Uno de los principales retos a los que se enfrentan las organizaciones actuales es el de aumentar o, al menos, mantener el nivel de motivación de sus empleados.
Los sucesivos recortes de plantilla, salarios y beneficios, unidos a las actuales condiciones del entorno económico, hacen que ese reto se viva, con frecuencia, como inalcanzable.
No es de extrañar, por tanto, que una de las actividades más en boga últimamente sean los programas destinados a mejorar la motivación de las personas en las organizaciones.
Sin embargo, y aunque la intención es positiva, la forma en que suele afrontarse este reto no suele arrojar los resultados esperados, y eso en el mejor de los casos.
El motivo por el que esto ocurre es porque, a menudo, se pasan por alto los verdaderos mecanismos de la motivación, que no son los grandes discursos motivadores, por mucho storytelling que lleven, ni los incentivos materiales.
La verdadera motivación no se insufla, no llega de fuera, sino que es intrínseca, es decir, surge del interior de las personas.
Este hecho plantea al menos dos aspectos interesantes y dignos de reflexión: cómo conseguir que esa motivación aparezca y, si ya está ahí, cómo hacer para que aumente o, por lo menos, se mantenga.
Se pone mucho énfasis en la necesidad de líderes motivadores, que sepan entusiasmar a sus equipos. Como idea está bien pero con lograr líderes que no desmotiven sistemáticamente a las personas que trabajan con ellos sería ya un avance significativo.
Las claves para la motivación, que guarda una relación muy estrecha con la productividad, son sencillas pero chocan frontalmente con la forma en que las organizaciones se han venido gestionando tradicionalmente.
Esto se debe a que en los entornos de producción, la motivación es irrelevante. Y es irrelevante porque la productividad de una cadena de producción viene definida, sobre todo, por la calidad del proceso y la adecuación de la tecnología utilizada. Las personas son simplemente piezas fácilmente reemplazables, como viene demostrando la progresiva «robotización» de dichos entornos.
Sin embargo, en el trabajo del conocimiento, que es el que mayoritariamente se realiza en las organizaciones actuales, la motivación es clave. El rendimiento de una persona motivada y comprometida con su trabajo no tiene nada que ver con el de una persona desmotivada que simplemente va a cumplir con lo mínimo.
A día de hoy sabemos – Daniel Pink lo explica muy bien – que la motivación de las personas depende fundamentalmente de tres factores:
- El primero es la autonomía. Las personas necesitan saberse y sentirse dueñas y responsables de su trabajo, con capacidad de tomar decisiones relevantes sobre el mismo.
- El segundo es la maestría. A todos nos gusta demostrar en qué somos buenos y seguir aprendiendo para seguir mejorando. Pocas cosas son más motivadoras que la satisfacción que produce un trabajo bien hecho.
- El tercero y último es el propósito. Saber que tu trabajo es “de verdad” o, dicho en otras palabras, que lo que haces sirve para algo.
Son tres factores sencillos de entender y cuya mejora puede lograrse de forma gratuita.
El desafío es cómo cambiar la forma de trabajar en las organizaciones actuales para crear espacios de autonomía, dar cabida a la maestría y que el trabajo de las personas tenga un propósito auténtico.
¿Qué podrías hacer en tu pyme para conseguirlo? ¿Por dónde quieres empezar?
Foto @h.koppdelaney distribuida con licencia Creative Commons BY 2.0.