La economía colaborativa, una realidad que no deja de crecer

No conviene mirar hacia otro lado. La economía colaborativa es una realidad que no deja de crecer en número de propuestas y popularidad. En España se calcula que unas 350 startups prueban suerte en este mercado, mientras los proyectos líderes como Blablacar anuncian los 2,5 millones usuarios en España, o Airbnb 1,5 millones previstos para el cierre de año. Y el boom no cesa, la semana pasada, Drivy, especializada en el alquiler de coches entre particulares, hacía su presentación con el objetivo de captar los 2.000 vehículos en apenas ocho semanas (ya cuenta con 35.000 en Francia y Alemania).

«La economía colaborativa representa la aparición de nuevos modelos empresariales y de consumo en los que gracias a las nuevas tecnologías se accede a bienes y servicios más eficientes y participativos». Esta definición que se puede leer en la web de Sharing España, la asociación de reciente creación para promover y defender el sector que agrupa a cuarenta de las primeras empresas del sector, treinta de ellas españolas.

En la práctica, su propuesta implica un cambio de paradigma en el consumo: en lugar de poseer esos bienes, acceder a sus servicios. A cambio, se pide un intercambio o una contraprestación económica, quizá esta última la vía que más se está consolidando.

Ciclo vital de la economía colaborativa

Aunque de momento no hay datos publicados sobre su impacto real en la economía española o el número de ciudadanos que participa, ya cuenta con el suficiente recorrido como para describir su ciclo vital:

1. Sus propuestas nacen de una demanda social no escuchada por el mercado.

2. Se activa cuando surge una plataforma capaz de organizarla aportando valor añadido. Estas plataformas pueden servir de puente entre dos individuos de igual a igual (peer to peer) o permitir un acceso bajo demanda, atendiendo una petición del usuario en el momento conveniente.

3. Es necesario que haya un activo ocioso, ya sea un coche infrautilizado, una habitación libre en una casa o una entrada para un concierto en desuso.

«Pero lo más importante es que toda esta innovación implica que el ciudadano se convierte en un agente económico que puede prestar bienes y servicios sin intermediarios», explica  Miguel Ferrer, coordinador de Sharing España. Conviene tener en cuenta esta reflexión, porque el consumo colaborativo nace unido a unos principios de sostenibilidad y búsqueda del progreso social equitativo que lo hace mucho más poderoso. No puede ser casual que esos presupuestos disruptivos hayan asentado sus raíces en unos años tan convulsos como los últimos vividos.

Pero lejos de ligar su desarrollo a una coyuntura específica, son muchos los que piensan que como poco terminará instaurando su modelo en una parte de la sociedad. La propia Comisión Europea ha anunciado que en 2016 presentará un plan de acción para el sector,  una medida que reconoce tanto los valores para el consumidor como las oportunidades para los emprendedores.

 

Rizando el rizo: fabricación colaborativa

Una de las ideas que avanza en paralelo es la de la fabricación colaborativa: personas que suman sus diferentes competencias para diseñar todo tipo de productos y tecnologías. Son las FabLabs, con ejemplos como el de Joe Justice y un equipo de voluntarios que han diseñado un coche -el símbolo de la industrialización- en tan solo tres meses, la idea es que el Wikispeed se venda en formato kit de montaje o ya montado.

 

Ejemplos de negocios basados en una economía colaborativa

Colaborativa o no, hablamos de economía real. Tan real como los cerca de 100 millones de dólares que la española Wallapop, aplicación especializada en la compraventa entre particulares, ha captado en dos rondas de financiación en este mismo año. El capital organizado ha puesto los ojos en este sector que cada vez ofrece propuestas más diversas. Según OuiShare, plataforma de difusión de este movimiento, las principales líneas de actuación son:

 

Consumo

Redistribución: plataformas de venta entre particulares como la citada Wallapop; de intercambio de servicios como L’Accorderie; o de intercambio de objetos (Yerdle).

Productos y servicios: alojamiento turístico como Airbnb; de transporte como Blablacar; de electrodomésticos (Lokéo); o préstamos (Peerby).

Servicios bajo demanda: transporte urbano (Uber); pequeños servicios profesionales entre vecinos (TaskRabbit); entrega a domicilio de todo tipo de servicios prestados por el comercio vecinal (Toktoktok).

Alimentación: promueven el consumo de agricultura y alimentos locales como Amap o The Food Assembly.

 

Aprendizaje

Estudio: cursos de todo tipo gratuitos (P2PU) o incluso tutelados por un mentor (Hellomentor)

MOOC: ofrecen herramientas y recursos para el aprendizaje (Khan Academy o Coursera)

 

Producción

Cultura abierta: plataformas al servicio de la cultura y el desarrollo alimentadas por la colaboración de miles de iniciativas personales como Wikipedia, Creative Commons u OpenStreetMap

Distribución y fabricación (makers): hardware libre (Open Source Hardware); fabricación digital (FabLabMadrid); o diversas iniciativas en torno a makers o hacedores como la revista Make.

 

Financiación

Crowdfunding: uno de los sectores más desarrollados y revolucionarios en torno al consumo colaborativo es el micromecenazgo, donde KickStarter es el referente mundial pero con iniciativas de corte más social como la española Goteo.

Pagos entre particulares: cambio de divisas (TransferWise) o monedas sociales como el Bitcoin o el Bristol Pound, la implantación y uso de esta moneda local en la ciudad inglesa le ha convertido en referente mundial.

Aún son muchas las incógnitas sobre cómo avanzará este movimiento, pero nadie duda de que sus iniciativas empresariales cubren unas demandas reales, que en muchos casos les llevan al enfrentamiento con otros sectores establecidos. El debate está ahí. Miguel Ferrer opina que aún estamos en fase de análisis, pero la velocidad de su crecimiento obligará pronto a tomar decisiones. Un tema que bien merecería un nuevo post.

Foto: Pixabay

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