Vaya por delante mi más profunda admiración por la figura del emprendedor, a la que considero uno de los principales motores del bienestar social, ejemplo de esfuerzo y superación personal. Pero hace semanas que este post me ronda por la cabeza sin atreverme a escribirlo. Por dos razones principales, el miedo a ser malinterpretado y, sobre todo, el de no aportar valor. Finalmente aquí está, y hoy me conformo con que se entienda como una invitación a la reflexión.
De momento, más que preocuparme, me inquieta el desgaste que observo en torno a la figura del emprendedor, de modo especial en todo lo que le relaciona con el mundo de la startup. Viene de lejos. Cuando en 2008 descubrimos de golpe que la economía no podía cabalgar permanentemente sobre una ola de crecimiento, el discurso político e institucional se llenó de encendidos mensajes apelando a los valores del emprendimiento: aún hoy no sé si haciendo una invitación a cuidar de esa semilla de empresario que llevamos dentro – ya saben, el clásico: ¿el empresario nace o se hace?-, o solo como advertencia de que la solución pasaba por que cada uno creara su puesto de trabajo.
Por vocación u obligación, una parte significativa de los jóvenes universitarios y recién licenciados (como poco más que en anteriores generaciones), han hecho suyo el mensaje y han decidido sacar adelante proyectos propios. Todos somos conscientes -ellos también-, de que muy pocos lo conseguirán, pero lo importante es saber qué poso les va a dejar y sobre todo a dónde les va a llevar. Está bien soñar con convertirse en el nuevo Zuckerberg o Bezos, pero no puedo olvidar que cuando tenía «veintipocos», vi cómo muchos amigos quemaban parte de sus mejores años persiguiendo el sueño funcionarial, en este caso muchos lo consiguieron, pero para otros que insistieron en el intento sin lograrlo, se convirtió en una auténtica rémora cuando decidieron salir al mercado laboral con los 30 ya cumplidos.
Destino a la conferencia fantasma
Hace unos días decidí aceptar una de las invitaciones a foros de emprendedores que como periodista recibo, en los últimos años muchas de ellas centradas en la startup. En la convocatoria y web del evento estaban estampados los logos de algunas de las más importantes multinacionales TIC y el programa cuajado de nuevos talentos, tan ‘nuevos’ que me sorprendió que no hubiera sitio para opiniones de más recorrido, no solo las construidas en poco más de un lustro de vida profesional. Cuando llegué, me decepcionó comprobar cómo me tocaba esperar más de lo previsto por el incumplimiento del programa, y cuando tomé asiento, aún más, descubrir un auditorio desierto, con no más de 15 veinteañeros.
No debo ocultar que me sentí «viejuno», como diría mi admirado Iván Fanego en su reflexión sobre los millennials, lo que no impidió poner la mejor de mis predisposiciones para escuchar a los ponentes.
No me voy a detener en nada de lo oído ni en el tono con que se dijo, en mi opinión de una excesiva improvisación y «colegueo», pero sí en varias ideas que de forma casi incontrolable surgieron, enlazando con esa desazón de las últimas semanas en torno a la figura del emprendedor:
- Vivir una temporada en San Francisco no te convierte en un visionario. Del mismo modo que el Mayo del 68 parisino parecía cubrir de un aura de evangelizador social, hoy dos meses en California te convierten en un gestor de startup. Nada en contra de conocer cómo funciona un hábitat empresarial modélico, pero conviene vivir la experiencia con mayor intelectualidad y recato para seguir aprendiendo.
- Menos relación social y más negocio. Se corre el riesgo de convertir incubadoras, aceleradoras y centros de coworking en guarderías de aprendices de empresarios, que prolongan unos años más el ambiente universitario. Ya que hablábamos de Estados Unidos, en sus pasillos se oye mucho más «¿cuánto has vendido esta semana?» que «¿nos tomamos una caña?».
- Piensa más en crear y crecer que en encontrar un comprador. Este punto me duele especialmente, pero son muchos los empresarios de startups -y lo sé de primera mano- que confiesan su interés por vender al mejor postor. En mi opinión, una lástima, y soy consciente de que una parte de los emprendedores disfruta sobre todo con las fases de creación y lanzamiento, pero me niego a pensar que sean tantos. Esa práctica me recuerda a la perniciosa cultura del pelotazo, del rápido enriquecimiento.
- Querer generar una necesidad no es lo mismo que solucionarla. Muchos proyectos pecan de visionarios. No sé si hablar de exceso de creatividad o de autocomplaciencia, pero en cualquier caso estoy seguro de que esas propuestas a las que me refiero no han sido capaces de escuchar al mercado, de sondearlo en profundidad en busca de necesidades desatendidas. No hay que olvidar la esencia del método.
- Cuanto más rápido te des cuenta de tu fracaso, mejor, pero concede a tu idea una segunda oportunidad. La filosofía startup lleva a testear el producto casi desde el minuto uno, lo que en ocasiones sirve para darse cuenta con rapidez y poco perjuicio de que estamos equivocados. Sin embargo, el mundo de los negocios tiene mucho de tesón, si crees en la idea, defiéndela. Hay emprendedores que no conceden el tiempo necesario para reconducir la idea por la que tanto lucharon, saltando en busca de otra oportunidad, otro nicho de moda, en el que ni lo aprendido ni los contactos conseguidos van a aportar.
- Ser protagonista de los medios no te convierte en empresa de éxito. Un punto en el que los medios especializados (los periodistas) muestran escaso rigor en demasiadas ocasiones. La búsqueda de propuestas singulares lleva a rodear de oropel la presentación de muchos proyectos en sus páginas o webs, a lo que se suma un exceso de autoconfianza (no quiero pensar otra cosa) por parte de un emprendedor que vende la piel del oso antes de haberlo cazado.
A riesgo de ser calificado de ‘viejuno’
Mi sobrino recientemente me lanzaba una tentadora propuesta dirigida a digitalizar a seniors, pero ser empresario es mucho más que tener una buena idea y ganas de vivir una aventura. Son mayoría los que sacan sus proyectos adelante en contra de casi todo: la opinión de los suyos, las condiciones del mercado y la falta de recursos. Y a mí me despierta una gran admiración la fortaleza con la que se enfrentan a todos esos inconvenientes.
Cuantos más mejor, pero me duele observar la frivolidad con que algunos viven su experiencia empresarial, estoy seguro de que les servirá de aprendizaje, pero las modas han trivializado ya muchos conceptos: que el de emprendedor no sea uno más. Como decía Oscar Wilde, «la moda es una forma de fealdad tan intolerable que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses». Yo creo que ser emprendedor, empresario, es una forma de vida, incluso cuando no se tiene un proyecto entre manos.
Foto: Sudheer G