Humanos frente a máquinas. Máquinas que sienten y máquinas que aman, o superhumanos que se complementan con lo sintético. Bienvenidos al hombre transformado, al novísimo antropoceno digital, a un día cualquiera del próximo año 2050. Hoy quiero hablar del futuro digital y de la próxima humanidad. Para ello doy gracias a OpenMind, la comunidad de conocimiento del Grupo BBVA, y El País por su invitación al evento: El mundo en 2050, donde tuvimos la oportunidad de soñar por un momento cómo será el porvenir en manos de las más brillantes mentes, de los expertos que barruntan estos cambios, de dar el próximo paso y acercarnos a cómo será "la vida exponencial".
¿Cómo serán nuestro mundo y nuestros países dentro de tres décadas? ¿Cómo seremos nosotros mismos, nuestra mente y nuestro cuerpo? ¿Cómo responderemos a los retos asociados a un gravoso cambio climático, a una sobreexplotación salvaje de los recursos y a casi diez mil millones de personas compitiendo por sobrevivir? ¿Qué ocurrirá cuando un quinto de la población se concentre en un único subcontinente: la India? ¿O cuando en los países desarrollados vivamos de media más de ochenta y cinco años y las pandemias más peligrosas nazcan de las propias resistencias a los antibióticos? La tecnología del motor de explosión habrá ya pasado a la historia y los mejores trabajos de nuestras sociedades evolucionadas versarán sobre aspectos virtuales y avatares.
Dicen que las respuestas se encuentran en la tecnología, y quizá ya lo vislumbró Arthur Clarke cuando afirmaba: "cualquier tecnología avanzada es indistinguible de la magia". Muchos así lo imaginan y buscan en la inteligencia artificial; otros, en la próxima genética. También creen hallarlo en lo híbrido, en lo conectado, en la mente-interfaz enchufada al cerebro que quizá sea la cocina de los superhombres.
Muchos hablan de este tema y le han dado hasta un nombre: creen en la singularidad tecnológica, hablan del hombre inmortal o de sociedades donde las tecnologías basadas en el “coste diferencial nulo” conseguirán un crecimiento económico casi ilimitado.
Si repasamos las posiciones de los ponentes del evento de El País, vemos cómo Samuel H. Sternberg opina que la nueva tecnología genómica hará posible que el hombre abandone el camino de la evolución darwiniana, que se aparte de la evolución natural. Y lo dice con enorme sentido de causa, pues por ello es el máximo experto en CRISPR/Cas9, la tecnología que permite editar la información del ADN, algo así como el "find & replace" del editor para convertirlo en un almacenamiento de información digital “a medida”.
Es cierto que ya se están viendo las primeras transformaciones morfológicas producidas por nuestras formas de vida: nuestro cerebro es ahora menor que el del Neardental, según explicaba la paleoantropóloga María Martinón Torres, como también se ha comprobado en animales de laboratorios que no viven expuestos a entornos libres. Quizá los ordenadores y la inteligencia artificial ayuden a conseguir esto, nos encapsulen de la naturaleza, sugiere el investigador Robin Hanson, y habla de una verdadera revolución en las ciencias sociales, ahora mucho más cuantificadas que nunca. Ramón López de Mántaras, director del IIIA del CSIC, es mucho más escéptico y menos literario, cree complicado que a corto plazo nos encontremos con fenómenos próximos al mind-uploading o a la síntesis artificial de la conciencia. Piensa que la ley de Moore está muerta bajo los sustratos actuales del silicio, donde los efectos cuánticos impiden una mayor miniaturización y tendremos que esperar a la nueva supercomputación para emular algo más allá de una inteligencia especialista. Nuestras máquinas no pueden simular la consciencia y mucho menos superar nuestra biología neuronal y su capacidad de cómputo y eficacia.
En este sentido Rafael Yuste, ideólogo del proyecto BRAIN, cree que la solución se encuentra a medio camino: en la medición del pensamiento de forma no invasiva. El nuevo hombre aumentará sus capacidades mentales a modo de los exoesqueletos robóticos. Esto me recuerda en mucho a la propuesta de Elon Musk y su Neuralink.
Aunque todos los expertos coinciden en que los mayores retos provienen de un planeta que pronto se nos quedará pequeño, y de un hombre cuya evolución lo empuja lejos de él.
¿Viviremos en un mundo no habitable y deberemos finalmente migrar al espacio? Michio Kaku, físico teórico del City College of New York, comenta que el problema reside en el coste de colocar en órbita un Kilogramo, pero es muy optimista: este coste está bajando y pronto será posible el emprendimiento espacial y, por qué no, colonias en Marte. ¡Los dinosaurios no tenían programa espacial y por eso se extinguieron…! En nuestro caso será el calentamiento global, las bombas nucleares y las enfermedades las que matarán la vida en la Tierra. Michio ve en el encuentro con otras civilizaciones exoterráqueas el siguiente punto de conexión y evolución de la humanidad, ¿o quizá nos enfrentemos a una extinción como la que se predice en “The dark forest”, del genial escritor Liu Cixin? ¿No estarán otras civilizaciones agazapadas escuchando nuestra llamada para apoderarse de nuestro mundo, por muy sucio y renqueante que lo creamos?
En 2050 yo tendré casi 80 años y, si llego, estaré viendo “lo próximo” desde el otro lado de la barrera. La generación de mi hijo será responsable de liderar el mundo y de proclamar su siguiente designio… Me pregunto si nuestras acciones presentes, las que tomemos nosotros ahora, podrán acompañarlos con fortuna.
Imagen: kellepics/pixabay
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