Comenzamos un nuevo año, el número 17 del siglo XXI y con él la segunda década va acercándose a su fin. En España hace ya unos años que llegó una corriente con evidentes riesgos orwellianos de convertirse en algo muy distinto a lo que en teoría persigue, hablo de la felicidad en el trabajo. Si un trabajador es feliz, entonces es más productivo. Como todo lo relacionado con emociones o sentimientos humanos, funciona bien en la teoría y llevado a la práctica comienzan las dificultades.
La felicidad según nuestro diccionario tiene dos definiciones interesantes:
- f. Estado de grata satisfacción espiritual y física.
- f. Ausencia de inconvenientes o tropiezos.
Voy a descartar la segunda de las acepciones aplicada al trabajo por razones evidentes, uno en su actividad laboral tiene que hacer frente justo a eso, inconvenientes y tropiezos. Si no los hubiese, es probable que tampoco hubiera trabajo. Por tanto, nos quedamos con la primera de ellas que no es más que un estado espiritual y físico, de grata satisfacción. Ahí es nada.
¿Sabían que, para algunos científicos, el hecho de que el hombre adquiriera conciencia de sí mismo es involución y no evolución? El alma… ¿en qué nos beneficia?, ¿somos más felices que los animales? Otros colegas aseguran que el poseerla nos ha hecho enloquecer un poco. Afirman que no somos más que animales neuróticos, siempre preocupados por el ¿quién soy?, ¿de dónde vengo y adónde voy?, ¿qué ocurrirá mañana?, ¿podré comer?, ¿enfermaré?, ¿moriré?, ¿existe Dios? Yo, Robot (Isaac Asimov).
Entre la esclavitud de los campos de algodón del Mississippi y la empresa como medio para que el trabajador alcance el nirvana creo que nos hemos dejado algo por el camino, que quizás se ajuste más la naturaleza del ser humano.
El objetivo de una empresa no es que los empleados sean felices. El objetivo repetido hasta la saciedad y siempre olvidado es ganar dinero. Por eso existe. Cuando una empresa gana suficiente dinero, al igual que una persona que tiene las necesidades de comida y salud cubiertas, se empieza a preocupar por otras cuestiones como la sobrevalorada responsabilidad social corporativa y, por supuesto, sus empleados. El patrón se vuelve a repetir, se parte de un concepto que suena bien -el empleado ha de ser feliz- se lo adorna de decenas de frases, de muchas sonrisas y se echa a andar.
Intentar hacer algo que es inherentemente imposible, siempre es un empeño que corrompe. Michael Oakeshott.
La vida no es un valle de lágrimas, al menos no tiene por qué serlo, pero eso depende en gran medida del azar. De la misma forma, el trabajo no tiene que ser un sufrimiento, pero que me aspen si el trabajo tiene algo que ver con la felicidad, entendiendo esta como la definición que incluía al principio.
La relación entre ganar dinero y que los trabajadores sean felices oculta tantas realidades que no resulta gracioso. No digo que en alguna ocasión esto pueda suceder, pero si ocurre, desde luego será algo temporal, porque los estados físicos y espirituales de las personas no tienden precisamente a la satisfacción, son más bien inestables y están afectados por innumerables factores que nacen de envidias, miedos o egoísmo, por mencionar solo algunos.
Una empresa, a medida que crece en número de empleados, también crece en problemas y no es posible encontrar un punto de equilibrio. La felicidad de los empleados no creo que sea lo que haya que buscar, siempre habrá empleados infelices, dado que el estado de ánimo es algo absolutamente influido por factores ajenos a la propia actividad de la empresa y además el empleado está en su derecho de no ser feliz trabajando. Hay empleos que se realizan muy bien sin tener un estado de grata satisfacción espiritual y física y me parece muy razonable y sano.
Una cosa es mejorar las condiciones de los trabajadores, para que eso redunde en beneficio de la empresa al poder estos realizar su trabajo de forma más óptima, y otra muy distinta es concebir la empresa como el lugar que tenga algo que ver con la felicidad. Uno, cuando trabaja, en no pocas ocasiones debe resolver problemas que generan fricciones con otros compañeros o con clientes. La fricción genera tensión y a veces lo pasamos mal, otras veces nos equivocamos y el otro tiene razón, a veces no la tiene ninguno y otras tienen razón ambos, porque en realidad es imposible saberlo. En todos los casos la tensión, la responsabilidad y el compromiso adquiridos están ahí. Y el estado de ánimo fluctúa, en ocasiones necesitamos apoyo y otras que alguien nos diga algunas cosas quizás desagradables pero ciertas, que nos pueden hacer abandonar o mejorar. El camino nunca está claro, pero desde luego nunca tiene nada que ver con la felicidad.
Unido a esto ha llegado también la tiranía de la felicidad, proponer actividades para ser felices en el trabajo. Yo no quiero ser feliz en el trabajo haciendo actividades, quiero que mi trabajo tenga sentido, tener cierto nivel de autonomía, que me digan cuándo estoy haciéndolo bien y también cuándo debo cambiar algo porque no estoy resolviendo bien o aportando lo que se espera de mí.
Por último, creo que uno es feliz de verdad con alguien, no con algo. Uno no es feliz con la empresa, lo es con su pareja, con sus amigos. Una empresa siempre puede despedirte, independientemente de lo que tú necesites en ese momento, ¿tiene eso algo que ver con la felicidad? Llevar la felicidad al trabajo es un poco tramposo. No me parece honesto. Lo que yo pido a la empresa es respeto, una confianza razonable, responsabilidad y claridad en los objetivos. Que me deje ser feliz donde yo crea conveniente.
Trabajemos y no pensemos; así la vida será soportable. Solaris (Stanislaw Lem).