Estaba leyendo un post de Raúl Alonso que tenía guardado desde hace algún tiempo sobre el uso de los Beacons y cómo estas pequeñas balizas pueden enviar mensajes muy concretos a los teléfonos móviles de los clientes, por ejemplo, en el punto de venta y he recordado que hace algunos años existía cierto furor por una tecnología que debería estar ahora en pleno auge, pero que no queda muy claro qué sitio está ocupando realmente: la identificación por radiofrecuencia (RFID).
El concepto básico de funcionamiento sobre el que se apoya el RFID es el uso de antenas y señales de radio para identificar productos con un código único. En la mayoría de los casos, la idea es poner una pegatina (tag) a cada producto; esa pegatina incluye en su interior un pequeño circuito que tiene grabado un código y, si con una antena “disparamos” la señal adecuada a esa etiqueta, se produce la magia de la comunicación por radio y recibimos el código del interior de la etiqueta. Realmente, tecnologías como los Beacons o NFC no dejan de ser variantes de este tipo de comunicación.
La verdad es que, como concepto, el RFID es difícil de superar e incluso en algún momento parecía verse como un relevo para el omnipresente código de barras, pero la realidad lo ha situado bastante lejos de esa situación.
Es cierto que con RFID superamos dos de las principales limitaciones que tiene el código de barras: se pueden identificar los productos unidad a unidad y no por modelos o lotes, gracias al uso de un código alfanumérico único para cada ítem y además no es necesario tener un contacto visual directo con el código para poder leerlo. Pero, en mi opinión, el problema de la lenta expansión del RFID radica en la poca capacidad de estandarización que tienen estos sistemas a nivel global.
Creo que fue en 2008 cuando estuve evaluando la viabilidad de la incorporación de un sistema de RFID para automatizar el inventario de un almacén de vinos, y hubo que descartar el proyecto por culpa de la atenuación que sufría la señal de radio al pasar a través del líquido. Por supuesto, hay tags (etiquetas con circuito) para todos los propósitos y finalidades que podamos necesitar (también para afrontar el problema de la atenuación por el líquido), pero los costes no siempre permiten dotar a un sistema de la etiqueta óptima.
Lo que quiero decir es que podemos diseñar casi cualquier tipo de circuito RFID adecuado a una situación concreta y para resolver una necesidad específica, pero no podemos generalizar ni estandarizar cuando se trata de identificación por radiofrecuencia y es ahí donde radica el problema, en que no se tendría que enfocar este sistema como un posible sustituto del código de barras, sino como una solución a medida adaptable a cada situación (tal como se ha enfocado, por ejemplo, el NFC –Near Field Communication– específicamente a los pagos).
Del lado del retail y la realidad aumentada también tuvimos muchas experiencias que implicaban el uso y aprovechamiento del RFID, pero ese camino también se ha visto truncado por un pequeño error de concepto: en mi opinión, una mayor integración o facilidad de comunicación con los dispositivos móviles hubiera alargado este camino.
Actualmente, el uso de soluciones RFID está altamente extendido en el sector sanitario, en el textil y en algunos entornos logísticos gracias a la capacidad de las etiquetas RFID de diferenciar cada ítem de manera inequívoca, así como de proporcionar la información necesaria para mantener la trazabilidad de los elementos identificados, pero aún sigue lejos de ser el sistema de identificación masivo en el que parecía que se iba a transformar.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, hay que resaltar que corporaciones punteras en la economía mundial (como Fujitsu) están realizando nuevos sistemas basados en RFID y desarrollando nuevos materiales y etiquetas con visiones de futuro bastante optimistas.
¿Crees que veremos avances en cuanto al uso generalizado del RFID o te parece que está definitivamente desbancado para el gran público?
Foto: kisocci