España atisba la luz y, como en todo túnel, el haz está fuera. Desde el exterior nos llega actualmente la inestabilidad, en forma de crisis financiera en Chipre o política en Italia y Portugal, pero también las grandes esperanzas están más allá de nuestras fronteras en una especie de entente de amor-odio que marcará por completo 2013. Con un consumo interno en caída desde hace cinco años, la salida al exterior se ha convertido en los dos últimos años en una vía de escape inexorable, pero también necesaria y provechosa, para cada vez más empresas españolas. Las exportaciones crecieron en un ejercicio tan complicado para nuestra economía como 2012. El aumento fue moderado (+3,8%) en comparación con años anteriores (+15,4% en 2011 y +16,8% en 2010), pero los 222.401 millones de euros facturados son suficientes para alcanzar hitos fundamentales que allanarán y mostrarán el camino hacia la recuperación, prevista para 2014.
El más importante es, sin duda, que desde agosto tenemos superávit comercial, porque vendemos más de lo que compramos y la tasa de cobertura de nuestra balanza mejora mes a mes (87% actualmente). Esto implica también que nuestro país ya no necesita endeudarse para mantener su actividad comercial internacional y ésta aporta cada vez más al PIB (un 2,5% más, concretamente), lo que significa que el negocio exterior ha salvado a España de una caída mayor –podría haber rondado el 4% frente al 1,3% final- y de un incremento incluso superior del desempleo.
No hay ningún sector actualmente que muestre un comportamiento tan claramente positivo y así se mantendrá este año, porque según la CE, nuestro país liderará el crecimiento de las exportaciones en la Eurozona y lo hará con contundencia, ya que la previsión es que las ventas al extranjero aumenten un 4,2%. Este pronóstico supera con creces el avance medio estimado para la Unión Europea (UE), un 2,6%, y el de países como Alemania, establecido en un 3,3%. Incluso, el ritmo podría ser superior y llegar a ser una locomotora de la OCDE, en la que podríamos convertirnos en la tercera economía con mayor avance, un 6,4%, sólo por detrás de Corea del Sur y Estonia.
En medio de tanto descrédito interno y de amenazas exteriores, estos datos halagüeños son la prueba de que, al menos, hay una cosa que España está haciendo bien seguro; sin trampa, cartón ni especulación. Y también denotan que los problemas actuales de la Marca España son más de tipo institucional y social que comercial.
La empresa española está saliendo al exterior con éxito por varias razones, pero la primera es porque debe. Los años de bonanza fueron un dardo envenenado que adormecieron nuestra posición internacional y acabamos relegados en mercados y sectores donde España tiene una ventaja competitiva clara, como la agroalimentación –donde italianos y franceses nos han tomado la delantera en industrias como el vino, el aceite o el jamón-, o África y Latinoamérica, donde, por proximidad y afinidad cultural, tenemos puntos de partida ventajosos.
Conocidas nuestras fortalezas, la acción exterior se está centrando en recuperar estas posiciones y así, los mayores crecimientos se han registrado en África (30,6%), América Latina (14,9%), América del Norte (14,5%), Asia (11,9%) y Oceanía (37,6%). Estos incrementos son el fruto de la apertura de mercados nuevos o el avance en aquellos poco explotados, y paralelamente suponen una relajación de la dependencia con la UE, que actualmente supone un 62% de nuestro negocio exterior y la tendencia es de clara disminución en los próximos años.
Las claves para que esta luz no sea fugaz y se convierta en una sólida fuente de energía económica pasan por el aumento del número de empresas exportadoras. En 2012 hubo 136.973 negocios que vendieron productos o servicios al exterior, un 11,4% más que el ejercicio anterior. El problema es que, como si de economía en desarrollo se tratara, hay pocas que exportan mucho y muchas que exportan poco. Según un estudio del BBVA, el 10% de las compañías absorben el 93% del volumen total, es decir, el 90% se reparte un 7% que, traducido en euros, significa que el valor medio de las exportaciones por cada empresa es, mayoritariamente, en torno a 125.000 euros.
En segundo lugar, también es fundamental la reducción de la mortalidad empresarial, ya que más del 94% de las empresas que salen al exterior abandonan en los primeros años. Tercero, que la oferta española, actualmente muy atomizada en negocios con poca capacidad productiva unitaria, sea capaz de unirse y surjan centrales de compra para dar respuesta a demandas a gran escala. Y cuarto, que el Gobierno español y las instituciones europeas sean capaces de cerrar importantes alianzas internacionales y acuerdos de libre comercio con países como Canadá o Estados Unidos, para reducir la presión fiscal y favorecer la movilidad internacional tanto de mercancías como de personas.
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