FOMO y JOMO son dos de los síndromes surgidos de la actividad digital. FOMO, acrónimo de Fear of Missing Out, miedo a perderse algo y su contrario, JOMO (Joy Of Missing Out), alegría por perderse algo, dos corrientes ante nuestra exposición digital y dos filosofías bien distintas.
Hemos pasado de la angustia y desazón de la cultura de la inmediatez a la distensión y la consciencia de disfrutar más de la vida real, esa que transcurre mientras estamos absortos en nuestras pantallas.
¿Cómo se ha gestado este cambio? ¿Es cierto que somos inmunes a la sensación de perdernos algo? No, no del todo. De hecho, tenemos una necesidad imperiosa de mirar constantemente el móvil. Según datos de hace ya unos años, si tenemos un iPhone, lo desbloqueamos de media unas 80 veces al día y si usamos Android, unas 110 veces al día. Seguramente, este número haya aumentado considerablemente hoy.
Lo que ha cambiado es nuestro planteamiento hacia esta exposición digital. Somos más conscientes de los efectos que provocan y, por tanto, ponemos límites y barreras, no sólo temporales, sino sobre todo psicológicas.
Un repaso al FOMO
¿Cuántas veces al día entramos a ver Instagram, consultamos la bandeja de nuestro correo electrónico o miramos Tik Tok? Muchas, y la mayoría de las veces lo hacemos por pura inercia, como cuando nos vamos a los estados de Whatsapp para dar un repaso a las últimas actualizaciones. Ni nos aporta información útil ni nuestra actividad depende de ello. Entonces ¿por qué lo hacemos?
Para contestar a esa pregunta, quizá tengamos que remontarnos a 2003. ¿Alguien recuerda cómo era nuestra vida cuando todavía no estábamos tan enganchados a las redes sociales? Hace veinte años comenzaban algunas de las redes sociales que hoy absorben nuestra atención y nuestro tiempo, como Linkedin, Facebook o Youtube.
Instagram “sólo” lleva entre nosotros diez años; Tik Tok, seis; y BeReal, tres. En apenas dos décadas hemos pasado de ser dueños de nuestro tiempo a cedérselo cada vez más a las redes sociales y otras aplicaciones. Dos décadas en las que ha ido acrecentándose año tras año esa sensación de que si no estamos en las redes, nos estamos perdiendo algo crucial para nuestras vidas. Pero no sólo eso, el síndrome FOMO lleva asociados otros efectos:
- Ansiedad por estar en eventos que son tendencia. Muy relacionado con la cultura de la apariencia. En redes sociales se exhibe una vida edulcorada, glamurosa, con agendas maravillosas en las que abundan restaurantes de moda, conciertos que no podemos perdernos o lugares en los que si no te haces una foto y la subes, parece que no perteneces a esa tribu. Todo ello nos empuja a la comparación y a pensar que nuestras vidas son peores que la de los perfiles que publican ese mundo fantástico y -casi siempre- irreal.
- Temor a no tener experiencias satisfactorias. Pensamos que nos estamos perdiendo todas esas experiencias de vida que otros sí disfrutan y nos enfadamos y deprimimos por pensar que nuestra vida no es tan gratificante como la pintan otros.
- Frustración al ver publicados momentos de la vida de nuestros contactos. Mirar siempre de reojo lo que están haciendo terceras personas lleva a cuestionarse nuestra propia vida y considerarla insuficiente.
- Imposibilidad de disfrutar plenamente de los eventos que sí son gratificantes en la vida real, si no los compartimos en las redes sociales, por ejemplo, cuando estamos en un concierto, en el teatro, en una comida familiar, etc.
- Necesidad de subir constantemente contenidos a las redes sociales, de publicar a toda costa momentos de nuestras vidas. Es como una especie de realidad microfragmentada, aunque no sea ni esencial ni muchas veces importe a casi nadie.
El aquí y ahora, el JOMO
Y de esta sobreexposición pasamos al extremo contrario, a cerrar perfiles en redes sociales por estrés digital. Afecta tanto a gente anónima como a las celebrities. En los últimos años personajes como Selena Gómez, Tom Holland o, ya en nuestro país, Luis Cepeda y Dulceida anunciaban el apagón de sus redes después de un excesivo foco en ellas. Es el mismo cerrojazo que han llevado a cabo mucha gente de a pie y, sorprendentemente, algunos de ellos bastante jóvenes.
Por salud mental, es una de las razones más esgrimidas en estos casos, pero también para volver a reconectarse con uno mismo. En esencia, esto es lo que significa JOMO, no sólo la alegría de perderse cosas, sino también ser conscientes de todos y cada uno de los momentos por los que pasamos en nuestras vidas, y no exclusivamente de los especiales o de los extraordinarios.
Hace veinte años éramos capaces de vivir más en el presente. En la actualidad, la tecnología y las redes sociales nos lo ponen realmente complicado, pero no imposible. Podemos empezar por un acto sencillo: pasar más tiempo a solas con nosotros mismos y disfrutar más de lo que nos rodea. Hoy a esto se le denomina JOMO, hace dos décadas era simplemente vivir.
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