Ángel Gabilondo, profesor de filosofía y expresidente de los rectores en 2008, declaró en una entrevista que sus padres nunca dejaron de ir adonde tenían que ir y que él va al trabajo «llorado de casa» y también le pide a sus colaboradores que hagan lo mismo:
“No me dejo dominar por los estados de ánimo, tengo que hacer (…) Veo montañas que hay que escalar, todo me resulta complejo. Darían ganas de decir ‘no juego’, pero no me permito una rendición. Así que una vez que acaba la ducha helada, ya no me permito sino la tarea que he de hacer”.
¿Las ganas se pueden planificar?
Imagina que es viernes por la tarde y tras volver de un duro día de trabajo estás “tirado” en el sofá de casa, con el pijama puesto y calentito.
No tienes ganas de casi nada, te sientes desanimado para hacer cualquier cosa. Incluso es probable que por inercia te tires todo el fin de semana sin salir de casa, pidiendo comida por teléfono y así hasta el lunes que toca volver a trabajar. Si eso ocurriera, seguramente explicarás a algún compañero de trabajo que no hiciste nada PORQUE “no te apetecía moverte”.
Pero imagina ahora que esa misma tarde del viernes, en ese mismo estado de desánimo, hubieras tenido planes, una cena con unos amigos, un evento deportivo o una quedada con gente de Twitter de tu ciudad. En esas condiciones, es casi seguro que con esos planes el fin de semana hubiera transcurrido de otra forma, ¿verdad? ¿Cómo explicarías esta diferencia?
Lo que más influye en lo que hacemos no es lo que sentimos, sino los ‘motivos’ que tenemos y cómo organizamos nuestra vida cotidiana a la hora de dotarla de ‘consecuencias’, de situaciones estimulantes u obligaciones.
Los resortes que nos impulsan a actuar no están dentro de nosotros, las ganas están ahí afuera, porque la motivación no es tener ánimo, la motivación es tener motivos. Las emociones cambian, pero los motivos permanecen, y cada persona debe construir los suyos.
No intentes animarte para trabajar, mejor date motivos para hacerlo
La motivación no depende especialmente de lo que pensamos o sentimos.
Tendemos a sobrevalorar la influencia de nuestras emociones y pensamientos en nuestra motivación, en nuestras conductas. Algunas personas no están muy contentas yendo al trabajo cada mañana y sufren pensamientos y emociones negativas al respecto, pero cuando acuden incluso trabajan con ánimo.
Y al contrario, personas que se escaquean y se quedan en casa, se descubren mucho más desanimadas por haber evitado ir a trabajar. Como ves, el ánimo y la motivación son cosas diferentes.
Si no encuentras motivos para perseguir un objetivo o para hacer algo, debes enfocarte en organizar mejor tu vida profesional o en encontrar actividades o metas más motivadoras, y no preocuparte tanto por tus emociones.
Organiza tu vida para obtener los resultados que quieres
Cómo organizamos la vida cotidiana en el hogar, en los entornos profesionales, en el tiempo libre y en las relaciones, determina en gran parte la motivación que sentimos para vivirla mejor.
Contaba Dale Carnegie, en su famoso libro «Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”, una anécdota que muestra cómo se puede organizar una tarea para motivar a una persona o para que la desarrolle con más atención:
Un padre que le propuso a su hijo ir a recoger las peras caídas de los perales de su jardín y los frutos del resto de árboles para que la persona que estaba cortando el césped no tuviera que detenerse a hacerlo.
Al niño no le gustaba este trabajo y con frecuencia no lo hacía o lo hacía tan mal que el que manejaba la cortadora tenía que detenerse para recoger los frutos que había pasado por alto.
Viendo la situación, el padre le dijo al niño:
—¿Qué te parece si hacemos un trato? Por cada cesta llena de peras y frutos que recojas, te daré un euro. Pero cuando hayas terminado, por cada fruto que yo encuentre en el patio te cobraré el euro a ti. ¿Qué te parece?
Como podría esperarse, no sólo recogió todos los frutos, sino que el progenitor tuvo que vigilarle para que no arrancara más del árbol para llenar sus cestas.
El pájaro no canta porque es feliz, es feliz porque canta
Hace más de un siglo que el creador de la psicología funcional, William James, acuñó esta idea, que posiblemente sea el principio más efectivo para reducir las quejas y la insatisfacción que generan las propias obsesiones.
En esta sociedad en permanente y obsesiva búsqueda de la felicidad nos dicen y nos decimos que tenemos-que-sentirnos-bien para poder estar en condiciones de trabajar y vivir mejor.
