Podríamos visualizar una empresa como un equipo de equipos, en la que el término “equipo” evoca un conjunto de profesionales cuidadosamente elegidos, aunados bajo una misma idea, organizados de determinada manera y orientados hacia el mismo fin. Una empresa, por tanto, no se configura mediante el mero ayuntamiento o por la simple yuxtaposición de sujetos sin más, una manera aleatoria de reunir personas que en el escenario empresarial nunca puede dar buenos resultados.
Sin embargo, no siempre se tiene presente la trascendencia que reviste contratar a profesionales en la línea del proyecto que se les pedirá que abracen, en sintonía con la cultura de la empresa en la que se han de integrar y en armonía respecto del equipo de trabajo con el que se tendrán que compenetrar. Ya lo he declarado en otras ocasiones: los sujetos idóneos para una misión dada son los que, además de cumplir el perfil competencial requerido, presentan, dentro de su singularidad, un conjunto de rasgos personales que concuerdan tanto con el espíritu de la compañía como con el talante que caracteriza al equipo humano que la conforma.
Con esto que planteo no pretendo sumar un argumento más para justificar la contratación de los servicios de reclutamiento y selección, pero lo que sí que me propongo –con independencia de que sean propios o externos quienes provean las vacantes que se han de cubrir en una empresa- es llamar la atención sobre las consecuencias que puede tener no poner el celo debido en los procesos de admisión de personal toda vez que hay causas objetivas que podrían hacernos ceder a la tentación de optar por contratar personal inadecuado.
Factores de desajuste
La inadecuación de los trabajadores no responde a una causa única, ni todos los profesionales inapropiados son de la misma clase. Unos lo son por falta de cualificación, otros han llegado a serlo por deficiente ubicación o por una errónea clasificación profesional, algunos terminan siéndolo por inadaptación al medio laboral y también los hay con unas actitudes desfavorables y con unas propensiones de personalidad que, siendo los menos, los hacen especialmente impropios.
Las malas actitudes cobran diferentes formas que en nada benefician el desenvolvimiento normal del trabajo y que siempre terminan perjudicando a la comunidad laboral en la que se adscriben estos trabajadores de mala factura que perfilan tipos de profesionales desaconsejables, entre los que pueden citarse los desorganizados, los que son vagos por naturaleza, los impuntuales y los incumplidores, los mentirosos, los que esconden ambiciones desmedidas y anteponen sus intereses personales, los que han dado muestras de carecer de sentido ético, los que son especialmente maniobreros y los chismosos, los sempiternos quejicas prestos a la excusa fácil y los reivindicadores que tienden a focalizarse en lo negativo, los que saben escurrir el bulto y los que se escaquean, los que dan muestras de falta de compañerismo, los maleducados e irrespetuosos que no saben comportarse, los aduladores selectivos y otros de similar cuño, entre los que no pueden quedar sin mencionarse aquellos que se revelan conflictivos o tóxicos.
Percatarse de tales actitudes no es tarea fácil sin que haya mediado un tiempo de convivencia, se haya ganado confianza y se hayan relajado las defensas de quienes presentan su mejor cara al principio de una relación laboral, que se termina deteriorando porque es extremadamente difícil seguir aparentando lo que uno no es por tiempo indefinido. Es por ello, por lo que vislumbrarlas, sospecharlas, preverlas o pronosticarlas durante los procesos de selección de personal es todavía labor más ingente, pero no inalcanzable, para lo que hay que desarrollar una sensibilidad especial que nos exige mantenernos alerta y estar preparados para identificar posibles indicios de desajuste y comprobarlos hasta despejar toda duda, pues está demostrado que las consecuencias de ingresar trabajadores inadecuados son nefastas.
Contingencias evitables
Las consecuencias de abrir la mano para dar entrada a profesionales con los que antes o después se constata que no es recomendable seguir contando con ellos repercuten, al menos en dos planos: en el interno y en el externo.
El primero de los efectos que provoca ingresar malos trabajadores inicialmente incide en las relaciones interpersonales, para luego impactar decisivamente en el clima laboral, dividiendo personas y grupos y deteriorando el ambiente de trabajo, pues despiertan malestar, proporcionan motivos de queja, crean malas sensaciones y terminan lastrando la productividad.
