, argentinos, peruanos, mejicanos, chilenos y colombianos se declaran descontentos con su trabajo.
Satisfacción laboral: la panacea
Teniendo en cuenta la agenda mediática sobre el asunto que nos ocupa, todo parece indicarnos que la satisfacción laboral correlaciona directa y positivamente con el rendimiento profesional, pero si contrastamos los resultados del último estudio Randstad Workmonitor, relativo al primer trimestre del año, según el cual el 79% de los trabajadores encuestados declara encontrarse satisfecho con su trabajo actual, con la abrumadora cantidad de quejas y reclamaciones de usuarios y consumidores, tenemos base para pensar que en no pocas ocasiones se incumple la correspondencia entre rendimiento profesional y satisfacción laboral. Ahora bien, ¿rendir laboralmente implica hacer bien el trabajo? ¿Son los resultados independientes de la calidad de las acciones realizadas para conseguirlos? ¿Es posible trabajar mal y cifrar resultados?
Y todavía se ciernen suficientes sombras sobre este mismo asunto que, por cautela, invitan a plantearse nuevas interrogantes. ¿Qué entendemos por satisfacción laboral? ¿Interpretamos por igual dicho concepto en todos los casos? ¿Acaso no son diferentes los motivos que podemos tener para concluir que nos encontramos contentos en nuestros actuales puestos de trabajo? De hecho, no hay unanimidad de pensamiento en la definición de satisfacción laboral; diferentes autores la refieren de distinta manera: o por la vía de las emociones o de los sentimientos positivos hacia algo, o como una disposición o actitud favorable, o como el resultado de una percepción, o a resultas de un análisis cognitivo y también como consecuencia de la cobertura de ciertas necesidades que no tienen por qué ser las mismas para toda la población.
Para mayor inri, quien se tome la molestia de revisar las investigaciones llevadas a cabo para determinar la relación entre satisfacción y rendimiento se encontrará con menos resultados a favor de la correlación y más en los que no se confirma la hipótesis de partida. Es decir, en general no parece que se pueda afirmar que a mayor satisfacción laboral, mayor rendimiento profesional.
Insatisfacción laboral: lo asequible
¿Pero podría cumplirse que a mayor insatisfacción laboral menor productividad? Lo que sí parece que está demostrado es que los trabajadores insatisfechos reaccionan de distintas maneras: desde albergar la expectativa de cambiar de empleo hasta adoptar conductas de rechazo como son la desvinculación emocional o el desinterés, lo que forzosamente influye en el planteamiento y en la ejecución de las actividades y previsiblemente afectará tanto a la calidad del trabajo como al rendimiento profesional.
Si contemplamos el reverso de la satisfacción laboral, encontramos otras encuestas con resultados llamativos, como a los que llegaron en junio pasado Trabajando.com España y Universia, quienes expusieron que el 69% de los trabajadores españoles están insatisfechos con sus trabajos actuales y quienes también, en un sondeo del mes de agosto, para mayor abundamiento, dieron a conocer que -según sus datos- “el 70% de las personas no trabajan en un área relacionada con su formación” y que “el 36% de los usuarios aseguran que su profesión no se corresponde con su formación”.
Así las cosas, a la luz de estos datos se suscitan nuevas interrogantes. Entre otras, ¿en qué medida vocación y preparación académica van de la mano? ¿Se sienten más afortunados aquellos que desarrollan una actividad profesional para la que se habían formado que los que tienen que aprender una nueva profesión? ¿Frustra más o menos tenerse que reciclar para encontrar una salida profesional que no se tenía prevista? ¿Es más satisfactorio poder desempeñar un empleo que no tener trabajo?
Lo que sí parece confirmarse es que la insatisfacción laboral ocasiona mal hacer, el hacer con desgana, la pérdida de interés, trabajar para salir del paso, hacer lo justo. Y dicho malestar puede adoptar multitud de conductas escapistas o derrotistas; entre otras, el absentismo (que el año pasado nos costó 5.132 millones de euros en Seguridad Social y 3.857 millones de euros a las empresas), las bajas, los accidentes laborales, la impuntualidad, la rotación de personal, la pasividad, la procrastinación, la falta de agilidad, la demora, el postureo laboral, la desvinculación y, posiblemente, el presentismo que reconocen padecer un 53% de las empresas españolas.
Un asunto que, dicho sea de paso, no me parece irreconciliable con las declaraciones del 79% de los españoles que aseguraron que el año pasado habían acudido todos los días a sus puestos de trabajo. Datos a los que habría que añadir los referidos a España, aportados por Steelcase, según los cuales casi la mitad de los españoles en activo se encuentran “poco o muy poco comprometidos con su organización”, mientras que más del 33% “califica su espacio de trabajo como estresante”, siendo España, por otra parte, según nos informaron en septiembre Steelcase e Ipsos, el segundo país europeo más insatisfecho con sus lugares de trabajo.
Satisfacción y rendimiento
Por lo expuesto, tenemos datos suficientes como para admitir que se trata de un problema complejo que incita a plantearse dudas razonables sobre la consistencia de la sinonimia que equipara satisfacción con productividad. Además hay que admitir que felicidad, satisfacción o bienestar en el trabajo son conceptos interpretables, que refieren un sentimiento personal que es resultado de una suerte de sensaciones subjetivas, individuales y difícilmente extrapolables. Con independencia de ello, y a falta de consenso sobre su definición, poco importa que la satisfacción laboral no guarde en todos los casos la misma correlación con el rendimiento profesional, pero de lo que no cabe duda es de que la insatisfacción laboral merma la motivación, ocasiona que se resienta el compromiso, lastra el rendimiento individual, ensombrece el ambiente de trabajo y, en consecuencia, daña la productividad empresarial.
Y sabiendo que es notorio que las personas esperamos encontrarnos bien, albergamos la expectativa de sentirnos razonablemente conformes, satisfechas o felices en todas las facetas de nuestras vidas, más que erigirnos en valedores de la satisfacción de los demás lo que probablemente será más efectivo, porque lo tenemos más a nuestro alcance, es “purificar políticas” y establecer prácticas que impidan introducir desaliento en las personas, malograr trabajadores, hurtarles su sentido del compromiso, o darles motivos para quebrar su ética de la correspondencia.
Todo un desafío, ligado a los resultados empresariales, que desde hace más de quince años está en boca de todos y al que hoy nos referimos –quizá para dotarlo de mayor sonoridad- bajo la expresión happy management, una estrategia que produciría mejores efectos si en vez de proponernos “hacer felices a los empleados”, nos centramos en erradicar las causas que sabemos que provocan insatisfacción en las personas.
Foto: Blondinrikard Fröberg