La verdadera revolución digital está en la formación de cada unoVirginia Cabrera 16 julio, 2018 Que los robots nos desplazarán en muchas tareas ya no es duda, sino certeza. Dicen los expertos que si dos tercios de la jornada laboral de alguien están dedicados en la actualidad a tareas rutinarias, o se reinventa o en cinco años estará despedido. Eso aún puede evitarse. Informes como “A future that works: automatization, employment and productivity”, de Mackinsey, o “The risk of automatization for jobs in OECD countries” vaticinan cambios importantes en el mercado de trabajo. En realidad la desaparición de algunas ocupaciones propiciada por la tecnología no es un fenómeno nuevo. ¿O conocéis a algún sereno, algún carbonero o algún lechero? No obstante, el impacto de la tecnología en nuestras vidas es sin duda positivo. La pobreza global se ha reducido más en los últimos 50 años que en los 500 anteriores. También ha incrementado el poder adquisitivo y el tiempo libre, la productividad y la capacidad de conciliación. Y en lo profesional, yo diría que la transformación digital llega a nuestras vidas como un regalo, como la gran oportunidad de liberarnos de lo rutinario y subirnos al carro de tareas más atractivas e interesantes. Pero para ello ya no basta con tener una carrera, dos másters y una pléyade de cursos en el currículum. Como explicaba Sally Bibbs en el 25 aniversario de la editorial LID, los conocimientos no son más que el punto de partida. El cambio de paradigma es que hoy la educación tiene que ser dinámica porque cuando acabemos ese curso que estamos haciendo, todo habrá cambiado ya. Es necesario cambiar el chip, por tanto, y asumir nuestra formación como un “montar en bicicleta” en el que, si dejamos de pedalear, nos caemos, y donde uno elige en primera persona adónde quiere ir. Proactividad de los trabajadores en su propia ruta de aprendizaje La siguiente cuestión es si en este momento conservar o no el trabajo depende de la formación continua. ¿No deberían ser los propios trabajadores, y no la empresa ni el estado, quienes se preocupen de lo que tienen que aprender? Como señalaba Marcelino Elosúa, fundador de LID, en el evento mencionado, los profesionales deben diseñar su propio recorrido de formación apoyándose en el aprendizaje informal y colaborativo. Como Charles Jennings analiza en su libro “70:20:10 towards 100% performance”, sólo un 30 por ciento del conocimiento útil que un profesional posee procede de la “educación formal” (10 por ciento de cursos y 20 por ciento del entrenamiento). El 70 por ciento restante surge de un aprendizaje informal como la asistencia a charlas, los proyectos compartidos y la lectura de libros y artículos. Curiosamente, el coste de la formación se hace inversamente proporcional al rendimiento. Y de esto se están dando cuenta las empresas. Estamos en un contexto en el que la economía colaborativa cobra fuerza y la gente se fia más de lo que le dicen otros iguales que de las marcas o instituciones, se muestran infinidad de temas en los que formarse y para cada uno de ellos mil cursos entre los que elegir, ante lo que las opiniones reputadas de la comunidad de aprendizaje (alumnos y profesores) actúan de faro-guía. En este sentido, son interesantes los MOOC -MiriadaX es un referente- o iniciativas como Bluebotlebiz.com de LID editorial, una plataforma de aprendizaje colaborativo que combina recursos educativos digitales, como cursos y libros, con una red profesional de formadores que aporta contexto a través de sus comentarios y recomendaciones y herramientas para poder compartir y colaborar en la edición. Y es que en este momento la tecnología al servicio de la formación también proporciona grandes capacidadades, como cloud para el acceso multidispositivo, el “aquí y ahora”, o la inteligencia artificial para crear cursos y libros ad hoc para las necesidades de cada uno. En ese mismo acto Sally Bibb, autora de “The strengths book”, compartía la idea de que hacia los quince años una persona ya establece lo que es y, a partir de ese momento, puede entrenar destrezas pero sus fortalezas y debilidades apenas cambian. Dijo que a un enfermero se le puede enseñar a curar una herida, pero no la compasión por el paciente, o que una camarera puede aprender a servir mesas e incluso a sonreír de manera forzada, pero no la empatía. Coincido con ella cuando nos propone que busquemos en nuestro ecosistema interior nuestras fortalezas naturales. Demasiadas empresas contratan en función de los conocimientos adquiridos para intentar convertir a sus empleados en algo que no son. Hoy tenemos la oportunidad de definir quiénes somos y qué elegimos aportar. La fuerza para aprender solo se encuentra en las motivaciones más profundas de cada uno, en sus valores, en eso que diferencia y hace única a cada persona. La diferencia entre un trabajador aceptable y otro realmente bueno está en formarse profundizando en sus habilidades y preferencias. Hoy nadie puede permitirse el lujo de sentirse ”demasiado viejo para aprender”, porque renunciar a ello es perder la oportunidad de hacer un trabajo más interesante. Y ¡quién sabe! si de perder el que se tenga. Imagen: geralt/pixabay Diez libros de los que extraer algunas clavesHackatones de salud: ideas que nacen de equipos multidisciplinares para mejorar la asistencia sanitaria
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