Hace un par de semanas, en este mismo blog, reflexionaba Raúl Alonso sobre el valor que tiene el trabajo de un profesional y cómo debemos reconocer esta profesionalidad aceptando sin reservas que todo esfuerzo profesional merece una justa remuneración. Raúl, que es más elegante que yo, nos advierte del riesgo de «construir un entorno económico de bajo precio”. Yo, que soy más de yugular hinchada, me sublevo con un ¡faltaría más!
Le doy mil vueltas a la competencia que nos hacen a todos los profesionales los servicios gratuitos o que se ofertan con el “aún más barato” y siempre concluyo acordándome de mi abuela, que -con más razón que un santo- me recordaba a menudo que todo lo barato acaba saliendo caro.
Nada tengo en contra de los servicios low cost, entendidos como servicios que no ocultan cómo han descafeinado las prestaciones poniendo de relieve que así te salen más baratos. Todos tenemos en mente y de hecho algunos somos asiduos, vuelos de bajo precio sin derecho a equipaje y con asientos más pequeños, muebles que tú mismo acarreas desde el almacén y montas en casa, vestidos con las costuras torcidas o sin forro pero “inspirados” en el que lleva la celebrity de turno, etc.
También admito sin reservas que hay negocios que tienen tanto margen que permiten bajar los precios sin tocar un ápice la calidad y el servicio ofertado, y sin dejar por ello de ganar dinero. Realmente, ¿cuál es el coste de un café? Capítulo aparte merece el mercado de lo gratuito. En otro momento hablaremos de ello, aunque pocas dudas tengo de que si algo es gratis, es porque, seas consciente o no, el producto eres tú. De hecho, ¿te has preguntado alguna vez por qué existen tantas apps gratuitas?
Hay quienes pretenden hacernos creer que ellos son más baratos y además a coste cero. Dicho en román paladino, son lo que yo denomino «cutreprofesionales». Antes los reconocíamos al vuelo, son los «chapucillas» de toda la vida. Pero resulta que en esto de las nuevas tecnologías (TIC) y la transformación digital, se camuflan mejor y hay mucho listillo que intenta parecer lo que no es.
¿Cómo se reconoce a un verdadero profesional? No quiero ponerme transcendente, pero viene a colación esa famosa cita de la Biblia de “por sus obras los conoceréis”. Presta atención a estos detalles, porque los auténticos profesionales:
- Se sientan contigo, que eres el cliente, todo el tiempo que necesitan hasta que entienden bien tu encargo.
- Te formulan todas las preguntas y matizaciones que se les ocurren. Hasta que les queda claro qué necesitas y cuál es la mejor manera de ayudarte
- Son claros y transparentes con sus presupuestos y sus facturas (impuestos incluidos).
- Cumplen con normas y reglamentos y así te lo hacen saber.
- Utilizan materiales de calidad y herramientas profesionales. Y, si en algo hay que escatimar para adaptarse a tu presupuesto, lo comentan contigo.
- Garantizan la confidencialidad de tus datos.
- Valoran la calidad y el trabajo bien hecho y en justa correspondencia cobran por su trabajo.
Y aunque algún detalle pueda hacerte creer lo que no es, en general, la profesionalidad -como la educación o el estilo- se nota. Nadie da duros a cuatro pesetas. Otra verdad “de abuela”. Por ello, no me ofrecen confianza aquéllos que:
- No te escuchan, porque te han entendido a la primera. En realidad, no necesitan hacerlo, porque sean cuales sean tus necesidades, van a venderte su libro.
- Hacen presupuestos poco detallados y papelillos de «recibí» en lugar de facturas. Te preguntan si quieres que te incluyan los impuestos.
- No hablan de normas, mejor no mentar la soga en casa del ahorcado…
- Utilizan materiales que siempre son un chollo y herramientas de dudosa procedencia o de descargas ilegales.
- No presentan ningún disclaimer ni garantías de confidencialidad.
- Ofrecen descuentos y chanchullos a la mínima.
Coincido con Raúl en la responsabilidad educativa que todos tenemos con nuestro entorno. Porque, también lo decía mi abuela, tanta culpa tiene quien lo hace como quien lo permite.