Siguiendo este falso principio, muchas personas esperan a sentirse animadas para ponerse a mejorar sus vidas y sus carreras, cuando la relación es justamente la contraria: solo mejorar sus vidas les llevará a estar más animadas.
Si dejas de cantar esperando las ganas de cantar, lo más probable es que cada vez cantes menos.
De lo que se trata es de ser inteligente en materia de emociones, no de ser emocional. El ánimo y el desánimo están sobrevalorados en su influencia sobre la conducta y la productividad. Las personas se acostumbran a “explicar” sus problemas utilizando etiquetas y tópicos relacionados con las emociones.
De esta forma, solemos utilizar argumentaciones circulares que no explican nada:
No voy al trabajo, PORQUE no tengo ganas, porque me siento triste o porque hoy no tengo ánimo;
No me apetece conocer a Pedro, PORQUE no tengo buenas sensaciones con él;
Pretendía levantarme temprano para buscar empleo, pero no lo hice PORQUE no me sentía bien;
Hasta ahora no he llamado a este cliente potencial, PORQUE no me siento con confianza…
Esta atribución de valor a supuestas causas ‘internas’ como las emociones desincentiva que las personas intenten mejorar su vida y tiendan a caer en la inactividad esperando que sus emociones cambien.
El desánimo suele ser la consecuencia de la desmotivación, no su causa
“Tras un fracaso puedes llorar tanto como te permita tu bolsillo y el de los que te rodean. Si fracasas y no te levantas es porque te lo podrás permitir.»
Esta reflexión del emprendedor tecnológico Fernando Moreno (@FMorenoNieto), señala que las emociones negativas, relacionadas con la inactividad y la demanda de atención y cariño de las personas que nos rodean, ocuparán tanto espacio vital y profesional como les dejemos. Ya advirtió Flaubert que hay que tener cuidado con la tristeza, porque puede convertirse en un vicio.
Eso de que “uno tiene que venir de casa motivado” está muy bien para las frases de management de salón, pero lo cierto es que las cosas no son como nos dicen o como queremos creer, son como son y para saberlo solo hay que observar sin prejuicios.
El desánimo continuado y el no hacer nada para mejorar la situación o para superar los obstáculos que se nos presentan son una consecuencia, no una causa, de la desmotivación.
Se produce desánimo, por ejemplo, cuando el objetivo que perseguimos no es tan relevante (motivador) para nosotros como nos gustaría o como queremos creer y no hay otras motivaciones alternativas de importancia. Esta es una situación frecuente en entornos profesionales y laborales, por ejemplo, cuando te asignan una función o una tarea que en teoría podrías asumir con satisfacción pero que en realidad no sientes así.
Uno no tiene margen a corto plazo para decidir o elegir sobre lo que le motiva y lo que no, en muchas ocasiones simplemente hacemos lo que podemos, y por eso es importante planificar para gestionar nuestras motivaciones actuando sobre el contexto, las relaciones, los métodos y la definición de los retos.
Los socorridos mensajes tipo “si quieres, puedes”, lejos de animar pueden causar desánimo y meter más presión a los profesionales, que en el caso de que no alcancen un determinado objetivo podrían recibir más críticas: «Si no han podido es porque no han querido».
Por otro lado, últimamente percibo que se sobrevalora el papel del fracaso en el aprendizaje y en la motivación, y suelo resaltar que no se aprende de fracasar, se aprende de superar el fracaso y eso es muy difícil.
La sucesión de fracasos por encima de la ‘resiliencia’ de la persona, que depende de sus competencias actuales y de sus experiencias pasadas, puede tener efectos muy negativos. En un contexto y en un momento dados, podemos soportar un número determinado de reveses de cierta intensidad, pero no sabemos dónde está nuestro límite hasta que lo alcanzamos.
La moraleja es clara: independientemente de cómo nos sintamos, lo importante es qué HACER para sentirnos mejor.
No esperes a estar bien para salir y hacer cosas, sal y haz cosas para estar bien
Dijo el cordobés Lucio Anneo Séneca que la tristeza, aún justificada, muchas veces sólo es pereza, porque nada necesita menos esfuerzo que estar triste.
Si queremos sentirnos mejor, tenemos que comportarnos como queremos sentirnos. Si perdemos la alegría, el camino a seguir no es intentar alegrarse, sino «proceder con alegría», esto es, actuar y hablar como cuando estamos alegres, “como si esa alegría estuviera ya con nosotros”.
El citado William James ya intuyó que la acción y el sentimiento van juntos, aunque nos dé la impresión de que hacemos las cosas en función de cómo nos sentimos. A veces crees que no te levantas del sofá PORQUE “no tienes ganas”, cuando en realidad esa falta de ganas la sientes al no moverte.
