«Lo siento, me ha dado un Pastora Soler«, con su habitual ironía el cantante Joaquín Sabina rehuía pronunciar las palabras que el pasado mes de diciembre le impidieron cerrar uno de sus conciertos madrileños con sus esperados bises. Desde siempre el miedo escénico ha silenciado a experimentadas voces como las de las divas María Callas o Montserrat Caballé, pero en realidad ¿quién no ha sentido nunca miedo?, ¿quién no se ha sentido como paralizado por una fuerza incontrolable en algún momento de su vida?
«Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario» es la primera acepción de la RAE para describir un sentimiento que nuestra sociedad penaliza. Desde que nacemos se nos anima a ser valientes, pero desde que el hombre es hombre el miedo está presente en su vida. Y como no podía ser de otro modo, también en su esfera laboral.
¿Cuántas negociaciones perdidas porque el interlocutor atemorizaba con su agresividad?, ¿cuántas oportunidades laborales desaprovechadas por el temor a llamar al despacho de un jefe antipático?, ¿cuánto trabajo desaprovechado por no llegar al enfrentamiento con un subordinado díscolo?, ¿cuántos proyectos frustrados por el miedo a lo desconocido?
Fracaso y rechazo, los dos más comunes
Cuando hablamos de miedo no debemos pensar sólo en situaciones que nos aterrorizan, también en otras que impiden desarrollarnos. El miedo al fracaso y al rechazo son los dos más comunes en el mundo de la empresa, pero es posible experimentarlos de una forma controlada. De hecho, el miedo es un reconocido síntoma de advertencia y autoprotección, muy valioso mientras no nos condene a una zona de confort que nos impida progresar.
Dar nombre al problema
Para eliminar o minimizar los efectos de una emoción automática e inconsciente, lo primero que hay que hacer es identificar las situaciones que desencadenan ese sentimiento. Una labor que necesita un paso previo: reconocer que -pequeño o grande- hay un problema que queremos corregir. Una buena práctica para conseguirlo es poner nombre al problema, verbalizar ese sentimiento de temor con una palabra va a servir para tomar conciencia de su existencia y empezar a controlarlo.
En ocasiones es sencillo: el miedo va asociado a una persona en concreto o a un tipo de situación, como dar una charla sobre un escenario. Sin embargo, la manifestación del miedo en otras personas es más difuso, por lo que es más complejo saber cuándo aflora. En estas ocasiones es importante hacer el ejercicio de buscar en el pasado la primera vez que se sintió, analizar las situaciones a las que va asociado, cómo nos afecta y en qué formas se manifiesta. Lo importante es reunir la mayor información posible, lo que en ocasiones incluye compartirlo con las personas adecuadas.
Aprende a controlarlo y actúa
Por lo general, cuanto más identificado y aislado tengamos ese miedo, más fácil será combatirlo. Para hacerlo debemos pensar en:
Discernir entre lo que es objetivo y subjetivo, y aceptar las limitaciones. No es lo mismo que una persona de 15 años tenga miedo a una atracción de feria que una persona de avanzada edad. El joven no sufrirá ningún perjuicio importante si decide vencer esa sensación y subir, pero a un anciano puede generarle problemas. Del mismo modo, cuando el miedo está relacionado con personas o situaciones muy concretas, puede ser muy efectivo buscar un enfrentamiento directo: si se puede asumir el peor de los males que pueda generar esa situación (unas malas palabras, el ridículo, etc.), lo mejor puede ser concienciarse de que se puede afrontar cara a cara.
Dar prioridad a los pensamientos positivos. Todos crecemos con un dogma, pero en algunas personas esas verdades asentadas condicionan sobremanera sus comportamientos. Para vencer el miedo, es necesario cambiar algunas creencias limitadoras y sustituirlas por comportamientos más positivos: la equivocación, la vergüenza, la discusión o la negativa son experiencias por las que cualquier persona pasa, en realidad son hitos de aprendizaje que nos enriquecen personal y profesionalmente (a las que renuncian las personas que no se exponen).
Combatir el victimismo. Recrearse en el problema justificando el comportamiento o considerarlo insuperable impedirá cualquier avance. Frente a estas situaciones puede resultar útil marcarse objetivos asumibles en el corto plazo. En el terreno de las pequeñas fobias, un buen ejercicio para una persona que tiene miedo a las arañas puede ser observarlas en dibujos, primero más infantiles luego más realistas hasta pasar a las fotos. Superada esta fase, el siguiente reto puede ser barrer las arañas muertas. El objetivo es ir ganando confianza hasta conseguir que ese miedo se vaya transformando en una punzada cada vez más leve.
Asienta los avances
En algunos casos, el combate con el miedo puede ser largo. Teniendo en cuenta que hablamos de situaciones que nos generan trastornos importantes, es vital no desfallecer e ir celebrando cada avance hasta que se consiga deshacer ese nudo emocional que nos limita, una forma de concienciarse del bien que te aporta cada conquista. Durante esta fase puede ser útil apoyarse en técnicas de meditación o relajación que ayuden a sentirnos mejor. Para momentos concretos se puede recurrir a técnicas de visualización tan sencillas como la metáfora de las hojas en el río, que nos ayuden a retomar el ánimo en los momentos bajos.
Aquel que teme ser conquistado, seguramente será derrotado. Napoleón I
Lo importante es mantener una actitud combativa frente al miedo. Aceptarlo como una limitación destruye parte de nuestro bienestar personal y desarrollo profesional. Espero que esta lectura sirva para desperezar voluntades: ¿te animas a contar tu experiencia?
Foto: Lesmode