El benchmarking es un término utilizado en el mundo de los negocios para referirse a un proceso de comparación de los indicadores y procesos de negocio de una determinada organización con los de las empresas consideradas líderes de ese sector o de otros.
La comparación se centra habitualmente en indicadores de calidad, plazos y costes, y los valores de referencia con los que se contrastan suelen ser los asociados a unas formas determinadas de hacer que se conocen como “mejores prácticas”.
En teoría, el benchmarking es una práctica excelente, cuyo uso habitual y continuado debería conducir a la excelencia. Por este motivo, es una de las piezas clave en muchas de las propuestas que presentan las grandes firmas de consultoría.
En la práctica, el benchmarking también es una práctica excelente que conduce a la excelencia, siempre que se entienda y se aplique bien, lo cual es bastante infrecuente.
En la vida real, este proceso de evaluación suele empezar por establecer correlaciones de dudoso rigor científico entre determinadas formas de hacer y unos resultados económicos.
Dicho de otro modo, se elige el proceso de negocio sobre el cuál se quiere hacer el benchmarking y luego se selecciona un grupo de compañías de referencia, por lo general tomando como criterio de selección sus resultados económicos. El siguiente paso es ver cómo es el proceso de negocio elegido en dichas compañías y, a partir de esa información, “destilar” un proceso que sintetice lo mejor de cada uno de los anteriores. Este nuevo proceso se llamará “mejores prácticas” (best practices).
A partir de ahora, cuando una organización quiere mejorar sus procesos, esas “mejores prácticas” serán los elementos de referencia para compararlos.
Como decía, la idea es buena, pero la implementación no tanto. Un ejemplo fantástico de lo que ocurre a menudo cuando se generalizan sin criterio estas “mejores prácticas” es el de las oficinas sin despachos, una idea probablemente estupenda en Suiza y un calvario en España.
¿Dónde están los fallos del benchmarking?
Por una parte, en establecer correlaciones causa-efecto que a menudo son espurias, es decir, inexistentes. Otro error es dar por sentado que algo que funciona estupendamente y puede tener todo el sentido del mundo en una organización A va a funcionar y a tener sentido en una organización B, simplemente porque son del mismo sector o tienen volúmenes parecidos o se dirigen al mismo mercado o cualquier otra semejanza.
Hay muchos más errores, pero lo que quiero transmitir es simplemente que las “soluciones milagrosas” que a menudo intentan vendernos en el mundo del management y la consultoría deben examinarse con enorme sentido crítico antes de adoptarlas.
En este caso, sentido crítico para reconocer que el hecho de que todo el mundo haga algo de una misma forma no significa ni que esa forma sea la mejor ni siquiera que sea la correcta.
En resumen, ser consciente de que la práctica del benchmarking bien entendida y bien aplicada puede abrirte los ojos a errores que ignoras y a oportunidades que desaprovechas, ayudándote en ambos casos a mejorar enormemente la productividad de tu pyme.
Pero tener también presente que, mal entendida o mal aplicada, su práctica puede conducir a tu pyme a ser solo una gota más en un gran océano de mediocridad.
Y, sobre todo, tener claro que la diferencia entre ambos extremos está en tus manos y, sobre todo, en tu cabeza, porque las decisiones las tomas tú. El benchmarking es tan solo un arma de doble filo para la productividad de tu pyme.