Ya enunciamos en su momento las mejores maneras de caer mal a nuestros compañeros en la oficina. Ahora avanzamos un paso más y vamos a tratar de que nos echen rápidamente de nuestro trabajo.
Los jefes, esa especie que puebla la Tierra para hacernos la vida imposible, tienen sus manías, sus deseos y sus caprichos. Algunos tienen la piel más sensible que otros. Unos incluso tienen humor. Y hay otros que incluso son humanos y normales (eso piensan de sí mismos todos los jefes).
Los jefes, en fin, tienen sus responsabilidades y tratan de manejar equipos y empleados de la mejor forma posible. Puede que no entendamos su forma de actuar a veces, pero seguro que obran según un plan (aunque este solo exista en su mente).
Planteamos aquí, una lista de errores de los empleados que harán cuanto menos que nos vigilen más de la cuenta para cuando llegue la hora de ir pensando en cambiar las caras de la oficina:
- Prometer a los clientes lo que no se está autorizado a cumplir. Es un error clásico que suele meter en líos a los compañeros, al jefe y a toda la empresa en general, que tienen que arreglar la situación ante el cliente. Este se sentirá defraudado, y casi siempre reaccionará de forma negativa. No vale con eso de “lo sentimos, ha sido Hernández que no se entera de lo que dice”. El perjudicado esperará más que una disculpa. Este es el caso del vendedor que rebaja precios de una manera desmesurada, vende lo que no está en stock o regala obsequios inasumibles.
- Cuestionar (por detrás) las decisiones de tu jefe. Otro clásico. Los empleados, que, tras recibir una orden, casi ni esperan a que su superior cierre la puerta para empezar a maldecir, preguntarse por la capacidad de su jefazo o pronunciar aquello de “este no sabe de lo que habla, lo voy a hacer a mi manera”, tienen los días contados. El jefe espera ingenuamente que sus órdenes sean cumplidas de forma escrupulosa, fiel y exacta. Y todo sin refunfuñar. Al fin de al cabo, recibir una orden es una alegría para los empleados. ¿O no?
- Adoptar actitudes de perdonavidas. Los jefes no aguantan demasiado a los empleados que se creen (o se saben) superiores a todo el mundo. Las posturas paternalistas con un superior, tratar de explicarlos que se equivocan e intentar llevar siempre la voz cantante, son vistas de mala forma. Recordemos que el jefe siempre tiene la razón, y si no la tiene, también la tiene.
- Pensar (y divulgar) que el trabajo actual es transitorio y que es merecedor de un empleo mejor que ese. Humildad, ante todo. Si el jefe piensa que su joya de empleado está deseando irse y que abandonará el barco en cuanto le salga algo mejor, puede que se adelante y prepare el finiquito como regalo de aniversario laboral.
- Coger todo tipo de material de escritorio (e incluso rollos de papel higiénico) para llevarse a casa. Los ladrones a pequeña o gran escala no están bien vistos en la oficina. Lo que desaparece hay que renovarlo, y lo que se renueva cuesta. Los duendes que se llevan las cosas solo existen en los cuentos. En la vida real el que la hace, la paga.
- Mentir o exagerar en los resultados. No hay nada peor ante los ojos de un jefe que descubrir que un empleado miente en sus resultados. Como dice el refrán, se pilla antes a un falsificador de cifras de Excel que a un cojo.
- No llevar el trabajo al día (no trabajar). Otra gran afrenta para el jefe. El empleado perezoso que no trabaja y echa la culpa a todo para justificar que no cumple tiene sus días contados en la empresa. Lo del perro se ha comido mi ordenador no cuela, sobre todo, porque no suele haber perros en las oficinas.
- Llegar tarde, salir demasiado pronto, faltar en cuanto se puede con cualquier disculpa e inventarse tías moribundas. El jefe ha sido empleado antes que jefe, y conoce muchas tretas para realizar lo que técnicamente se denomina como absentismo laboral. La empresa, de momento, no paga por acudir a los entierros de las tías virtuales. Aunque eso, quizá, debería negociarse en el siguiente convenio.
- Hablar mal de los compañeros para sobresalir. A muchos jefes los encanta que les hagan la pelota, pero no suelen aguantar a los empleados que critican a todo el mundo. Lo más lógico es que también incluyan a los superiores en las críticas en cuanto se descuiden. Ya se sabe, los que crean mal ambiente son los primeros en ser lanzados por la borda.
- Descuidar la higiene personal. Desgraciadamente en nuestra sociedad, la imagen lo dice todo, y más en una empresa, en la que todo ha de ser bonito y perfecto. A los jefes no les suelen gustar los “diferentes” en higiene y en vestimenta. ¿Discriminación? Puede ser, pero es lo que hay, y de momento es legal.
Como decimos, un jefe tiene sus manías y es mejor tenerle contento. Aunque tampoco pide tanto: tener el empleado perfecto, que se cumpla con lo ordenado, quedar bien ante sus respectivos superiores y no recibir demasiados problemas que resolver. Eso en la teoría, luego en la práctica…