Problemas de rendimiento que en muchas ocasiones son debidos a retrasos, incumplimientos, errores y discrepancias en las prácticas profesionales, malos hábitos que tienen su reflejo en situaciones de confusión, falta de coordinación y desorganización que no pocas veces exigen revisiones, replanteamientos y reprocesos para enderezar la actividad hasta situarla en niveles de normalidad subsanando déficits de calidad. Situaciones por todos conocidas que se producen con diferentes grados de perturbación y en las que, sin excepción, quienes las ocasionaron multiplican justificaciones y excusas, ofrecen razones y sinrazones y sugieren culpables para disfrazar su mal hacer. Pero a nadie se le escapa que el resultado de un mal trabajo, de una tarea inacabada o de un retraso tienen indudables repercusiones en el sobrecoste de las operaciones, todo lo cual afecta a la organización en su conjunto mermando capacidades y reduciendo márgenes de beneficios, ya sea en términos de fallos, demoras, sobre esfuerzos o accidentes que ocasionan un descenso de calidad. Las malas experiencias de grupo se gestan en entornos en los que el mal hacer de unos pocos da al traste con el trabajo de la mayoría. Situaciones de mal o de muy mal ambiente que, por su propio bien, no deberían permitirse el lujo de tolerar las empresas.
El quid de la cuestión cobra su punto álgido cuando el profesional inadecuado o los malos trabajadores que estigmatizan la empresa se encuentran entre los miembros del cuadro directivo, ocupan puestos de jefatura u ostentan la propiedad de la firma. Entonces, y con el tiempo, la fuga de los que fueran los mejores talentos está asegurada y, por ende, su progresivo empobrecimiento.
Pero cualquiera sabe que tales situaciones, de una u otra manera, trascienden la retícula organizativa y las más de las veces se traslucen al exterior. Unas, porque la falta de diligencia de unos pocos hace que se resientan los servicios que la empresa dispensa, otras porque los clientes son objeto del mal hacer de empleados mal encarados, en las más de las ocasiones porque los actos de los trabajadores no pasan inadvertidos a la atenta mirada del observador que, al detectar inoperancia, presume o infiere deficiencias en la organización del negocio.
Malas circunstancias laborales, ocasionadas por trabajadores inadecuados, que dejan en muy mal lugar a sus empresas y que se evidencian en pequeños detalles como pueden ser un olvido inopinado, una justificación improvisada, una excusa improcedente o una impostura que no hace al caso, indicios que sugieren desinterés cuando no deficiencias organizativas de mayor calado. Falta de profesionalidad que también se vislumbra en el desapego de algunos de la clientela, en la escasa diligencia para atender con presteza y en el desconocimiento de los empleados sobre asuntos o que debieran dominar o por los que se deberían interesar.
La inadecuación del personal se sospecha en una mirada desafortunada, en un mal gesto irreprimible, en una palabra fuera de lugar, en una confidencia inoportuna, en una falta de consideración o en un desaire y que bien pueden ser motivo de sanción por parte del público que lo sufre como una falta de respeto y de profesionalidad. Carencia de celo que también se pone de manifiesto en la mínima involucración, en la desidia y en el desinterés de algunos trabajadores para tratar como propias las demandas, quejas o reclamaciones que les pueden plantear usuarios y clientes, quedando así patente su insidia, incompetencia, apatía y pasividad para subsanar sobre la marcha y sin más preámbulo incidencias que, siendo menores la mayoría de las veces, se transforman en mayúsculas a causa de la inoperancia de algunos que consiguen deslucir la imagen de la empresa para la que trabajan y que son causa indudable de pérdida de clientes.
Situaciones, entre otras muchas, que socavan la imagen de las empresas por el solo hecho de contar en sus filas con profesionales de talante discutible y por poner al frente de los momentos de la verdad a sujetos que, por la causa que fuere (que a cada cual corresponderá analizar), está demostrado que son trabajadores, simple y llanamente, inadecuados que proporcionan una mala o muy mala experiencia con la marca en nombre de la cual actúan y que, además de resultar muy caros, por poco que ingresen en nómina, representan un factor de riesgo que se incrementa exponencialmente cuanto menor sea la dimensión de la organización para la que han sido contratados. Posiblemente, para finalizar, habría que añadir una salvedad: malos profesionales y trabajadores inadecuados no refieren expresiones sinónimas, pero conducen a resultados semejantes. Una realidad que no deberían pasar por alto quienes tienen la responsabilidad de velar por el reconocimiento de la marca.
Foto: EOI