¿Tú puedes decidir cómo sentirte? Cambiar las emociones para sentirse mejor es el atajo irreal que proponen los mensajes de la autoayuda y del llamado pensamiento positivo.
Lo que hacemos está en cierto modo bajo nuestro control y lo que sentimos no depende tanto de nosotros. Marino Pérez, catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo, propone que para luchar contra el desánimo, la mejor estrategia es cambiar nuestras conductas sencillas, establecer hábitos y reorganizar los contextos en que vivimos y trabajamos.
Pequeños cambios, como establecer metas o planificar actividades, tienen efectos importantes contra el desánimo, también cuando es prolongado. Los resultados a corto plazo parecen indicar que las ‘técnicas cognitivas’ contra los problemas emocionales, como los intentos de “cambio de creencias» y de estilos de pensamiento, son muy poco efectivas. Para sentirse mejor siempre es mejor hacer que pensar.
Está bien que pienses o te repitas, para intentar animarte, que vas a encontrar empleo o que tu jefe va a aceptar tu propuesta de cambio de funciones o de aumento de sueldo, pero lo que realmente te animará es preparar (hacer, no pensar) mejor la búsqueda y elaborar buenas propuestas, porque estas acciones harán que tengas más posibilidades de éxito. Y a su vez, esos logros te motivarán para acometer acciones similares en en el futuro. La acción y el logro consecuente te llevan a sentirte y pensar bien, no al revés.
No intentes cambiar tus pensamientos y tus emociones para vivir mejor, planifica para vivir mejor y ya cambiarán solitos.
Dos reglas para animarte y un secreto para aumentar tu motivación profesional
REGLA NÚMERO 1. Acepta que todo es provisional
Una amiga me dijo hace unos años, acerca de una relación de pareja que acababa de empezar: “Sé que él es el amor de mi vida. Al menos, de momento”.
Lo que te motiva hoy puede haber cambiado mañana. Pocas veces se producirán movimientos bruscos en nuestros intereses, porque los hábitos tienden a mantenernos en los raíles del día a día, salvo cuando aparecen nuevas motivaciones tan intensas que desplazan en parte a las habituales.
En general, los cambios de intereses se producen de forma gradual e imperceptible, porque los cambios en la vida también son graduales y no siempre somos conscientes de ellos.
En todo caso, debemos considerar que nuestra motivación puede cambiar por la forma en que organizamos la vida, ámbito en el que tenemos cierto control, y por las cosas que nos pasan, ámbito dónde no tenemos ninguno. Para que una relación de pareja funcione, se recomienda cuidarla todos los días. Lo mismo pasa con un empleo o con la carrera profesional.
REGLA NÚMERO 2. Actúa para cambiar tus emociones.
Anima a otros y te sentirás animado.
En mis conferencias y talleres de motivación, cambio y trabajo en equipo invito a los participantes a que se levanten de su asiento, elijan un compañero, imaginen que esa persona está muy desanimada y les sugiero con humor que la animen durante 10 segundos lo mejor que puedan. Como te imaginarás, inmediatamente se crea un ambiente de activación y alegría.
Pero, cuidado, estar animado no es estar motivado. Es fácil manipular nuestras emociones, pero es muy difícil crear motivación nueva.
Si eres un directivo o manager de equipos, no digas a tus profesionales que «salgan de su zona de confort», mejor ayúdales a hacerla más grande. Porque la zona de confort no es el sitio donde estamos cómodos, sino el sitio donde estamos motivados y somos productivos. Otra cosa son las zonas de vagancia o de indolencia 🙂
¿Quieres animarte ahora mismo?
Haz ejercicio y te sentirás animado. Te invito a que hagas ahora esta actividad breve y sencilla. Piensa en algo negativo que te preocupa, algo que te haga sentir apenado o desanimado. Después, ponte de pie y, con las manos cogidas detrás de tu espalda, comienza a dar saltos con las piernas rectas. ¿Has notado cómo el esfuerzo físico es incompatible con sentirse mal?
No esperes a estar motivado para actuar, ponte a hacer lo que harías si tuvieras motivación.
Gracias por leer hasta aquí… ¿o acaso estás esperando a que comparta el secreto de la motivación profesional?
Ahí te lo dejo:
Te sientas como te sientas, pienses lo que pienses, haz lo que debes, lo que tienes previsto hacer.
Proponerte objetivos (motivos), elaborar planes para conseguirlos y seguir esos planes son los resortes de nuestra motivación personal y profesional. Tan sencillo y tan fácil como parece, ¿verdad?